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Leonardo Boff

 

 

 

 

 

San José,

la personificación del Padre

 

 

 

 

 

 

 

Título original: Sao José, a personificafao do Pai

 

© 2005 Leonardo Boff

 

 

 

© 2006 Ediciones Dabar, S.A. de C.V.
Mirador, 42
Col. El Mirador
04950, CDMX
Tel. (55) 5603 3630, 5673 8855
e-mail:
contacto@dabar.com.mx
www.dabar.com.mx

 

 

 

ISBN: 978-607-612-217-4
H
echo en México

 

 

 

 

Traducción: Francisco Soto

Disefío de portada: Guillermo Ruiz Contreras - Ricardo Aguilar

Diagramación: Irma García Cruz

ÍNDICE

PREFACIO

EL EVANGELIO DE JOSÉ

l. La genealogía de su hijo Jesús

2. La anunciación del nacimiento de su hijo Jesús

3. El nacimiento de su hijo Jesús

4. La huida a Egipto

5. La familia va a vivir en Nazaret

6. La presentación de Jesús niño en el Templo

7. Jesús en el Templo a los 12 años

8. El hijo de José, el carpintero

I CÓMO HABLAR DE SAN JOSÉ HOY

l. El rescate de la figura de san José

2. El objetivo de nuestra reflexión

3. San José nos ayuda a entender más a Dios

4. De la oscuridad a la luz plena

II ACLARAR MALENTENDIDOS Y ESTEREOTIPOS

l. José, ¿un hombre sin mujer?

2. ¿Una familia de desiguales?

3. José, ¿anciano y viudo?

4. ¿Había amor entre José y María?

5. ¿Tiene sentido un matrimonio entre María y José?

III SAN JOSÉ EN LA HISTORIA: ARTESANO, PADRE, ESPOSO Y EDUCADOR

l. José, el artesano carpintero

2. José, esposo de María

3. José, padre de Jesús

4. Los hermanos y las hermanas de Jesús

5. José, varón justo

6. José el nazareno, el "severino"

7. José cuida de la familia en el exilio y en los cambios

8. José educa a Jesús y lo introduce en las tradiciones

9. Los sueños de José

10. El silencio de José

IV EL SAN JOSÉ DE LA FE. LOS EVANGELIOS

l. La teología de la infancia de Jesús

a) La perspectiva de san Mateo acerca de José

b) La perspectiva de san Lucas sobre José

2. La teología de san Lucas acerca de José

3. La teología de san Mateo acerca de José

4. Elementos comunes en las dos teologías

V EL SAN JOSÉ DEL IMAGINARIO: LOS APÓCRIFOS

1. Los apócrifos: la imaginación de la fe

2. Los apócrifos de san José

a) El proto-evangelio de Santiago

b) José en el evangelio del seudo-Tomás

c) La historia de fosé el carpintero

d) Diálogos de Jesús, Maria y José

e) El evangelio árabe de la infancia de Jesús

j) El evangelio del seudo-Mateo

g) El evangelio del nacimiento de María

VI EL SAN JOSÉ DE LA RAZÓN: LA REFLEXIÓN TEOLÓGICA

l. San José en la historia de las ideas teológicas

2. San José en el culto de la Iglesia y en los documentos pontificios

VII EL SAN JOSÉ DE DIOS: EL ORDEN DE LA UNIÓN HIPOSTÁTICA

¿Qué es el orden hipostático?

l. San José participa de la economía de la salvación

2. San José pertenece al orden hipostático

3. La pertenencia al orden hipostático, una idea pacífica

4. San José, la "sombra" del Padre

5. San José, la personificación del Padre

VIII SAN JOSÉ DEL PADRE: LA PERSONALIZACIÓN

1. Dios es Trinidad y se revela como es

2. La personificación del Padre en José

3. Categorías bíblicas de la morada de Dios

IX LA FAMILIA DIVINA EN LA FAMILIA HUMANA

1. La Santísima Trinidad no es número, es comunión de diferentes

2. La Santísima Trinidad es la Familia divina

3. La Familia divina se personifica en la familia humana

4. Una realidad dinámica y tensa

X EL PADRE CELESTE EN EL PADRE TERRENO

l. El ser, el hacer y el relacionarse del Padre

2. El Padre es Padre del Hijo antes de ser el Creador

3. José, padre terreno y connatural al Padre celeste

4. ¿Tenía san José conciencia de ser la personificación del Padre?

XI LA FAMILIA A LA LUZ DE LA SAGRADA FAMILIA

1. La familia: utopía y realidad

2. La familia y las transformaciones hist6rico-sociales

3. Desafíos de las nuevas formas de cohabitación

4. La sagrada familia y la familia moderna

XII LA FIGURA DEL PADRE A LA LUZ DE SAN JOSÉ

1. El eclipse de la figura del padre

2. La sociedad de la Gran Madre y la crisis del padre

3. El principio antropológico del padre y los modelos históricos

4. San José, padre ejemplar

CONCLUSIÓN
TODA LA SANTÍSIMA TRINIDAD ESTÁ ENTRE NOSOTROS

1. Una visión completa y totalizante de Dios

2. La espiritualidad de lo cotidiano

3. San José, patrono de la "Iglesia doméstica"

4. La espiritualidad de la "gente buena"

BIBLIOGRAFÍA

PREFACIO

 

 

 

Cinco veces aparece la palabra sueño en el Nuevo Testamento y de ellas cuatro se refieren a José, quien, convencido por un ángel, hace lo contrario de lo que estaba pensando.

No abandones a tu mujer. José, por supuesto, podía pensar cosas como ésta: "¿Q van a pensar los vecinos?"

Vete a Egipto. "Pero ya me he establecido aquí como carpintero, tengo mi clientela, ¿cómo voy a abandonar todo ahora?"

Regresa de Egipto. El santo José pudo haber pensado de nuevo: "¿Otra vez, ahora que he logrado organizar mi vida y tengo una familia que mantener?"

Al contrario de lo que el sentido común aconseja, José sigue sus sueños. Sabe que tiene un destino que cumplir: proteger y sostener a su familia. Como millones de Josés anónimos, procura cumplir su tarea, aunque para ello tenga que seguir sueños ininteligibles para él. Más tarde, tanto la mujer como uno de los hijos se transforman en las grandes referencias del cristianismo. El tercer pilar de la familia, el obrero, sólo es recordado en los pesebres navideños, o por quien le tiene una especial devoción, como es mi caso y como es también el caso de Leonardo Boff.

Un libro sobre José es, por tanto, una bendición. Muestra al obre­ro, al padre, al hombre que sigue sueños, a quien provee el pan para que su hijo pueda consagrarlo. El revolucionario que acepta ser guia­do por el mundo invisible. El protector y el maestro, porque, sin los valores familiares inculcados por él, toda la historia podría haber sido diferente.

He leído aberraciones como ésta: "Jesús estuvo en la India para aprender de los maestros del Himalaya". Para mí, todo hombre aprende en la tarea que la vida le depara. Jesús aprendió mientras ha­cía mesas, sillas y camas. En el camino de las personas comunes en­contramos todas las lecciones que Dios nos da todos los días. Basta incluir la palabra amor en la lucha diaria y ésta se transforma en un oficio sagrado.

En mi imaginario, me gusta pensar que la mesa en la que Jesús consagró el pan y el vino habría sido hecha por José, porque allí esta­ría la mano de un carpintero anónimo, que se ganaba la vida con el sudor de su rostro y, justamente a causa de eso, permitía que los mila­gros se manifestasen.

 

 

 

Paulo Coelho

EL EVANGELIO DE JOSÉ

 

 

 

San José no nos dejó ninguna palabra. Nos regaló su silencio y su ejemplo de hombre justo, trabajador, esposo, padre y educador. Va­mos a hacer el inventario de los pasajes del Segundo Testamento que se refieren a él.

 

l. La genealogía de su hijo Jesús

 

En la larga lista de los antepasados de Jesús, José ocupa el último eslabón. Mateo comienza con Abrahán y termina así: 'Jacob fue padre de José, esposo de María, y de María nació Jesús, llamado Cristo" (1, 16).

Lucas comienza con José, cuyo padre no es Jacob, sino Elí, y ter­mina en Adán y en Dios. Dice así: "Cuando Jesús empezó su ministerio tenía treinta años y pasaba por hijo de José" (3, 23).

 

2. La anunciación del nacimiento de su hijo Jesús

 

Lucas narra así la anunciación:

''En el sexto mes, el Angel Gabriel fue enviado de parte de Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen, prometida en matrimonio a un hombre, llamado José, de la casa de David [. ..]. Dijo María al ángel: '¿Cómo puede ser esto, pues no conozco varón" (1, 26-27.34).

Mateo escribe así:

"[. ..] María, su madre, estaba comprometida para casarse con José; pero antes de vivir con él como esposa, quedó embarazada por la acción del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo, no quiso denun­ciar públicamente a María, sino que decidió separarse de ella de una manera discreta. Andaba él preocupado por este asunto, cuando un Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo:

-José, descendiente de David, no tengas reparo en recibir en tu casa a María, tu esposa, pues el hijo que ha concebido es por la acción del Espí­ritu Santo. Y cuando a luz a su hijo, le pondras por nombre Jesús, porque él salvard a su pueblo de sus pecados[. ..]. '

Cuando José despertó del sueño, recibió en su casa a María, su esposa, conforme a lo que le había mandado el Angel del Señor. La cual, sin que él antes la conociese, dio a luz a su hijo, al que José puso por nombre Je­sús" (1, 18-21. 24-25).

 

3. El nacimiento de su hijo Jesús

 

Lucas narra así el nacimiento de Jesús:

"Augusto, el emperador romano, publicó por aquellos días un decreto disponiendo que se empadronaran todos los habitantes de su imperio. Cuando se hizo este primer censo, Cirino era gobernador de Siria. Todos tenían que ir a empadronarse, cada uno a su ciudad natal. Por esta ra­zón, también José, descendiente del rey David, se dirigió desde Nazaret, en la región de Galilea, a Belén, el pueblo de judea de donde procedía el linaje de David. Fue, pues, alla a empadronarse juntamente con su espo­sa, María, que se hallaba embarazada[. ..].

Los pastores se dijeron unos a otros:

- 'Vamos a Belén, a ver eso que ha sucedido y el Señor nos ha dado a co­nocer:

Fueron, pues, a toda prisa y encontraron a María, a Joséy al recién naci­do acostado en el pesebre" (2, 1-5. 15-16).

 

4. La huida a Egipto

 

"Cuando ya se habían ido los sabios de Oriente, un Angel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo:

- 'Levantate, toma al niño y a su madre y huye con ellos a Egipto. Qué­date allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo:

José se levantó, tomó al niño y a la madre y partió de noche con ellos ca­mino de Egipto, donde permaneció hasta la muerte de Herodes" (Mt 2, 13-15).

 

5. La familia va a vivir en Nazaret

 

''Después de muerto Herodes, un Angel del Señor se apareció en sueños a José, alla en Egipto, y le dijo:

- 'Ponte en camino con el niño y con su madre y regresa con ellos a Israel, porque ya han muerto los que querían matar al niño:

José preparó el viaje, tomó al niño y a la madre y regresó con ellos a Israel. Pero, al enterarse de que Arquelao, hijo de Herodes, reinaba en judea en lugar de su padre, tuvo miedo de ir alla. Así que, advertido en sueños, se dirigió a la región de Galilea y se estableció en un pueblo lla­mado Nazaret. De esta manera se cumplió lo que habían anunciado los profetas: que Jesús sería llamado Nazareno" (Mt 2, 19-23).

 

6. La presentación de Jesús niño en el Templo

 

''Pasados ya los días de la purificación prescrita por la ley de Moisés, lle­varon al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor en el Templo [..]. Los padres del niño Jesús llevaban a su hijo al Templo para hacer con él lo que ordenaba la Ley { ..}. Los padres de Jesús estaban asombrados por lo que se decía de él { ..}. Después de haber cumplido todos los preceptos de la ley del Señor, volvieron a Galilea, a su pueblo, Nazaret" (Lc 2, 22. 27. 33. 39).

 

7. Jesús en el Templo a los 12 años

 

''Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén, a celebrar lafiesta de la Pascua. Cuando el niño era ya de doce años, fueron todos juntos a la fiesta, como tenían por costumbre. Después, pasados aquellos días, em­prendieron el regreso. Pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin advertir­lo sus padres. Ellos pensaban que iría mezclado entre la caravana, y así continuaron el camino durante todo un día. Al término de la jornada co­menzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos, y, en vista de que no lo encontraban, se volvieron a Jerusalén para seguir buscandolo allí. Por fin, al cabo de tres días, lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los maestros de la Ley, escuchdndolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo escuchaban estaban asombrados de su inteligencia y de sus respues­tas. Sus padres se quedaron atónitos al verlo, y su madre le dijo:

-'Hijo, ¿por qué has hecho esto? Tu padre y yo hemos estado muy an­gustiados buscandote:

Jesús les contestó:

- ¿Y por qué me buscaban? ¿No sabían que debo ocuparme de los asun­tos de mi Padre?'

Pero ellos no comprendieron lo que les decía. Después el niño regresó a Nazaret con sus padres y siguió sumiso a ellos" (Lc 2, 41-51).

 

8. El hijo de José, el carpintero

 

'Jesús fue a su tierra y se puso a enseñar en la sinagoga, de tal manera que la gente, sin salir de su asombro, se preguntaba:

- ¿Cómo sabe tanto este hombre? ¿Cómo puede hacer los milagros que hace? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No es María su madre, y sus her­manos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas ¿no viven todas ellas aquí entre nosotros?'" (Mt 13, 54-56).

"Todos le manifestaban su aprobación y estaban maravillados por las hermosas palabras que había pronunciado. Se preguntaban: ¿no es éste el hijo de José?" (Lc 4,22).

"Felipe se encontró con Natanael y le dijo:

- 'Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en el libro de la Ley del que hablaron también los profetas; es Jesús, hijo de José y natural de Nazaret' "(Jn 1, 45).

Los judíos comenzaron a criticar a Jesús porque había dicho que él era el pan que ha bajado del cielo. Decían:

- 'Éste es Jesús, el hijo de José. Conocemos a su padre y a su madre ¿Có­mo se atreve a decir que ha bajado del cielo?'” (Jn 6, 41-42).

I

CÓMO HABLAR DE SAN JOSÉ HOY

 

 

 

¿Qué se puede decir sensatamente sobre san José? Él no nos dejó nin­guna palabra. Nuestra cultura y la teología están hechas en gran parte de palabras habladas o escritas. Si éstas faltan, la memoria se pierde, la inteligencia se ofusca y nos entregamos al imaginario que no tiene ni censura ni límites.

Por esta razón san José no ha encontrado todavía su lugar en la re­flexión teológica. Es como si fuese una isla separada del continente teológico o como si sencillamente no existiese. Pertenece a la piedad popular más que a la meditación de los papas, de los teólogos y de los sectores letrados del cristianismo. No obstante, millones de personas, de instituciones y de lugares llevan su nombre: José.

 

l. El rescate de la figura de san José

 

En las últimas décadas ha habido, sin embargo, un retorno vigo­roso a los estudios josefinos, solamente comparable al que hubo en el siglo XVII, cuando en toda la cristiandad irrumpió de manera signi­ ficativa la reflexión sobre san José. Pero prácticamente todos los teólogos lo hacen un subtema de la cristología o de la mariología. Con respecto a Jesús y a María, ocupa un papel secundario o complemen­tario. Su misión es dar seguridad a la madre y cuidar al niño Jesús. Una vez realizadas estas funciones, puede desaparecer. Y efectiva­mente lo hicieron desaparecer.

Otras veces su tratamiento es desarticulado, orgánicamente des­conectado de los demás temas de la revelación y de la teología. Se aprovecha la figura de san José para abordar la importancia de la familia en general y de la paternidad en particular. Prevalece, sin em­bargo, el género devocional y piadoso, sin diálogo con las aportacio­nes de las ciencias sobre estos temas siempre candentes.

Pero no queremos ser injustos. Existe una pléyade de notables in­vestigadores y teólogos, como T. Stramare en Italia, B. Llamera en España, R. Gauthier y P. Robert en Canadá, F.L. Filas y L. Bourrassa Perrota en Estados Unidos, H. Rondet y A. Doze en Francia, J. Stohr y Brandle en Alemania, entre otros1. Se han creado también algunos centros de documentación e investigación de notable seriedad, con sus respectivas revistas, que se dedican al estudio de san José (josefo­logía) y han reunido todos los datos disponibles a lo largo de los siglos sobre el tema. Existen catalogados casi veinte mil títulos de todo tipo de literatura2. Se encuentran allí materiales riquísimos, la mayoría de carácter histórico, para profundizar y sistematizar el pensamiento acerca del padre de Jesús y esposo de María.

Nosotros, en cuanto nos sea posible, los utilizaremos. Queremos agradecer aquí al Centre de Recherche et de Documentation del Orato­rio San José, en Montreal, especialmente a su director, Pierre Robert, y a la secretaria, Karine, por haber puesto la inmensa biblioteca -de las más grandes sobre el tema- a mi disposición para reunir la bibliografía y tener acceso a libros raros y a revistas de josefología. Sin la amabilidad de estas personas este libro no habría sido escrito, dadas las condiciones de periferia en que vivimos, lejos de los centros me­tropolitanos de reflexión y de publicación.

 

2. El objetivo de nuestra reflexión

 

¿Qué tarea nos proponemos? Nos proponemos responder a la pre­gunta: ¿tiene san José una relación única y singular con el Padre celes­tial de manera que se pueda afirmar que representa la personificación del Padre? Teniendo esto en cuenta, ¿cuál es su relación con el Hijo encarnado en Jesús y con María, su esposa, en la que el Espíritu Santo plantó su tienda? ¿Cuál es el significado de la familia Jesús-Ma­ría-José en relación con la familia divina Padre-Hijo-Espíritu Santo?

El hecho de no haber dejado ninguna palabra, de recibir mensajes sólo en sueños, de ser la figura silenciosa del Segundo Testamento, no es fortuito ni carece de sentido. Este silencio trae consigo un men­saje cuyo significado ha de ser descifrado. San José es un artesano y no un rabino. En él cuentan más las manos que la boca, más el traba­jo que las palabras.

Es tarea de la teología interrogarse sobre Dios y sobre todas las co­sas a la luz de Dios, no sólo a partir de los textos bíblicos, de las tra­diciones heredadas y de las doctrinas fijadas por el magisterio eclesiástico, pues éstas no encapsulan a Dios ni cierran el ámbito de la revelación. El Dios vivo se sigue comunicando en la historia y, de ese modo, es siempre mayor, rompe las barreras de las religiones, de los textos sagrados, de las autoridades doctrinales, de las teologías y de las cabezas de las personas. Por eso importa buscar a Dios en la creación como hoy la entendemos, como proceso inmenso de evolución as­ cendente, en la historia humana, en la producción del mismo pensa­miento creativo.

Dios es misterio fontal, por eso todos los saberes y todas las pala­bras son insuficientes. Siempre, una y otra vez, somos desafiados a retomar el esfuerzo de comprensión y de profundización, aunque seamos conscientes de que él sigue siendo misterio para todo conoci­miento.

Importa, pues, ir más allá de los límites de todo lo que se dice y transmite acerca de san José, fruto de la piedad, de las artes plásticas y literarias y de la reflexión. Cabe siempre confrontar a la condición humana con san José y descubrir los significados religiosos que de ello se derivan. Concretamente, urge sacar a san José de la marginali­dad en que se le ha dejado y darle la centralidad que se merece.

Es necesario, por otro lado, respetar la humildad de san José, tan violada por una josefología de exaltación y de enumeración de privi­legios y virtudes. Así ha sido el discurso predominante entre los teó­logos, particularmente en el siglo XVIII, cuando se elaboraron los primeros trabajos sobre san José. Esa manera magnificadora de hablar contaminó el lenguaje posterior, especialmente el de los papas. Por supuesto, ha de ser venerado, pero respetando la forma discreta y severa que los evangelistas usan cuando a él se refieren.

Nos atrevemos a hacer una teología radical. Es decir, pretendemos poner a Dios en la raíz de todo y llevar las cosas hasta su fin. Al hablar de José, queremos hablar de Dios así como los cristianos lo profesan, siempre como Trinidad de personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Ese Dios-Trinidad se autocomunica en la historia. En esta pers­pectiva radical no basta tener al Hijo y al Espíritu Santo con sus res­pectivas misiones en la humanidad. Eso puede generar, como generó, el cristocentrismo (Cristo es el centro de todo) y hasta el cristomonis­mo (sólo Cristo cuenta). O puede dar origen a un carismatismo exa­cerbado, es decir, a una visión de la era del Espíritu Santo -como en Joaquín de Fiore, en el siglo XIII-, que pretende dejar en el pasado la era del Hijo. O puede crear una comunidad sólo de carismas, sin un mínimo de organización. O un cristianismo de puro entusiasmo o de exaltación de la experiencia religiosa, como hoy es común en el cristianismo mundial, apartado de la cruz, de los problemas de la jus­ticia de los pobres y de las limitaciones de la condición humana.

Necesitamos la presencia entre nosotros de las tres personas divi­nas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Con el Espíritu Santo y con el Hijo debe estar también el Padre. De lo contrario, estaremos como sus­pendidos en el aire, sin el sentido de origen y de fin de todo el miste­rio de la revelación y autocomunicación de Dios en la historia, que representa la persona del Padre.

 

3. San José nos ayuda a entender más a Dios

 

En otras palabras, queremos hablar de Dios a propósito de san José, pero del Dios de la experiencia cristiana, que es siempre Tri­nidad, comunión, relación y eterna inclusión de las personas entre 3.

De esta perspectiva parte nuestra pretendida teología radical. Es radical porque pretende ir a las raíces y porque quiere ir hasta la pro­ fundidad última de las cuestiones.

Veamos esto en el caso que nos interesa: san José está relacionado con dos Personas divinas. En primer lugar, con el Espíritu Santo, que vino sobre su esposa, María, y la cubrió con su sombra (Lc 1, 35: armó, plantó su tienda) de tal forma que quedó encinta de Jesús. En segundo lugar, con el Hijo, que también plantó su tienda (cfr Jn 1, 14) y se encarnó en Jesús, hijo de ella. Él, como dirán los teólogos del siglo XVI, entró, por medio de María y de Jesús, en una relación hi­postática. Explico el término: relación hipostdtica es aquella por la que san José se relaciona de forma única y singular con las dos personas divinas (hipóstasis, de donde viene hipostático, significa "persona", en griego y en la teología oficial). Por tanto, José comienza a pertene­cer al mismo orden que es propio de las divinas Personas. Sin José no hay encarnación concreta tal como los evangelios la atestiguan.

En esta relación quedó excluido el Padre. El Padre, dicen los teó­logos, fue quien envió al Hijo en la fuerza del Espíritu Santo. Pero él, según entiende comúnmente la teología, permaneció en su misterio insondable, dentro de la Trinidad inmanente.

¿Será esto lo único que podemos decir del Padre? ¿Dios-Trinidad no se revela tal como es, es decir, como Trinidad? ¿No habría un lu­gar para la autocomunicación y revelación del Padre? ¿Quién mejor que José, padre de Jesús, el Hijo encarnado por la acción del Espíritu Santo, para ser la personificación del Padre celestial? Sí, ésta es la tesis que vamos a defender en nuestro texto. De manera semejante al Hijo y al Espíritu Santo, también el Padre puso su tienda entre nosotros, en la persona de san José.

¿No decimos que el designio de Dios es de suma sabiduría, supre­ma armonía e inenarrable coherencia? Este designio, por ser divino, tiene esas características supremas. La misma teología busca siempre en su elaboración un espíritu coherente y sinfónico; articula todas las verdades entre sí y arroja luz sobre las conexiones existentes entre la verdad de Dios, la verdad de la revelación, la verdad de la creación y la verdad de la historia.

En esta coherencia y sinfonía nos atrevemos a afirmar que la Tri­nidad toda se autocomunicó, se reveló y entró definitivamente en nuestra historia. La familia divina, en un momento preciso de la evo­lución, asumió la familia humana: el Padre se personalizó en José, el Hijo en Jesús y el Espíritu Santo en María. Como si el universo ente­ro preparase las condiciones para ese evento de infinita bienaventu­ranza.

Alcanzamos de este modo la máxima coherencia y la suprema sin­fonía: la humanidad, la historia y el cosmos son insertados en el Rei­no de la Trinidad. Nos faltaba una pieza en esta arquitectura de inenarrable plenitud: la personalización del Padre en la figura de José de Nazaret.

Más adelante, en su debido lugar, señalaremos las mediaciones antropológicas y teológicas que permiten la proyección de esta hipótesis teológica, que llamamos técnicamente teolegúmenon ("teoría teológica"). No se trata de doctrina oficial, ni se encuentra en los ca­tecismos y en los documentos oficiales del magisterio. Pero es una hi­pótesis teológica bien fundada, fruto del trabajo creativo de la teología que consiste -como dijimos-, en la diligencia de penetrar más y más en los profunda Dei, profundidades del misterio de Dios-Trinidad.

 

4. De la oscuridad a la luz plena

 

Nuestra osadía teológica quiere evitar la impresión de arrogancia. Representa, en verdad, la culminación de ideas que son comunes en los estudios sobre san José. Nuestro trabajó consistió en explicitar y pensar hasta el fin lo que se quedaba a medio camino y estaba dicho implícitamente. Nuestro esfuerzo entronca con toda una línea ascen­dente de reflexión que se ha ido formulando a lo largo del tiempo. De la oscuridad ha llegado lentamente a la luz plena.

Si bien observamos, hay una evolución creciente y persistente con respecto al rescate de san José4. Pasamos primero por una fase de in­consciencia, en los primeros siglos del cristianismo, cuando san José sólo se mencionaba a propósito de los comentarios sobre los evange­lios de la infancia de Jesús. Pero sobre él no se pronunció ninguna ho­milía, como se hizo sobre María y sobre el mismo niño Jesús.

Después, solamente a partir del siglo XIII, san José adquirió signi­ficado con los maestros medievales, que ya percibieron su lugar en el misterio de la salvación, especialmente de la encarnación. Del in­consciente, pues, se pasó al subconsciente.

La consciencia, empero, surgió apenas en el siglo XVI, con Isidoro de Isolanis (1528), que publicó la Suma de los dones de san José, un primer tratado sistemático sobre san José. Este texto será referencia para todos los tratadistas posteriores.

Pero la consciencia clara sólo se alcanzó gracias al conocido teólo­go jesuita Francisco Suárez (1617), maestro en la Universidad de Salamanca. En su comentario sobre "Los misterios de la vida de Cris­to" dio un salto cualitativo. Por primera vez situó el ministerio de san José en el orden hipostático, orden propio de las personas divinas. Esto significa que José no es sólo un hombre justo y lleno de virtudes, digno de ser el padre de Jesús, sino que, además, su presencia y minis­ terio guardan una relación tan profunda con el misterio de la encar­nación que, de alguna manera, también participa en él. Acuñó la expresión que ya no saldrá del vocabulario teológico: "José pertenece al orden de la unión hipostática" (pertinet ad unionem hypostaticam). Esto ocurrió en el siglo XVII.

Fueron necesarios dos siglos más para dar otro paso. Fue, en efec­to, hacia finales del siglo XIX, cuando teólogos como G. M. Piccirelli y L. Bellover, y en el siglo XXA. Michel, B. Llamera y especialmente el teólogo canadiense-brasileño Paul-Eugene Charbonneau, funda­mentaron y divulgaron esa visión. Seguramente la obra más convin­cente es la de Charbonneau, en cuya tesis de doctorado en Montreal afirma con todo el rigor del discurso teológico que san José pertenece al orden hipostático (1961)5, pertenece, por tanto, al orden divino.

Así entendido, en san José ya no se ve sólo su lado humano, como esposo y padre, sino también su lado divino, su relación con la segun­da persona de la Santísima Trinidad que se encarnó en Jesús. Este Je­sús es hijo de su esposa María y fruto del Espíritu Santo, pero asumido por José como su hijo, con todas las vinculaciones que la pa­ternidad implica.

Esta idea de la relación hipostática de san José con el Hijo de Dios se ha vuelto tan común entre los teólogos que el magisterio de la Igle­sia, en la Exhortación Apostólica sobre san José, Redemptoris Custos (1989), de Juan Pablo 11, llega a decir claramente que, en el misterio de la encarnación, Dios no sólo asumió la realidad de Jesús, sino tam­bién "fue 'asumida' la paternidad humana de José" (n 21).

Se llegó a un nivel más alto de consciencia con André Doze, en su libro Joseph, ombre du Pere ("José, sombra del Padre")6. Se afirma en este libro una relación singular de José, padre de Jesús, con el Padre celestial. Se elige la expresión sombra asociada a otras -tienda, nubey taberndculo-, como analizaremos más adelante, que en el Primer Testamento quiere expresar la presencia densa y poderosa de Dios en medio del pueblo de Israel o en el Templo de Jerusalén. Sombra nun­ca se entendió como mera metáora, sino como figura para dar un contenido real y ontológico a la presencia de Dios. Se dice que el Pa­dre celestial tiene en san José esta presencia, fuerte y real.

El último paso lo dio un brasileño, fray Adauto Schumaker, que trabajó durante más de cincuenta años en la región amazónica del Estado do Maranhao. El día de san José, el 19 de marzo de 1987, tuvo la intuición que consignó por escrito y divulgó por donde pudo: que san José es "la personificación del Padre", así como Jesús es la personificación del Hijo, y María del Espíritu Santo7. Con eso se lle­gaba a una cumbre insuperable.

Nosotros retomaremos esas afirmaciones y trataremos de cons­truir un soporte teológico riguroso, que nos permita decir: san José, en efecto, se nos presenta como la personificación del Padre.

No sólo su ministerio (lo que él hizo) pertenece al orden hipostáti­co, como quería Suárez, ni san José es sólo la "sombra" del Padre, como sostiene Doze. San José es el mismo Padre presente, personali­zado e historizado en su persona, como intuyó fray Adauto Schuma­ker y nosotros reafirmamos.

El círculo se cierra: toda la Trinidad asumió nuestra condición humana y mora entre nosotros. La Trinidad celeste del Padre, Hijo y Espíritu Santo se hizo Trinidad terrestre en Jesús, María y José. Más adelante entenderemos a la Santísima Trinidad como Familia divina que, como tal, se personifica en la familia humana, en la familia de Jesús, María y José.

Para beneficio de nuestra tesis procuraremos recoger lo mejor del pasado y, al mismo tiempo, incorporar las aportaciones de otros sa­beres que nos vienen de la antropología filosófica, de la tradición psi­coanalítica y de la moderna cosmología. De este modo resituaremos a san José en el conjunto de las verdades de la fe cristiana, ofreceremos buenas razones para una piedad más sostenible y tendremos más mo­tivos para alabar y bendecir a Dios que se dignó entregársenos to­talmente en las figuras que forman la Trinidad terrestre, reflejo histórico de la Trinidad celeste.

La teología que nació de la alabanza (doxología) vuelve de nuevo a la misma alabanza, ahora, sin embargo, enriquecida con más razones para cantar y bendecir.


1 Los libros de estos autores se citarán oportunamente a lo largo de este estudio.

2 Véase R. Gauthier, Bibliographie sur SaintJoseph et la Sainte Famille, Montréal, Oratoire Saim-Joseph, 1999, con 1365 páginas; véanse también los sitios en in­ ternet con la bibliografía josefina: www.jozefologia.pl/bibliografia.htm; www.redemptoriscustos.org/bibliof_es.html.

3 Para un estudio más preciso sobre este tema, véase Leonardo Boff, A Trindade e a Sociedade, 5ª. ed., Vozes, Petrópolis, 2003, o su versión simplificada: A SS. Trindade é a melhor comunidade, 7ª ed., Vozes, Petrópolis, 1993.

4 Véase en el capítulo VI un resumen histórico más detallado de esta cuestión.

5 Véase P.-E. Charbonneau, Saint-joseph appartient-il al' ordre de l' union hypos­ tatique? Montréal, Centre de Recherche Oratoire de Saint-Joseph et Faculté de Théologie, 1961.

6 A. Doze,Joseph, ombre du Pere, Éditons du Lion de Juda, 1989; véase también Dobraczynski, L'ombra del Padre. II romanzo de Giuseppe, Brescia, 1982.

7 Véase el manuscrito más importante, "Josefologia: o Pai 'personificado"', del 19 de marzo de 1987, analizado en el capítulo VII.

II

ACLARAR MALENTENDIDOS Y ESTEREOTIPOS

 

 

 

La figura de san José está llena de ambigüedades. Por un lado, es el buen esposo de María, el padre de Jesús, el trabajador. Los fieles le rinden especial cariño en su corazón. Millones y millones de personas de la cultura occidental -mundial- llevan el nombre de José. Cen­tenares de movimientos religiosos, tanto de personas consagradas a Dios, como de laicos en medio del mundo, tienen a san José como patrón. Ciudades, plazas, calles, puentes, hospitales, escuelas y, sobre todo, iglesias, llevan el nombre de san José. Lo llevamos en el paisaje de nuestra cultura, familiar y pública.

Por otro lado, san José es el prototipo de la persona que sólo ayu­da, silenciosa y anónima, cuya vida poco conocemos. Nadie sabe quién fue exactamente su padre, su madre, ni qué edad tenía cuando se desposó con María, ni cómo y cuándo murió. Es una sombra, aun­que bienhechora.

Al lado de las cosas altamente positivas ligadas a su persona, hay también versiones, clichés y malentendidos que, desde los primeros tiempos, especialmente a causa de los apócrifos, atravesaron los siglos y llegaron hasta nosotros.

Aunque esas versiones sean cuestionables, servirán de sustrato para el imaginario que se expresó en la pintura, en las artes plásticas y en la literatura. No se apartan de nuestros ojos las escenas idílicas del nacimiento y del pesebre, donde el Niño, recostado entre el buey y el asno, tiene a su lado a María y a José, inclinados y reverentes ante el misterio de la ternura divina. Del mismo modo, el buen ancianito que carga al niño Jesús en sus brazos y lo estrecha con cariño y asom­bro, pues sabe que carga un misterio.

Pero como queremos hacer una obra de reflexión crítica, actuali­zada y de teología creativa, sentimos la necesidad de limpiar previa­mente el terreno. Es necesario, por tanto, deshacer prejuicios y superar clichés incrustados en el imaginario cristiano. Es semejante al proceso de limpiar los ojos. No destruimos las lentes, sino las lavamos para poder ver mejor a través de ellas. Así, vamos a aprovechar al má­ximo la tradición de los apócrifos, por los fragmentos de verdad que contienen, pero también debemos reconocer sus límites y los desvíos que pueden ocasionar.

Muchos puntos aquí señalados serán aclarados a lo largo esta obra. Ahora sólo enumeramos los principales; así preparamos el campo para una reflexión más fluida después.

 

l. José, ¿un hombre sin mujer?

 

En primer lugar, no son pocos los que muestran extrañeza ante la situación singular de san José. Dicen: José es un hombre sin mujer, María una mujer sin hombre y Jesús un niño sin padre.

A éstos hemos de recordar que los textos del Nuevo Testamento afirman claramente que José tiene su mujer (cf Mt 1, 20.24), fue pri­mero novio (cf Mt 1, 18; Lc 1, 27) y después esposo (cf Mt 1, 16.19).

Era el hombre de María (cf Mt 1, 16. 18. 20. 24; Lc 1, 27; 2, 5), su único esposo.

María tuvo su hombre, José, su novio y marido (cf Mt 1, 16.19). Vi­vieron juntos (cf Mt 1, 24) y moraron en Nazaret (cf Mt 2, 23). Por eso, no obstante la concepción virginal y la virginidad preservada de María (Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38), los evangelios no dudan en llamar a José es­ poso de María ya María esposa de José (cf Mt 1, 16. 18-20; Lc 1, 27).

El hijo de María se convierte también en hijo de José, en razón del vínculo matrimonial que los une. Por eso los evangelios lo reconocen como el hijo de José (cfLc 3, 23; 4, 22b; Jn 1, 45; 6, 42) o el hijo del carpintero (cf Mt 13, 55), de quien aprendió la profesión, pues tam­bién lo llaman carpintero.

Constituyen una sola familia, que está presente y unida con oca­sión del nacimiento de Jesús; que experimenta el temor de la mortal persecución de Herodes, que quería sacrificar a los niños de la región de Belén, donde nació Jesús; que pasaron juntos por las amarguras de una huida apresurada a Egipto; que volvieron después de allí y fue­ron, literalmente, a esconderse a Nazaret, porque Arquelao, hijo de Herodes, reinaba en Judea y, tan sanguinario como su padre, podría querer todavía matar al niño Jesús.

En esa pequeña villa, como todos los padres piadosos, cumplen también con los ritos de la purificación, de la circuncisión y de la presentación en el Templo, inician al hijo en las fiestas sagradas y se afligen, juntos, cuando el Niño, de 12 años, no se incorpora a la ca­ravana para regresar a Nazaret y se entretiene en el Templo.

El hecho de la gravidez, misteriosa por ser obra del Espíritu Santo y no de José, no impide que haya una familia. Hay una visión pobre y re­duccionista que, cuando piensa en familia, piensa sólo en la cama de la pareja, como si la sexualidad fuese todo en la vida de una familia. Desde el punto de vista más global, pensando en todos los elementos que hacen una vida de pareja, especialmente el mutuo compromiso y la responsabi­lidad compartida, María y José forman una auténtica familia. Los bienes son comunes, común el estilo de vida, comunes las preocupaciones, co­mún la responsabilidad de educar al hijo1. José, por tanto, no es padre por casualidad; tampoco María es madre por accidente.

 

2. ¿Una familia de desiguales?

 

En segundo lugar, señalan algunos, esta es una familia extraña, pues las relaciones entre los miembros son absolutamente desiguales. María es sierva del Señor (cf Lc 1, 38), José proveedor y padre putati­vo (cf Lc 3, 23) y Jesús, la encarnación del Verbo, que es Dios (cf Jn 1, 14). María habla y medita, guardando las cosas en el corazón; Jesús habla y hace milagros; José calla y sólo sueña. ¿Cómo articular esas diferencias dentro de una misma familia? ¿No harían de la familia una realidad meramente virtual?

A eso respondemos que los relatos evangélicos no dan base para tal excentricidad. Los evangelios nos muestran una familia normal, uni­da; hablan de los padres que van al Templo y, como padres, se preo­cupan por la desaparición del hijo y, finalmente, dicen que el Niño les era sumiso (cf Lc 3, 51).

La tesis que sustentamos en nuestro libro evita cualquier desequi­librio, pues Dios, tal como es, Padre, Hijo y Espíritu Santo, por tanto como Familia divina, deja de ser Trinidad y Familia inmanente, en­cerrada en su inefable misterio, y se hace trinidad y familia histórica, por cuanto se acerca a la existencia humana y se personaliza, asu­miendo el Padre a José; el Hijo, a Jesús; y el Espíritu Santo, ­­divina.