Flann O’Brien

 

 

La gente corriente
de Irlanda

(Lo mejor de Myles na gCopaleen)

 

 

Prólogo de

Antonio Rivero Taravillo

 

Traducción de

Antonio Rivero Taravillo

 

 

019

 

 

Flann O’Brien (Brian O’Nolan, Strabane, Tyrone, 1911 - Dublín 1966). Escritor irlandés. Trabajó para la Administración Pública desde 1935 hasta 1953. También colaboró durante 26 años en el Irish Times con el seudónimo de Myles na gCopaleen, ya que al ser funcionario no podía escribir con su nombre. En sus artículos retrataba con un estilo mordaz la política de su tiempo. Su estilo y el argumento de sus libros son muy originales y fueron alabados por Samuel Beckett y James Joyce, quien, ya prácticamente ciego, leía sus novelas con la ayuda de una lupa. Joyce dijo de O’Brien y de este libro: «Un escritor auténtico, con el verdadero espíritu cómico. Un libro realmente divertido». En Nórdica Libros estamos entusiasmados con la obra de este genial irlandés y con En Nadar-dos-pájaros hemos cumplido el sueño de publicar todas sus novelas: El Tercer Policía, Crónica de Dalkey, La boca pobre y La vida dura. En el libro El canon occidental, del famoso crítico literario Harold Bloom, aparecen El Tercer Policía y Crónica de Dalkey como dos de las obras más importantes de la literatura en lengua inglesa.

 

 

 

 

Esta obra ha sido publicada con una subvención de la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura para su préstamo público en Bibliotecas Públicas, de acuerdo con lo previsto en el artículo 37.2 de la Ley de Propiedad Intelectual.

 

© 1968 by Evelyn O’Nolan
© Del prólogo y la traducción: Antonio Rivero Taravillo

Edición en ebook: julio de 2021

 

© Nórdica Libros, S.L.

C/ Fuerte de Navidad, 11, 1.º B

28044 Madrid (España)

www.nordicalibros.com

 

ISBN: 978-84-18930-08-9

 

Diseño de colección: Filo Estudio

Corrección ortotipográfica: Ana Patrón y Susana Rodríguez

Composición digital: leerendigital.com

 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

 

La gente corriente de Irlanda

 

 

CubiertaEste divertidísimo libro reúne lo mejor de la columna «Cruiskeen Lawn», de Flann O’Brien, publicada en el periódico The Irish Times a lo largo de casi treinta años. O’Brien escribió los artículos bajo el seudónimo de Myles na gCopaleen tratando todo tipo de temas: desde el sistema de justicia, la burocracia y los inventos inverosímiles a los clichés y el uso «gastado del idioma». Especialmente divertidas y agudas son las columnas que tienen como tema el mundo del libro.
Estas páginas se pueden leer como una novela sobre Irlanda y su gente, y están repletas de humor surrealista y sátira dirigida a los irlandeses y sus preocupaciones. Por encima de todo, el libro, que contiene dibujos realizados por el propio O’Brien, muestra su dominio de la lengua y un estilo inimitable que ha cautivado a miles de lectores en todo el mundo.
 
Humorístico, satírico, escritura loca.... Myles, al igual que se decía de los antiguos poetas gaélicos, es capaz de matar con una sátira.
The New York Times

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Índice

 

 

Portada

La gente corriente de Irlanda

Prólogo

La gente corriente de Irlanda

LA AIEAAM, etc.

EL HERMANO

LA GENTE CORRIENTE DE IRLANDA

GABINETE DE INVESTIGACIÓN

EL TRIBUNAL DE ARBITRAJE DE CRUISKEEN

EL TRIBUNAL DEL DISTRITO

SIR MYLES NA gCOPALEEN

LOCOS POR LAS LOCOMOTORAS

KEATS Y CHAPMAN

EL CATECISMO DEL CLICHÉ DE MYLES NA gCOPALEEN

CRÍTICA, ARTE, LETRAS

EL IRLANDÉS Y TEMAS RELACIONADOS

PELMAS

MISCELÁNEA

APÉNDICE

Promoción

Sobre este libro

Sobre Flann O’Brien

Créditos

 

Si te ha gustado

La gente corriente de Irlanda

te queremos recomendar

Agua y otros cuentos

de Torgny Lindgren

 

Dos cartas

Carta I

Agua

A la Diputación provincial de Ume.

Hay agua que es fría y densa como la piedra, no puedes beberla, y hay agua que es tan ligera y floja que no sirve de nada beberla, y hay agua que palpita cuando la bebes provocando escalofríos, y hay agua que es amarga y que sabe a sudor, y algunas aguas están, por así decirlo, como muertas, las arañas de agua se hunden en ellas como si fuesen aire. Sí, las aguas son casi como las arenas de la playa, son incontables.

Por lo tanto ese papel que ustedes nos han mandado de la Diputación para que les contemos cómo andamos de agua, no vale para nada, el agua no cabe en dos líneas, si uno ha vivido setenta años como yo he vivido sabe tanto sobre el agua que la Diputación quedaría ahogada bajo tanto conocimiento.

Así es que no cuento todo.

Cuando nos mudamos aquí a Kläppmyrliden, le compramos la casa a Isak Grundström, tenía seis hijos y le parecía demasiado pequeña, nosotros, Teresia y yo, no teníamos hijos, llevábamos cinco años de casados, Isak Grundström se iba a mudar a Bjurträsk a trabajar en el aserradero, entonces nos engañó en lo tocante al agua.

Estuvimos aquí en marzo viendo la casa y preguntamos: Cómo está lo del agua.

Bien, dijo Isak Grundström. Siempre hemos tenido agua.

Y fuimos con él hasta el pozo, por el sendero que había en la nieve, detrás del cobertizo, y echó el pozal al pozo, era bastante profundo, veinticinco pies dijo, y se oyó cuando el pozal dio en el agua y luego Grundström movió la cadena para que el pozal se llenase bien y luego lo subió y era un agua clara aunque ligeramente amarillenta. Y cogí el cazo y la probé.

Bien, dije. Aunque casi tiene como un olor a humo. Y un sabor a aire. Yo diría que me recuerda el sabor del agua del deshielo.

Y entonces él cogió el cazo y bebió.

Sabe a roca, dijo. Se nota que es agua de pozo.

Sí, dije. O agua de deshielo.

No, dijo. Agua de pozo.

Pero por qué ponernos a discutir sobre el agua, en todo caso era agua, entonces dije:

El agua nunca les sabe igual a dos personas.

Aquí en Kläppmyrliden nadie se ha quejado nunca del agua, dijo.

Es como una costumbre esto del agua, dije. Cuando uno ha bebido un agua cierto tiempo entonces tiene el cuerpo como lleno de esa agua. Y después uno ya no siente su sabor.

Así es que compramos Kläppmyrliden.

Pero el primer invierno que vivimos aquí, hacia la Candelaria, el pozo se secó.

Y preguntamos a la gente, a los vecinos, cómo podía ser que el pozo se hubiese quedado vacío. El año pasado cuando estuvimos aquí para ver la casa había agua. Y además Isak Grundström nos dijo que nunca se secaba.

Ese pozo se seca todos los inviernos, dijeron los vecinos. Y algunos veranos secos.

Y hasta nos dijeron:

Por eso se marchó Isak Grundström. Por el agua.

Pues el año pasado tenía agua, dije.

Qué va, dijeron. Pero Isak Grundström sabía que le ibais a preguntar por el agua. Así es que llenaron el pozo antes de que vinieseis, fundieron nieve en el caldero de la colada, tres días estuvieron trajinando con el agua, la llevaron en cubos hasta el pozo, Isak y Agda y los seis hijos.

Así es que llenaron el pozo de agua de nieve derretida, dije.

Sí.

Así nos engañaron.

Aunque en realidad yo comprendía a Isak Grundström, nunca hubiese podido vender Kläppmyrliden si hubiese dicho que tenía el pequeño pero de que el pozo se secaba en febrero, y aun así fue de milagro que logró venderla.

Y a nosotros nos bastaba, solo éramos Teresia y yo.

Primero lo intenté en el manantial de Kläppkallkällan, está en el bosque a solo un kilómetro, pensé que podríamos llevar el agua hasta casa, y perforé el hielo con un pico, pero el hielo terminaba en fango, el manantial no era más que una capa de fango helado hasta el fondo.

Después no nos quedó más remedio que coger nieve y fundirla en el caldero de la colada. Era un agua algo amarillenta, y tenía como olor a humo y sabor a aire.

Y dije: En el verano cavaré algún pie más en el pozo.

Y así lo hice. En mayo volvimos a tener agua, antes de San Juan vaciamos el pozo sacando el agua con pozales y me fabriqué una escalera de veinticinco pies para poder bajar y seguir cavando, seguro que cavé más de dos pies, y Teresia me ayudaba subiendo con el pozal lo que yo cavaba, era arena arcillosa, y manó agua, tanta que casi no podía seguir cavando. Y dije:

Ya nunca nos quedaremos sin agua.

Y ese invierno nos las arreglamos hasta el domingo de ayuno. Pero luego se secó. Así es que seguimos derritiendo nieve hasta la Semana Santa, entonces llegó el agua del deshielo.

Por cierto que era un agua buena, el agua del pozo, era clara aunque quizá un poco dulzona.

Y cuando llegó el verano, volví a cavar.

No era muy difícil de cavar, bastaba con el pico y la pala. Y pasó lo mismo que el verano anterior, manó de tal manera que tuve que trabajar chapoteando en el agua todo el tiempo y eso que Teresia la sacaba a pozales sin parar.

Pero no había cavado más de un pie cuando llegué a la roca, la roca primigenia. Y pensé: No puedo seguir, esta vez se acabó. Pero voy a continuar cavando hasta dejarlo limpio, hasta dejar la roca limpia de forma que el pozo tenga el fondo como el suelo de un salón, y la limpié con las manos para que no quedase ni un puñado de tierra o de barro, y cuando lo estaba haciendo sentía la roca en las manos como si fuese hielo, debía de haber un agujero en algún sitio, había una grieta en la roca exactamente igual que suele haber en el hielo que cubre los lagos, y tuve la mala suerte de abrir esa grieta, y el agua que se había acumulado alrededor de los pies desapareció, el pozo se secó en un instante, fue como si la roca absorbiese ávidamente el agua, hasta se oyó un chasquido como cuando se descorcha una botella, y no quedó ni siquiera el rastro que puede dejar el rocío.

Pero Teresia dijo:

No puedes hacer más, no es culpa tuya. En lo tocante a la profundidad no hay persona que pueda saber qué es lo adecuado. Dónde hay que parar de cavar.

Así es que después nos quedamos completamente sin agua.

Y no tuve más tiempo de cavar aquel verano.

El verano es breve, como la caída de una estrella fugaz.

Aquel invierno traíamos el agua de Kläppkallkällan y cuando el fondo se quedó helado derretimos nieve en el caldero de la colada.

Y yo le hice una especie de yugo a Teresia para que pudiese traer dos pozales a la vez, le di la forma de la nuca y los hombros para que no le hiciese daño innecesariamente, ni rozaduras, y Teresia me dijo que aquello era como una bendición, el yugo.

Si hubiésemos tenido hijos ellos podrían haber acarreado el agua.

Pero ninguno de nosotros dijimos nada sobre ello, no podíamos tener hijos, el yugo de la esterilidad es algo muy duro de soportar. Más pesado aún para Teresia.

Cuando volvió a ser verano cavé junto a la leñera, Teresia sacaba los pozales de tierra, cavé dieciocho pies, entonces llegué a la roca, y ni una gota de agua, ni siquiera estaba húmeda la tierra.

Y le dije a Teresia:

Este ladera es todo roca, un montón de tierra seca, es como el desierto de Sin.

Aunque allí en las Escrituras dice algo sobre los manantiales de las grandes profundidades, dijo Teresia.

Sí, le dije, pero hay que encontrarlas.

Sí, dijo ella. Las fuentes de las grandes profundidades están escondidas, eso dicen también las Escrituras.

Me va a matar, esto del agua, dije.

No es el agua, dijo entonces Teresia, es todo lo contrario.

Pero en el verano volveré a cavar, dije, cavaré junto a los viejos pozos, seguro que allí habrá agua.

Sí, dijo Teresia. Porque en algún lugar tiene que estar el agua. Solo que está escondida como el buen vino en las bodas de Caná.

Y sí que había agua, insensatamente demasiada agua. Era la primera semana de junio cuando cavé, y al tercer día ya no podíamos sacar el agua en pozales, no dábamos abasto, Teresia estaba completamente agotada, yo había dado con una veta de agua, en la arena, y dijimos:

Ahora sí que por lo menos tendremos agua mientras vivamos, este pozo no se secará nunca. Por lo menos tendremos agua.

Y no eran más que diez pies.

Pero el agua necesita tiempo para aclararse, siempre está turbia cuando se ha acabado de cavar, barro, fango y tierra, el pozo necesita un par de días, pero después nunca estaremos sin agua, dijimos. Y le daremos las gracias a nuestro Señor por esto, lo único que, al fin, nos ha sido concedido: el agua.

Aunque la probamos, claro.

Y dijimos: No, todavía sabe demasiado a tierra.

Pero cuando hubo pasado una semana el agua todavía no estaba clara, era marrón amarillenta y la superficie destellaba como el arco iris, y tuvimos que decir, no, no sabe a tierra, a lo que sabe es a hierro.

Aunque servirá para los animales, dijimos.

Pero no: ni siquiera las vacas se decidían a beberla, parecían como aterradas y mugían violentamente apartando la cabeza cuando se la poníamos delante, así es que no me quedó más remedio que rellenar el pozo nuevo y ya no tuve más tiempo de cavar aquel verano. Recuerdo que nos había nacido un ternero muerto y que lo eché al fondo del agujero y luego lo rellené, qué ventajas saca el hombre de todas sus fatigas, quedó como un montículo sobre el ternero.

Aquel invierno creímos que esta vez, sí, por fin. Teresia estaba segura en octubre, no se sentía bien, tenía náuseas y no toleraba ningún alimento excepto la cecina de cerdo, y yo dije que era como un milagro, era como cuando Moisés golpeó con su cayado en la roca. Estábamos como desasosegados y nos alegramos mucho, hasta la ayudé a traer agua a pesar de que los vecinos decían: Vaya, desde cuándo es eso un trabajo de hombre, el traer agua.

Pero en diciembre Teresia tuvo un aborto, iba a echar la nieve en el caldero de la colada y fue como si algo se le hubiese roto en la espalda.

Aunque se recuperó pronto, Teresia siempre ha tenido una naturaleza fuerte, si yo no hubiese tenido a Teresia no sé, no sé. Y nadie tenía la culpa de nada, cómo iba a poder tener alguien la culpa de algo.

Entonces en el invierno, en febrero, oí hablar de un pocero de Strycksele llamado Johan Lidström, solía andar con su vara de zahorí y no se equivocaba nunca, y cuando él señalaba el lugar allí cavaba, y si no salía agua nunca quería cobrar.

Así es que le envié recado con Andreas Lundmark, que en todo caso iba a pasar por Strycksele camino de Vindeln, le dije lo que tenía que decirle a aquel Lidström, que no estábamos contentos con el agua en Kläppmyrliden y que no íbamos a rechazar su ayuda si le parecía que iba a tener tiempo.

Y el lunes después de Pentecostés, llegó. Era alto y delgado y un poco cargado de espaldas, quizá por aquello de tanto cavar, y estaba lamentablemente seguro de sí mismo y era bastante soberbio, parecía que era como un médico de aguas.

Y le conté lo que habíamos pasado en el asunto del agua.

Ahora hace siete años que vivimos aquí, dije. Sin agua. Y he cavado de verdad, he cavado tanto que casi me he quedado cheposo.

Quería que nos entendiésemos, que nos cayésemos bien.

Tú no has hecho más que cavar a la buena de Dios, dijo. Has andado como un ciego en las tinieblas.

No, le dije. He cavado con la misma sensatez que cualquier otro. Tú mismo puedes ver los puntos en los que he cavado.

El agua es asombrosa, dijo. Es impenetrable. Es como una ciencia.

Sí, dije. Y no se puede vivir sin ella.

La gente corriente no debería tratar de meterse en esto del agua, dijo. Esos que no tienen los conocimientos necesarios.

Cuando uno no tiene agua cava en plena desesperación, dije.

Cavar presa de la desesperación, dijo, nunca da resultado. El agua no se preocupa de que alguien grite o se queje. Al agua no se la puede coger por sorpresa.

Pero uno puede llegar a una vena de agua, dije. Como por un capricho del destino.

Sí, dijo. Y eso es casi lo peor. La vena de agua es sensible como el ojo de un niño. La vena de agua es delicada como un espejismo. La gente no hace más que destruir las venas de agua cavando.

Pero tú, tú no te equivocas nunca, dije. A ti no te sale nunca mal lo del agua.

Nunca, dijo. He aprendido a tomarme esto del agua en serio. Las corrientes de agua en el interior de la tierra son como las venas en el cuerpo humano.

Y añadió:

El rey y el Parlamento deberían promulgar una ley sobre el agua. Para que la gente no pudiese cavar de cualquier manera. Y el mundo va hacia delante. Progresa. Estoy convencido, dijo, estoy convencido de que pronto o tarde se verán obligados a escribir una ley así.

Hacer pozos es como traer un niño al mundo. La vida y el agua, es lo mismo.

Y era realmente minucioso, se tomaba su tiempo, se pasó dos días enteros dando vueltas, sólo mirando. Observaba la hierba y levantaba los tepes y olía la tierra y llevaba la vara, era de abedul fresco, y se arrastraba a cuatro patas y tocaba la tierra con los dedos y se tumbaba sobre el vientre y se quedaba totalmente inmóvil, sostenía que a veces hasta oía cómo chapoteaba el agua en el interior de la ladera, o hundía una barra de hierro en el agujero y luego medía. Quería que nosotros viésemos con toda claridad lo extraordinario que era esto del agua, que era ciencia y arte.

Y por fin, la mañana del tercer día, dijo:

Este es el sitio, aquí voy a cavar.

Era detrás de la leñera, allí donde crecen las frambuesas, allí lo que más hay es gravilla y arena.

Veinte pies, dijo. Veinte pies, pero luego habrá agua de por vida. Y para los hijos caso de tenerlos, hasta la tercera o cuarta generación.

Yo podría cavar al principio, dije. Solo la primera capa. Antes de llegar al agua. No quiero, ni mucho menos, estropear la vena de agua, dije.

No, dijo. Cavaré yo todo. Es el principio de las cosas lo que determina el final.

Y era un buen pocero, conocía bien su oficio. No se movía deprisa pero era ágil y despachaba con eficacia el trabajo, yo me senté a la entrada del granero a reparar los rastrillos y de vez en cuando me daba una vuelta por su lado, era como si se hundiese en la tierra, más o menos un pie por hora.

Y cuando hubo llegado a una profundidad que no le dejaba visible más que la cabeza cogí el pozal y la cadena para ayudarle a sacar la tierra poco a poco, era muy cuidadoso con las esquinas y cavaba en forma cuadrangular, no circular.

Y se lo dije:

Yo siempre he cavado pozos redondos. No cuadrados.

Sí, dijo, ya lo sé. La gente suele cavar pozos redondos. Creen que hay que cavar redondo.

Tuvimos que sacar un par de pedruscos con la palanca de arrancar los tocones. Y le dije que habíamos tenido suerte de que no era roca primigenia.

Lo sabía, dijo. Yo nunca cavo donde hay roca primigenia.

El sábado por la tarde, había llegado a los diecisiete pies, él tenía como una plomada para medir la profundidad.

El lunes, dijo, el lunes llegaremos al agua. Entonces verás lo que es un chorro.

Y se pasó allí todo el domingo, se mantuvo en la proximidad del pozo pero no cavó, anduvo dando vueltas y patadas a la tierra y a ratos se sentaba en el montón de tierra que había sacado, se quedaba sentado pensando.

Pero Teresia me dijo la noche del domingo:

¿Crees que va a encontrar agua?

Sí, le dije. Parece estar como muy seguro.

No creo que encuentre ninguna vena de agua, dijo entonces Teresia. Fanfarronea demasiado. Es todo vanidad.

Si uno ha encontrado tanta agua como él, tiene derecho a sentirse orgulloso, dije.

Creo que el que va a encontrar agua, ese debe ser humilde, dijo Teresia. Debe sentir algo así como amor.

Y pensé en cómo había cavado yo todos esos años y ni una gota.

No debes ser supersticiosa, dije. O hay agua o no la hay.

Y yo creo en él.

A la hora de comer, el lunes, había cavado veinte pies. Y le grité preguntándole:

¿Ves agua, Lidström?

Aún no, contestó. Pueden faltar unas pulgadas.

Pero después de que hubimos comido y volvimos a salir y él bajó, estaba todo tan seco como cuando habíamos entrado a comer.

Y me gritó: Voy a sacar unas paladas más.

Y siguió cavando.

Si ahora la Diputación quiere de verdad saber cómo hemos estado en la cuestión del agua.

Cuando hubo cavado veinticinco pies, era martes, lo escribí ahí en el calendario, entonces le grité por primera vez:

No creo que haya agua en este lugar.

Y él me gritó de vuelta:

Estoy seguro de que hay agua. Yo no me doy por vencido.

Así es que no había otra cosa que hacer que seguir allí en el borde del pozo y sacar los pozales de tierra que llenaba en el fondo y yo la tocaba con la mano y solo era tierra seca. Y Teresia vino y se quedó a mi lado y yo le dije es tierra seca y nada más.

Y entonces ella dijo:

Creo que el que peor lo va a llevar es este Lidström. Tú y yo nos las arreglamos, no estamos mimados con esto del agua. Pero creo que él no va a aguantar una ignominia así.

Así es que tú lo crees, dije. Que nunca en su vida se ha equivocado en materia de agua.

Sí, dijo ella. Lo creo. Pobre hombre.

No tendría que estar tan seguro y ser tan arrogante, dije. Aunque suele tener suerte con el agua.

Debemos tratar de encontrarle algún consuelo, dijo Teresia. Empanada de riñones. Voy a hacerle una empanada de riñones.

Sí, dije. Porque no va a cobrar por este pozo seco ni cinco.

Y tuve que seguir añadiendo peldaños a la escalera sin parar.

Y no probó la empanada de riñones, le era imposible aguantar el olor, dijo.

Cuando llegó a los treinta y cinco pies, le pregunté:

¿No habrá roca pronto?

Y contestó:

Quedan diez pies hasta la roca. Y sobre la roca está el agua.

Pero en todo caso parecía estar un poco tristón, cuando cenamos y tomamos café no dijo una palabra, y después de las gachas de la noche se fue inmediatamente a la cama. Dormía en el desván.

Aunque el jueves por la mañana, justo cuando iba a volver a bajar al pozo, dijo:

Esto es algo serio. Los hay que cavan pozos a ojo de buen cubero. Pero para mí es algo muy serio.

Y se veía que era verdad.

Pero cuando vi en la plomada que andábamos por los cuarenta y dos pies, le grité:

Oye, Lidström, esto es totalmente inútil. Ya es hora de dejarlo.

Pero contestó, aunque no se oyó muy bien, porque cuarenta y dos pies para un pozo es profundidad:

Solo unas pulgadas más. O algún pie. Luego, el agua.

Pero le contesté:

Te equivocas. Te engañas a ti mismo. Esta tierra es más seca que el desierto de Sin.

Y él me contestó a gritos:

No seas tan tozudo. Basta con que subas los pozales.

Y yo le dije:

Ya no me importa nada este pozo. ¡Que se lleve el diablo este pozo!

Entonces él gritó:

Quién es aquí el que en realidad entiende de agua. ¿Eres tú o soy yo?

Y luego movió la cadena como señal de que el pozal estaba lleno, y lo subí. Un pie más, pensé. Y después se acabó. Después que suba él sus pozales de tierra por la escalera.

Y el sábado por la mañana, pronto íbamos a descansar para tomar el café de la mañana, íbamos por los cuarenta y cinco pies.

Lidström, grité. Lidström. Ni una pulgada más. Ni un grano de arena.

Pero me contestó:

Tú no tienes que mezclarte en esto. Voy a cavar tan hondo como me parezca.

Y grité:

Has prometido cavar tres pozos más en Norsjö este verano.

Sí, contestó. Pero los cavo de uno en uno.

Pero yo tengo otras cosas que hacer más importantes que estar aquí subiéndote los pozales, dije. No puedo pasarme aquí todo el verano.

Cuando mane el agua, entonces me estarás agradecido, gritó. Por no haberme rendido solo porque había que cavar unas pocas pulgadas más de lo que habíamos pensado.

Y yo oía desde arriba cómo seguía dándole a pico y pala mientras hablábamos.

Pero Lidström, grité, es que no entiendes lo que te digo. Es hora de dejarlo. Sube de una vez. Se ha terminado.

Y entonces me gritó desde el fondo de su agujero, desde aquel pozo que tal vez era ya el pozo más profundo de Norsjö:

Tú no me vas a dar órdenes. Cavo tan hondo como quiera. Tengo mi libertad.

Soy un hombre libre.

Y un hombre libre cava tan hondo como quiere.

Y entonces fue como si ya se me hubiese agotado la paciencia, tenía la impresión de que iba a verme obligado a bajar a buscarlo y subirlo a cuestas por la escalera.

Pero la ladera es mía, grité. ¡Este terreno en el que estás cavando es mío! Soy yo el que decide si algún extraño puede venir aquí y ponerse a cavar profundos agujeros secos. No hay forastero que pueda venir aquí y ponerse a mandar en esta pedregosa ladera.

Y di una buena patada en el suelo, así de enfadado estaba. Con el pie derecho, fuerte, en la ladera.

Y entonces abajo en el pozo sonó como la lluvia en el tejado de un granero, era la pared sur del pozo que cedía, no estaba bien asegurada, y di un salto de unos pasos hacia atrás, porque los cantos superiores del pozo cedían también, tampoco había humedad que sujetase la tierra así es que todo se derrumbaba como la arena en el reloj de arena, era como cuando la nieve llena la huella de un pie en invierno, todo el pozo desapareció como si hubiese estado cavado en el mar y ahora el agua volviese a su sitio, del pozo no quedaba más que una pequeña depresión, del pozo de cuarenta y cinco pies.

Y yo me sentía impotente.

Y le grité a Teresia que estaba en casa y salió y nos quedamos allí un rato, ella tenía lágrimas en los ojos, y dijo: ¿Habrá sufrido?

Todo fue muy rápido, dije. Hasta creo que aún debe estar de pie. Está de pie a una profundidad de cuarenta y cinco pies.

Trató de hacer todo lo que podía, dijo. Era lo único que quería. Hacer lo que podía.

Le dije que subiese, dije. Si hubiese hecho lo que le decía, no habría ocurrido esto.

Sí, dijo. Era un cabezón. Pero quizá esos sean así. Los poceros.

Y después tuve que ir a Norsjö, no sabía muy bien lo que había que hacer en un caso así.

Está allí de pie, a cuarenta y cinco pies de profundidad, le dije al cura. Y tardaría todo el verano en sacarlo.

Y el cura pensó un buen rato. Luego me dijo:

En el mar la bendición a los difuntos para su descanso eterno se les da inmediatamente en el lugar de la muerte. Los que pierden la vida en el mar no son pescados de las profundidades para ser luego sepultados en tierra sagrada. Y este pocero Lidström, ese que está de pie a cuarenta y cinco pies de profundidad, es como un marinero que se ha ahogado en su mar.

Así es que me volví a casa y rellené el agujero, devolví toda la tierra, la arena y la gravilla, que quedaba de la que había sacado Lidström y lo dejé liso como estaba y planté unos frambuesos, y Teresia hizo una corona de ramas de serbal, y dos semanas después vino el cura y celebró el entierro, sí, se llamaba entierro me dijo cuando le pregunté si realmente era absolutamente necesario, de la tierra has venido, a la tierra volverás. Y él se había enterado por el cura de Vindeln que ese Lidström no tenía familia o allegados en Strycksele, era un lobo solitario y el cura leyó un verso de Mateo sobre el agua: Y aquel que le diere a beber un vaso de agua fresca a uno de estos pequeñuelos, no dejará de percibir su recompensa.

Y Teresia le dijo al cura:

Sostenía que había cavado más de cien.

Pero nos quedamos sin agua.

Y le dije muchas veces a Teresia: Si hubiera una sola persona a la que no le importase el agua. Entonces venderíamos Kläppmyrliden a esa persona. Pero nosotros estamos atrapados en Kläppmyrliden.

Pero Teresia dijo que cada día tiene su afán, los días pasan de uno en uno, no se necesita traer más agua desde Kläppkallkällan o derretir más nieve de la que necesitamos para el día. Y solo somos nosotros dos.

Y solo somos nosotros dos.

Pero yo le dije:

Piensa en la vejez, Teresia. Quién nos traerá agua. Y derretirá nieve.

Y en eso tuvo que darme la razón.

Así es que aún traté de cavar en algunos lugares. Aunque sabía que era inútil. Cavaba en tierra seca y arcillosa, me sentía como obligado a cavar algún agujero vacío cada verano. La arena seca es como un colador para el agua, es como un cedazo y como un cubo sin fondo.

Los vecinos, todos ellos tenían agua. En Lakaberg e Inreliden, y en Böle y Avabäcl y en Armträs, en todos los sitios tenían agua. Así es que nosotros vivíamos como aislados, la gente lleva muy buena cuenta de los que no tienen agua. Y nosotros éramos una pareja sin hijos que no tenía agua, así es que...

Éramos como Kläppmyrliden. Y Kläppmyrliden era como el desierto de Sin. Hay una sequía incurable de la vida.

Cuando ya habían pasado quince años desde el verano en que Lindström estuvo con nosotros, sí, así decíamos aunque en realidad él seguía estando con nosotros, era el decimoquinto verano, fue un verano insoportablemente seco, entonces un día estaba donde los pequeños abetos al este del granero, estaba afilando las estacas para los almiares del heno. Entonces llegó Teresia, venía de la casa, con la cesta del café, llevaba un pañuelo atado en la cabeza y el delantal grande, el delantal de repostera.

Y ya no éramos jóvenes, yo tenía cincuenta y ocho y ella cincuenta y siete.

Y yo esto no se lo diría a cualquiera. Pero a la Diputación quiero decirle la verdad. Ya que la Diputación pregunta por el agua.

Y nosotros no solíamos tener ya relaciones, esas relaciones que los esposos suelen tener, las fuerzas no alcanzan para todo, a uno se le agotan las fuerzas tratando de salir adelante en Kläppmyrliden. Y era como esfuerzo vano.

Y nos sentamos en la hierba, ella había horneado un bizcocho y había traído agua fresca en una jarra, y bebí agua mirándola, qué arrugada está y el cabello gris y qué prominentes tiene los pómulos, más salidos que antes, y tenía un hombro más bajo que el otro y una especie de bulto en la nuca, seguro que era por el yugo de traer agua. Y pensé: Quizá debería sacar tiempo para hacerle otro que se adaptase a su cuello como un chal.

Y fue como si hubiera oído mis pensamientos, porque dijo:

He pensado en el agua. Puede que hayamos sido demasiado pejigueros en lo tocante al agua. Tanto que no haya encontrado salida. Tal vez si no la hubiésemos estado buscando tan desesperadamente, habríamos tenido agua suficiente y más.

Ha sido siempre tan supersticiosa en lo tocante al agua, Teresia.

Pero no dije eso, no se lo dije, sino que me acerqué un poco y le pasé el brazo derecho por la cintura, porque ha sido siempre como una tristeza entre nosotros lo del agua, y ella apoyó la cabeza en mi pecho y nos tumbamos en la hierba y entonces tratamos de hacer lo que no habíamos hecho en años, fue una cosa que nos vino así, espontáneamente.

Fue una iluminación, una ocurrencia.

Y luego, después de un rato, me vi obligado a decir: No me viene. No puedo más.

Entonces dijo Teresia:

No importa. Hay tantas cosas que no se pueden terminar. Y yo solo quería que probases el bizcocho.

Hay tantísimas cosas que no se pueden terminar.

Esa paciencia de Teresia, es como una bendición.

Y luego me dijo:

Tengo la espalda mojada.

Y entonces le dije:

No es posible. Esto es tan seco como el desierto de Sin.

Toca, pues, dijo sentándose.

Y la toqué con la mano y estaba mojada como tras un aguacero.

Tal vez deberías tentar a la suerte y cavar en este sitio, dijo.

No, dije. Por aquí seguro que he cavado diez veces.

Pero si te lo pido, dijo.

Entonces me vi obligado a ir a por la pala y ella estaba allí mientras yo cavaba, cavaba justo donde ella había estado tumbada en la hierba, la hierba estaba resplandeciente como tras el rocío, y el agua manó casi inmediatamente, no había cavado ni dos pies, era un chorro como el puño y se desbordó por encima de los bordes, era realmente una fuente de verdad.

Sí, esto es lo que nos ha pasado en lo tocante al agua, es una buena fuente, ni dulce ni amarga, no sabe a agua de deshielo ni a roca, y para protegerla le he construido como un brocal, y lo terminaré el año que viene y le haré una tapa, no se hiela en invierno, y puedo pues contestarle a la Diputación que sí, que tenemos agua, tenemos agua hasta que nos muramos y dejaremos agua después de nosotros, y se llama la fuente de Teresia.

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Prólogo