LA PERSONALIDAD

EL DOMINIO PROPIO

EL FRUTO DEL ESPÍRITU

EL AMOR

LA ALEGRÍA

LA PAZ

LA PACIENCIA

LA AMABILIDAD

LA BONDAD

LA FIDELIDAD

LA MANSEDUMBRE

AGRADECIMIENTOS

Quiero comenzar agradeciendo a Dios. Cuando escribo me acerco a Él, pues de Él aprendí todo lo que soy y lo que sé. Él fue siempre la razón de mis días, y soy feliz por el privilegio que me dio de poder unir mi práctica y formación profesional con mi ministerio.

Estoy muy agradecida a Dios por haberme dado un marido excepcional. Alvaro es un pastor que ama a Dios y su Palabra, es sumamente inteligente y extremadamente alegre, amoroso, amigo y compañero en nuestro matrimonio. Es mi mayor incentivador; está de acuerdo con cada detalle que escribo y me estimula a ser mejor de lo que soy. Su apoyo es incondicional, y su ejemplo de disciplina y excelencia en todo lo que hace me estimula a dar el mejor de los frutos.

Agradezco a mis hijos, Thiago y Pamela. Cuando los miro pienso lo bueno que es Dios, y cómo me bendijo con dos hijos cuyo carácter y amor a Dios me emocionan. Ellos aprendieron desde su tierna infancia a vivir el fruto del Espíritu, y ahora que están radicados en otro país dedican sus vidas a Dios.

Siempre estaré agradecida a Isabela y a Thomas, mi nuera y mi yerno, por amar a mis hijos y compartir sus vidas con ellos. Son hijos amados, a quienes aprendí a admirar con el correr de los años, cuyo fruto y amor a Dios me inspiran.

Alabo a Dios por mis padres, los pastores Lúcia y Abraão de Almeida, quienes me criaron en el evangelio, me educaron para la vida social y profesional, y continúan siendo un modelo de vida cristiana fructífera.

Agradezco a Dios por el Ministerio Fronteira, iglesia que mi marido y yo pastoreamos, donde puedo acompañar de cerca el fruto de la vida de muchas personas, con personalidades transformadas y vidas bendecidas.

REFERENCIAS

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cap-01

CONOCIENDO NUESTRA PERSONALIDAD

En la vida cristiana, luego de la decisión personal de aceptar a Cristo como nuestro salvador, no hay nada más importante que rendir nuestra personalidad al Espíritu Santo para que esté bajo su control.

Pero, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de personalidad?

Aun entre los teóricos y profesionales de la psicología se han utilizado distintos términos que poseen el mismo significado. A fin de profundizar en el tema, es necesario definir algunos de estos términos, tales como: personalidad, carácter y temperamento.

El temperamento

Se puede definir al temperamento como la disposición individual del ser humano a reaccionar a estímulos emotivos, siendo influenciado también por alteraciones metabólicas y químicas. Es la forma en la que manejamos nuestras emociones, percibimos y vivenciamos las circunstancias que nos rodean, tomamos decisiones y nos relacionamos con los demás.

Como padres, sabemos que nuestros hijos tienen temperamentos diferentes: uno tal vez es tranquilo, otro se resiente por un tiempo prolongado, y otro tiene una alegría y un entusiasmo constantes.

También las órdenes que damos son asimiladas por nuestros hijos de modos diferentes. Algunos aceptan las reglas con mayor facilidad, mientras que otros intentan negociar y evadirlas constantemente.

La Biblia nos da un claro ejemplo de dos hijos con temperamentos muy diferentes, que se peleaban ya desde el vientre de su madre: Jacob y Esaú. Tenían gustos diferentes. Esaú era más aventurero y pasaba largos días fuera de su hogar cazando animales. A Jacob le gustaba quedarse en la tienda; era un hombre de su casa, y posiblemente por eso más cercano a su madre.

El temperamento es la forma en la que manejamos nuestras emociones, percibimos y vivenciamos las circunstancias que nos rodean, tomamos decisiones y nos relacionamos con los demás.

La Biblia nos revela rasgos del temperamento de muchos hombres y mujeres de Dios, evidenciando que aún después de la conversión mantenemos los principales rasgos de nuestro temperamento individual aunque modifiquemos los defectos. Sabemos, a través de la lectura de la Biblia, que Moisés era manso, Pedro intempestivo, Sansón miedoso, David humilde, Juan era fiel, Pablo valiente, Job era persistente, y Ester y Abigail determinadas.

Filósofos como Empédocles e Hipócrates, del quinto y cuarto siglo antes de Cristo, así como muchos médicos, fisiólogos y psicólogos a lo largo de los siglos, intentaron clasificar los temperamentos en categorías. La más conocida es la división en cuatro tipos.

En líneas generales y sucintas, son:

• Colérico: es enérgico, independiente, líder nato, disciplinado, audaz, impaciente, prepotente, intolerante y rencoroso.

• Melancólico: es habilidoso, minucioso, perfeccionista, analítico, introvertido, sensible, pesimista, antisocial, desconfiado, egoísta y vengativo.

• Sanguíneo: es extrovertido, comunicativo, entusiasta, simpático, activo, comprensible, inestable, impulsivo, egocéntrico, exagerado e indisciplinado.

• Flemático: es calmo, eficiente, conservador, práctico, racional, tranquilo, tiene buen humor, es indeciso, resistente, lento, calculador y pretensioso.

Seguramente, al leer cada uno de estos distintos tipos de temperamento, identificaste a personas que conoces. Pero si intentaste encajar solo en uno de ellos te habrás dado cuenta de que es imposible. A decir verdad, podemos tener uno de los cuatro como el más predominante, pero siempre tendremos virtudes y defectos de los tres restantes.

La alegría y la riqueza de una familia residen en el hecho de que los diferentes temperamentos se complementan, generando así un caudal de perspectivas y aprendizajes.

Cuando nos casamos, en general, elegimos a una persona que nos llama la atención porque actúa y reacciona de un modo diferente al de nosotros. Así, la tendencia es que escojamos un par que nos complemente en términos de temperamento, y así la relación será creativa y equilibrada. ¡Imagine cómo sería un matrimonio de dos coléricos o dos melancólicos!

El temperamento es innato e individual. Debe ser muy bien moldeado por los padres cuando educan a sus hijos, trabajando especialmente en sus características negativas. Un niño vengativo debe aprender a perdonar. A un hijo egocéntrico e indisciplinado se le debe enseñar a compartir y a ordenar sus pertenencias. Un niño introvertido necesita del auxilio de sus padres para relacionarse con sus compañeros y para desarrollar amistades.

A su vez, los padres deben tener presente que no podrán modificar el temperamento innato de sus hijos pero que su función será estimular las características positivas innatas que ellos tienen, transformándolas en herramientas para la construcción de habilidades y competencias.

En definitiva, la alegría y la riqueza de una familia residen en el hecho de que los diferentes temperamentos se complementan, generando así un caudal de perspectivas y aprendizajes.

El carácter

El carácter se forma a partir de los estímulos sensoriales, de los ejemplos observados en la conducta de los que nos rodean, y de los conceptos y valores aprendidos de manera formal o informal desde el primer día de vida.

Cuando un niño nace comenzamos a identificar su temperamento. Por más que dos niños hayan sido estimulados del mismo modo desde su vida intrauterina, cada recién nacido reacciona de un modo diferente a las caricias, a la luz, a la sonrisa, a los ruidos y a las personas. Hay bebés que duermen toda la noche, otros que lloran más, a otros les gusta sonreír, y cada uno reacciona de un modo diferente al dolor.

En cuanto al carácter, ¡cuando un niño nace nada está definido aún!

El carácter se forma a partir de los estímulos sensoriales, de los ejemplos observados en la conducta de los que nos rodean, y de los conceptos y valores aprendidos de manera formal o informal desde el primer día de vida.

El carácter se estructura a partir de la imitación y la interacción con los entes sociales. Se forma a través del aprendizaje y la asimilación de conductas, así como por las vivencias personales con los demás, con los objetos y con el ambiente.

Los padres deben moldear el temperamento de su prole, realzando las cualidades y corrigiendo los defectos. Pero la función fundamental de la paternidad es, sin duda, formar el carácter de los hijos mediante la educación y la enseñanza.

Diversos textos bíblicos nos advierten acerca de la importancia que tienen los padres en la formación del carácter de sus hijos, pues si no son formados en su infancia en el futuro serán personas sin carácter.

«Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes» (Deuteronomio 6:6-7).

«Instruye al niño en su camino y aun cuando fuere viejo no se apartará de él» (Proverbios 22:6).

«Aun el muchacho es conocido por sus hechos, si su conducta fuere limpia y recta» (Proverbios 20:11).

«La vara y la corrección dan sabiduría; mas el muchacho consentido avergonzará a su madre» (Proverbios 29:15).

Nuestras vivencias y conocimientos transforman lo que somos. Nuestra personalidad es dinámica, por lo tanto puede ser modificada y restaurada.

El término carácter significa grabar. Tenemos muchos recuerdos grabados en nuestra mente a lo largo de los años: los amigos que nos ayudaron, los compañeros que fueron de mala influencia o que nos hirieron, los educadores y padres que fueron persistentes y amorosos, los abuelos dedicados y nuestro cónyuge que fue también nuestro amigo.

Nuestro carácter es el yo aparente (ego) que, en sus manifestaciones, nos diferencia de cualquier otra persona. Carácter es lo que aparentamos ser, lo que aprendemos a ser a través de la enseñanza y de los ejemplos, lo socialmente aceptable para la sociedad. Las personas leen nuestro carácter, pues a través de él evidenciemos con mayor claridad nuestros hábitos y los roles que aprendimos, como el de padre, madre, cónyuge, profesional, hermano en la fe, y otros.

Nuestro carácter es nuestro estilo de vida. Y se compone de los valores y principios que forman y definen nuestro comportamiento, que guían nuestras acciones y decisiones. Es un rasgo fundamental de nuestra personalidad.

La personalidad

El alma piensa, siente, tiene deseos, decide y se comporta de una determinada manera. Involucra el temperamento, el carácter, la personalidad y la conducta, y debe estar completamente sometida a Cristo.

La personalidad integra y sintetiza nuestro complejo temperamento y los rasgos de nuestro carácter. Pero abarca aún más, pues es la suma total de nuestros impulsos, emociones, ideas, defensas, aptitudes, talentos, relaciones y comportamiento social global.

Incluye tanto los fenómenos comunes a todos los seres humanos, como nacer, crecer, alimentarse, pensar, decidir, estudiar y hacerse amigos, como las experiencias que fueron vividas internamente y de forma privada. Así, la personalidad involucra todo el complejo mundo personal del ser humano. Abarca el cuerpo y la mente. Es lo que realmente somos, la persona, el yo.

Nacemos con un temperamento innato, y absolutamente dependientes del cuidado, del afecto, de los elogios, de la educación y del significado que los demás nos atribuyen. Cuando crecemos comenzamos a asimilar e internalizar valores y conceptos adquiridos mediante la imitación, los ejemplos, la enseñanza de los demás y de aquello que nos rodea, construyendo así nuestro carácter.

Con el correr de los años, nuestra reflexión interna nos guía hacia una independencia en nuestra forma de pensar, de actuar y de sentir acerca de nosotros mismos. Podemos reestructurar conceptos, valores y teorías, adquiriendo vivencias diferenciadas y particulares que enriquecen nuestra personalidad.

Nos individualizamos —nos volvemos únicos, singulares, individuos.

Es necesario destacar la importancia que posee nuestra voluntad en el proceso de construcción de nuestra personalidad. No somos seres incapaces. Desde su temprana edad podemos observar en los niños el libre ejercicio de su voluntad —arbitrio—, que intentan imponerla ante los adultos.

La personalidad involucra todo el complejo mundo personal del ser humano. Abarca el cuerpo y la mente. Es lo que realmente somos, la persona, el yo.

Nuestra voluntad ejerce el poder de escoger si conservar o no las decisiones que tomamos anteriormente. Aunque está asociada al intelecto y a las emociones, la voluntad actúa de forma independiente: Podemos actuar de un modo opuesto a lo que sentimos, o podemos comportarnos de un modo que sabemos que es incorrecto o pecaminoso.

La personalidad es dinámica. Cada vez que tomamos una decisión, corregimos nuestro temperamento o repensamos un concepto alteramos nuestra persona. Las elecciones de vida, como nuestra profesión, nuestro cónyuge y la paternidad, tanto como el uso de nuestros talentos y habilidades, reestructuran nuestra personalidad.

Nuestras vivencias y conocimientos transforman lo que somos. La personalidad es dinámica, pudiendo ser modificada y restaurada.

La personalidad y la salvación

Cuando aceptamos a Jesús, y nos convertimos verdaderamente, modificamos algunos hábitos, simples expresiones de nuestro yo aparente. Muchos dejan de fumar, de beber, de decir malas palabras o de frecuentar sitios nocivos y violentos. Cambian algunos hábitos, simples rasgos del carácter, pero no necesariamente de su personalidad.

Otros dan un paso más y modifican también rasgos de su temperamento. Se vuelven más mansos y amorosos. Sin embargo, Dios no quiere pequeños cambios de temperamento o de nuestro yo aparente. ¡Quiere aún más!

Solo el evangelio tiene el poder de cambiar nuestro yo interior. Solo la palabra de Dios «es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos: y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» (Hebreos 4:12).

Dios quiere nuestro yo completo, nuestra alma, mencionada muchas veces en la Biblia como el corazón. El alma piensa, siente, tiene deseos, decide y se comporta. Abarca el temperamento, el carácter, la personalidad y la conducta, y debe completamente sometida a Cristo.

Dios no mira lo que decimos o aparentamos ser sino lo que realmente somos, lo que pensamos, las intenciones que hay detrás de nuestras acciones y cada actitud que tenemos.

Él quiere que le entreguemos nuestra personalidad, nuestro yo interior, por completo. Quiere gobernar sobre nuestra conducta para poder equilibrar nuestra vida emocional. ¡Dios quiere que nuestra alma esté completamente restaurada!

Y todos esos cambios solo serán posibles si le damos permiso.

cap-10

LA DEPRESIÓN

La depresión es, sin dudas, el gran mal del siglo. Publicaciones en todo el mundo debaten acerca de sus causas y efectos, y anualmente en todo el mundo se gastan miles de dólares en investigaciones, mientras que las personas gastan millones de dólares en antidepresivos.

La depresión es una enfermedad que ataca el sistema nervioso central pero que afecta toda el alma. Es una tristeza profunda, enraizada, que no cesa y que perjudica la vida cotidiana. La depresión, cuando no es tratada, evoluciona continuamente hacia cuadros que varían de intensidad y duración, y su forma prolongada puede llevar al suicidio y a la muerte por causas naturales.

La depresión no es un simple estado emocional. Es una enfermedad que tiene una causa orgánica, cuando un descontrol en la química cerebral afecta ciertas áreas corticales. Estudios demuestran que el cerebro de una persona deprimida presenta alteraciones químicas y bajos niveles de neurotransmisores, como la serotonina, la principal sustancia para la sensación del bienestar y el control del humor. Es una enfermedad crónica, recurrente, que puede afectar a varios miembros de una misma familia.

Causas

Para hablar de las causas y especificidades de la depresión se podría escribir todo un libro. Por lo tanto, en este capítulo nos enfocaremos en lo más importante, a saber: la comprensión de que estamos lidiando con algo que no es espiritual sino bioquímico.

La depresión puede ser hereditaria, de causas genéticas, por lo cual la persona hereda poca producción de neurotransmisores responsables del bienestar y de la estabilización del humor, como la noradrenalina, la dopamina y la serotonina, entre otras. Por esa razón el análisis del árbol genealógico es importante, aún para la definición de los medicamentos a prescribir, como para el tiempo de uso de los mismos. Algunas personas precisarán medicación, aunque en bajas dosis, a lo largo de toda su vida, así como muchos diabéticos e hipertensos la necesitan.

La depresión no es un simple estado emocional. Es una enfermedad que tiene una causa orgánica: cuando un descontrol en la química cerebral afecta ciertas áreas corticales.

La depresión puede surgir en situaciones en las que se produce una disminución de los compuestos bioquímicos, asociados o no a vivencias personales que deben ser investigadas. Tal es el caso de la depresión postparto o de la que sobreviene con el surgimiento de la menopausia o de la andropausia, o la que se produce por el uso de drogas ilícitas. La bioquímica corporal se altera, pero con la ayuda de terapia y de medicamentos la persona puede curarse luego de seis a doce meses de tratamiento.

Otra causa de la depresión puede ser de origen vivencial, muchas veces producida por un largo período de estrés, de luto por la pérdida de personas queridas, de crisis matrimonial, de fracaso de los proyectos profesionales, o de traiciones y frustraciones. En esos casos la depresión se presenta de forma inmediata e instantánea, y puede tener una duración de tres meses o más si la persona recibe ayuda a través de terapia y medicamentos.

Existe también el llamado Estado Depresivo, generalmente ocasionado por cuestiones asociadas a las vivencias del día a día, como el desempleo, el adulterio del cónyuge, diferencias con ciertas personas o problemas en el desempeño profesional. Ese estado dura entre dos a cuatro semanas, y la persona puede curarse sola, sin uso de medicamentos. Sin embargo, cuando la causa no es identificable se deben tomar muchos recaudos, pues puede tratarse de una primera y leve forma de depresión bioquímica.

Otra forma de depresión es la llamada Distimia, que demanda un tratamiento terapéutico o medicación. Es una forma menos grave de la enfermedad, sin embargo es crónica, y se evidencia por síntomas constantes durante más de dos años. Surge a causa de una tristeza profunda acompañada de una baja autoestima, baja productividad, sentimientos de inadecuación y desesperanza. En el caso de la distimia, la persona se vuelve excesivamente crítica, se muestra contraria a divertirse y a las relaciones sociales, profundizando el hábito de quejarse constantemente.

La depresión no elige clase socio económica, afectando a cerca del 7% de la población mundial. El riesgo de que surja antes de la pubertad es igual tanto para niños como para niñas. Pero en la adolescencia el riesgo de tener depresión es dos veces mayor para el sexo femenino, y afecta a muchas jovencitas.

Lamentablemente, esta enfermedad aparece cada vez con mayor frecuencia en la infancia, con casos diagnosticados a partir de los cuatro años de edad. Los niños se vuelven melancólicos y se angustian, no quieren realizar actividades físicas ni sociales, perdiendo la buena disposición y la alegría tan características de la infancia. En los casos de depresión infantil es importante la atención y la rápida acción de los padres, en un trabajo conjunto entre médicos y familiares.

Tener a uno de los padres con depresión también aumenta de dos a cuatro veces el riesgo de contraer la enfermedad. Además, las alteraciones hormonales también favorecen el surgimiento de la depresión —lo que explica la gran aparición de casos en adolescentes y jóvenes, como también de personas de más de sesenta años, haciendo que estén persistentemente irritados y tristes, comprometiendo las relaciones familiares, las amistades y aún su rendimiento intelectual.

Principales síntomas de la depresión

Hay muchas personas que utilizan la expresión «Hoy estoy depre» erróneamente porque se sienten más tristes determinado día, olvidándose de que se trata de una enfermedad seria, paralizante, que quita el deseo de realizar tareas simples, como levantarse de la cama o bañarse.

El diagnóstico de depresión requiere considerar disturbios y perjuicios en el área social, familiar, ocupacional y otros campos de la actividad diaria. De una forma muy general, un episodio de depresión puede ser diagnosticado por la presencia de cinco o más de los siguientes síntomas, que aparecen todos los días, por un período de por lo menos dos semanas:

• Insomnio (falta de sueño) o sueño desmedido.

• Agitación psicomotora: la persona no logra quedarse quieta ni cuando duerme.

• Apatía: cuando se tiene la sensación de que las emociones no están siendo vivenciadas como deberían, causando un desánimo general.

• Cansancio o pérdida de la energía.

• Sentimiento exagerado de culpa o inutilidad.

• Disminución de la capacidad de concentración y de poder pensar con claridad.

• Pensamientos recurrentes de muerte, de suicidio o deseos de ver programas sobre muerte, o de buscar temas acerca del suicidio en internet.

• Estado del espíritu depresivo y pesimista durante la mayor parte del día.

• Interés o placer claramente disminuido por realizar la mayor parte de las actividades.

• Disminución del apetito, pérdida o ganancia significativa de peso en el régimen alimentario (generalmente, una variación de por lo menos 5% del peso corporal).

• Deseos de aislarse de la familia y los amigos, a no ser que ellos también tengan un comportamiento mórbido y triste.

• Pérdida del interés sexual o de la capacidad de sentir placer.

• Agitación o retardo psicomotor.

• Capacidad disminuida para pensar o concentrarse, o indecisión.

El diagnóstico de la depresión siempre debe ser realizado por un médico psiquiatra, y el tratamiento medicamentoso y el terapéutico son complementarios.

Si tienes ese diagnóstico cuídate. En ausencia de un tratamiento los episodios de depresión duran entre seis y ocho meses, y debes saber que la enfermedad es recurrente: para quienes ya presentaron un episodio de depresión la probabilidad de tener un segundo episodio en dos años es del 40%, y del 72% en cinco años.

Por lo tanto, si algún profesional te dijo que padeces depresión toma los remedios, sin olvidarte de orar cada vez que los tomes para que tengan solo el efecto deseado, y no te provoquen disturbios futuros o efectos colaterales. Y, aun así, no desistas: Jesús llevó en la cruz todas nuestras enfermedades, y Él puede ayudarte en tu proceso de sanidad, ¡aunque sea a través de remedios!

Lo que no debes hacer es cerrar los ojos y sentirte culpable por estar enfermo o deprimido, como si estuvieses en pecado y Dios se alejara de ti, quitándote la alegría de la salvación. La depresión no es un problema espiritual, mucho menos una forma de opresión maligna. No indica la falta de Dios o una vida pecaminosa. No es un castigo y no se puede incentivar a alguien a «curarse» solo con oración y ayuno. Puede ocurrirles a personas que están el púlpito o en la portería de la iglesia, y debe ser entendida como una enfermedad a ser tratada con seriedad.

Desencadenada por una situación desesperada o indeseada, la depresión puede, en grados extremos, llevar a la reclusión, al alejamiento de la familia, provocar otras enfermedades y, en la última de las hipótesis, llevar a la muerte. Es esta, por ejemplo, una de las principales causas, además de la acción e incentivación de Satanás, del acto suicida.

La depresión no es un problema espiritual, y mucho menos una forma de opresión maligna. No indica la falta de Dios o una vida pecaminosa. No es un castigo y no se puede incentivar a alguien a «curarse» solo con oración y ayuno.

Hay un número cada vez más creciente de evangélicos y de pastores que se suicidan porque no continuaron realizando el tratamiento médico terapéutico recomendado para la depresión. Muchos abandonan la medicación y, de forma consciente, afirman frases como: «El médico de un creyente es Jesús». Aceptan tomar remedios para la hipertensión o la diabetes por el resto de su vida, pero se niegan a tomar remedios para la bioquímica mental, creyendo que se volverán dependientes. En esos casos, el apoyo y la decisión de la familia son fundamentales, pues muchos por no aceptar el cuadro depresivo de creyentes fieles suspenden el tratamiento, llevándolos muchas veces a que se agrave su cuadro hasta terminar en suicidio.

Los que se suicidan no quieren necesariamente morir, pero sí terminar conscientemente con el intenso sufrimiento emocional que tienen. Ellos siempre avisan, amenazan y hacen comentarios suicidas, pero muchas veces la familia y los más cercanos subestiman esas amenazas y hasta les hacen comentarios que los estimulan aún más el acto suicida, como: «¡Tú no serías capaz de hacer eso!» u «Ok, ¿eso es lo que quieres? ¡Entonces hazlo!» Cuando se produce un suicidio, al ser un acto contrario a la voluntad de Dios, que es el dueño de la vida, deja un lastre de culpabilidad y tristeza en toda la familia.

El deprimido que se cuida, se medica y se trata de forma correcta no llega nunca al suicidio. En el auge de la crisis, al estar medicado, el depresivo sabe que está a salvo. Aprende que la salvación no puede ser un simple sentimiento o sensación. Debe ser racional, debe ser real.

Necesitas saberte a salvo y no solo sentir que estás a salvo. Así como tampoco debes ser negligente en cuanto a lo que debes hacer, como medicarte si es necesario, descansar, organizar mejor tu agenda, reordenar tus prioridades y cuidar bien de tus afectos.

Verdades a considerar

Se sabe que hay etapas anteriores al estado depresivo, como la melancolía y la angustia, estadíos que aparecen y profundizan los síntomas, llevando al individuo al estado depresivo. Antes de que estos se evidencien no se debe dejar de considerar la importancia del estrés y de la fatiga física y mental como telón de fondo de las complicaciones emocionales.

El estrés generalmente está causado por una conjunción de factores, como pocas horas de sueño, exceso de actividades y mala alimentación. Cuando tú no te rodeas de los cuidados necesarios para el descanso y el bienestar de tu organismo surge una sensación permanente de falta de confort, un cansancio mental y físico permanente, fatiga, agitación, apatía e irritabilidad.

Dios nos dio el ejemplo de lo importante que es el reposo del cuerpo y de la mente cuando Él descansó luego del sexto día de la creación. Aun encontramos ordenanzas en la Biblia en cuanto al descanso de la tierra, y vemos que Jesús muchas veces separó algunos días para descansar. Leemos en la Biblia que debemos cuidar nuestro cuerpo, pues es templo del Espíritu Santo.

La vida cotidiana agitada y sin reglas, en donde el sueño de la madrugada se cambia por conversaciones en internet, abre la puerta a enfermedades físicas y emocionales, haciendo que tengamos una preocupación excesiva por las circunstancias y los hechos, volviendo los días poco placenteros, robando nuestra alegría y nuestro ánimo para grandes y pequeñas realizaciones.

Muchas personas se proponen metas inalcanzables, que demandan más tiempo del que desean o un esfuerzo innecesario. Otras se relacionan con las personas equivocadas y creen que a la larga serán sus amigos, olvidándose de que uno no decide por los demás.

En el caso de los más jóvenes, están aquellos que quieren ser los más populares, las chicas más bonitas, los muchachos más musculosos y fuertes, y a causa de eso pierden amigos y lastiman a personas que quieren. La gente que es así vive en un mundo irreal por mucho tiempo —y cuando se despiertan se sienten frustrados, se decepcionan y entristecen, entrando muchas veces en un pensamiento de: «Nadie me quiere», «Nadie me ve», «No lo voy a lograr» o «No soy nadie».

Muchos adultos arman su vida en torno a sus bienes, y cuando enfrentan una crisis no saben cómo seguir. Muchos matrimonios son tan dependientes el uno del otro que cuando algo sale mal no se pueden sostener el uno al otro emocionalmente.

Lamentablemente, es cada vez más común ver personas que se suicidan a causa de un sueño roto o de un matrimonio destruido. Existen hombres que matan a toda su familia porque perdieron su fortuna. En ciertas ocasiones pude acompañar el dolor de un hijo que fue el único sobreviviente de una masacre familiar realizada por su propio padre. ¡Se siente un dolor desgarrador!

Tú eres un ser pensante, inteligente y racional, y tienes la capacidad y la obligación de analizar las situaciones y decidir cómo organizar mejor tu tiempo, agendando tus compromisos y organizando tu vida de la mejor manera posible. Si has pensado en un problema durante una hora sin tener claridad de nada, viendo siempre el lado negativo e imaginando la peor solución, debes cambiar tu forma de pensar, subordinando tu pensamiento a la omnipotencia divina.

Hay momentos emergentes en los que perdemos el apetito y el sueño, cuando una situación es altamente crítica. Pero no debes dejar de alimentarte y mucho menos de dormir por los problemas cotidianos. Decide confiar más en Dios, derrama tu corazón en oración y descansa en las promesas divinas. Dios nunca pierde el control de ninguna situación.

Cuando no controlas el estrés y no haces nada por evitar la fatiga física que te causa perturbación del sueño, alteración del apetito y falta de alegría y de perspectiva del futuro, puedes terminar en una depresión.

Cuando no controlas el estrés y no haces nada por evitar la fatiga física que te causa perturbación del sueño, alteración del apetito y falta de alegría y de perspectiva del futuro, puedes terminar en una depresión. Y esta, como ya vimos, irrumpe con ideas recurrentes de suicidio y de muerte, y con dolores generalizados —es una enfermedad cruel, que afecta el cuerpo y la mente y que, sin duda, tiene serias implicancias espirituales.

En el medio evangélico este asunto ha generado muchas controversias. No hay duda de que la depresión puede ser fruto de errores y pecados, como también de la vida estresante y llena de ansiedad en la que vivimos. Pero debemos entender, en primer lugar, que se trata de una enfermedad que, como ya mencionamos, tiene estadíos y causas orgánicas, y que existen remedios específicos para su cura.

La Biblia y la depresión

La Biblia está llena de ejemplos de hombres de Dios que estaban depresivos y melancólicos. Moisés se sintió estresado y ansioso a causa de su gran responsabilidad de conducir a los hebreos por el desierto, al punto de que su suegro lo tuvo que ayudar a definir prioridades.

Elías, profeta de fuego y de fe, se escondió con miedo en una cueva y se dejó llevar por la depresión al punto de perder el sueño, las fuerzas y el hambre, y de desear la muerte. En su caso, la Biblia señala que la comida y el sueño fueron el remedio que el mismo Dios providenció.

David, hombre conforme al corazón de Dios, relata en muchos pasajes los síntomas de la depresión que hoy conocemos. En el Salmo 38 encontramos algunos de ellos:

«Jehová, no me reprendas en tu furor, ni me castigues en tu ira. Porque tus saetas cayeron sobre mí, y sobre mí ha descendido tu mano. Nada hay sano en mi carne, a causa de tu ira; ni hay paz en mis huesos, a causa de mi pecado. Porque mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza; como carga pesada se han agravado sobre mí. Hieden y supuran mis llagas, a causa de mi locura. Estoy encorvado, estoy humillado en gran manera, ando enlutado todo el día. Porque mis lomos están llenos de ardor, y nada hay sano en mi carne. Estoy debilitado y molido en gran manera; gimo a causa de la conmoción de mi corazón. Señor, delante de ti están todos mis deseos, y mi suspiro no te es oculto. Mi corazón está acongojado, me ha dejado mi vigor, y aun la luz de mis ojos me falta ya. Mis amigos y mis compañeros se mantienen lejos de mi plaga, y mis cercanos se han alejado. Los que buscan mi vida arman lazos, y los que procuran mi mal hablan iniquidades, y meditan fraudes todo el día. Mas yo, como si fuera sordo, no oigo; y soy como mudo que no abre la boca. Soy, pues, como un hombre que no oye, y en cuya boca no hay reprensiones. Porque en ti, oh Jehová, he esperado; tú responderás, Jehová Dios mío. Dije: No se alegren de mí; cuando mi pie resbale, no se engrandezcan sobre mí. Pero yo estoy a punto de caer, y mi dolor está delante de mí continuamente. Por tanto, confesaré mi maldad, y me contristaré por mi pecado. Porque mis enemigos están vivos y fuertes, y se han aumentado los que me aborrecen sin causa. Los que pagan mal por bien me son contrarios, por seguir yo lo bueno. No me desampares, oh Jehová; Dios mío, no te alejes de mí. Apresúrate a ayudarme, oh Señor, mi salvación.»

Podemos estar estresados, ansiosos, tristes, desanimados y depresivos. Tal vez cosechamos los frutos de haber sido negligentes en nuestro descanso corporal, de una crianza familiar que nos inculcó inseguridad y baja autoestima, o de situaciones adversas y dolorosas que maltratan nuestra mente y corazón.

Recuerda, sin embargo, que en la Biblia siempre encontrarás palabras de ánimo. Las palabras de Jesús, de los salmistas y de los apóstoles fueron siempre:

«Tened buen ánimo» (Job 16:33).

«Alegraos; estad gozosos» (Salmos 32:11; Romanos 12:12).

«Fortaleceos» (Efesios 6:10; Santiago 5:8).

[Dios] «da esfuerzo al cansado…» (Isaías 40:29).

«Aguarda a Jehová…» (Salmos 27:14).

¿Y qué decir de Jesús? Cuando se enteró de la muerte de Juan el Bautista, su primo y precursor, leemos que tomó una barca pequeña a la madrugada, allí solo en medio del mar, y se dejó llevar por el balanceo de las olas. ¿Puedes imaginar el dolor y la tristeza que sintió?

Los cristianos también podemos estar estresados, tristes, desanimados y deprimidos. Somos humanos e imperfectos, y vivimos en un mundo lleno de injusticias.

Jesús lloró, y en el jardín del Getsemaní llegó al extremo de la depresión y de la agonía humana, pues su dolor y sufrimiento eran tan grandes que su sudor se transformó en sangre. Se trata de un proceso llamado hematidrosis, en el que pequeños vasos sanguíneos que están bajo las glándulas sudoríparas se pueden romper debido a un estrés sobre humano y a un bajísimo nivel de neurotransmisores asociados con el buen humor, por lo cual la sangre sale por los poros del cuerpo junto con el sudor.

Los cristianos también podemos estar estresados, tristes, desanimados y deprimidos. Somos humanos e imperfectos, y vivimos en un mundo lleno de injusticias. No todo lo que nos sucede tiene como telón de fondo una perspectiva espiritual.

Pero aprender a darnos cuenta cuándo nuestros pensamientos nos deprimen es el primer paso para el cambio. Luego debemos buscar ayuda profesional y basar nuestra fe en Dios, manteniendo una vida recta ante sus ojos y creyendo que, especialmente cuando estamos enfermos, Él no nos abandona.

El dolor pasará, la melancolía cederá, el sueño volverá, la alegría y el ánimo se renovarán, y la vida —no la muerte— será el motivo de tu canción.

Esfuérzate. Levántate de la cama, toma un baño y, en la medida de lo posible, realiza tus tareas cotidianas. Busca el abrazo de quien amas y las caricias de quien te ama. No reclames ni te persigas por el lado sombrío de los acontecimientos. No te preguntes: «¿Por qué a mí?», sino encara tu depresión como una enfermedad que pasará en la medida en que la trates. Así que, vive un día a la vez y espera hasta que tu salud esté restaurada.

Hay momentos en los que todos, por distintas situaciones, nos sentimos deprimidos. ¿Quién no escuchó alguna vez acerca de la depresión postparto, cuando la madre se siente vacía, sola y asustada? ¿Quién puede estar alegre frente a la muerte de un hijo o de un padre? Sin embargo, no dejes que esos estados se prolonguen ni se transformen en algo duradero porque terminarán en un cuadro depresivo.

Por más dolorosos que sean ciertos momentos de la vida debes saber que en Dios siempre hay esperanza.

El dolor pasará, la melancolía cederá, el sueño volverá, la alegría y el ánimo se renovarán, y la vida —no la muerte— será el motivo de tu canción.

Espera y verás la luz. Espera y verás el sol de justicia que es Jesús. Al fin y al cabo, el llanto puede durar una noche —y hay noches que parecen muy largas—, pero la alegría vendrá por la mañana.