A Janis y a ti.
Este libro se empieza a escribir el 13/08/2019 día en el que mi cuenta bancaria refleja la asombrosa cifra de 63,90 €; habéis adivinado bien, estoy sin un duro, I’m broke, que dirían los americanos.
63,90 € con los que tengo que llegar a final de mes, pagar el alquiler y vivir el mes siguiente… No sé, pero me parece que la cosa pinta mal.
Es justamente porque estoy en la mierda (seamos claros), por lo que escribo este libro. Cierto es que siempre me ha rondado la cabeza la idea de plasmar sobre un papel la verdadera realidad de los «jóvenes emprendedores» en este país (asco de concepto), pero no es hasta hoy que encuentro la motivación, que no es otra que tener unos asombrosos 63,90 €.
Seguramente, si fuera americano estaría dando saltos de alegría, los yankis son muy de frasecitas del tipo: «Los empresarios de éxito se han arruinado una media de tres veces antes de obtener un gran logro», ¡que les den a los americanos!, acabo de echar un currículo para ser personal de mantenimiento en un edificio de oficinas en Coslada, sin desmerecer para nada la profesión.
¿Cómo he llegado hasta aquí?
Luchando, luchando como un animal, peleando todos y cada uno de los días por un proyecto que de cara a la galería funciona, crece y va a ser grande, pero que a mí no hace más que frustrarme y hacerme suspirar.
Lo que me lleva a corregir; sí que hay una cosa que es cierta de la filosofía empresarial americana: o te dejas el alma y lo arriesgas todo por tu idea o es imposible que salga adelante. Esto es cierto al 100 %, o te implicas o no serás capaz de tener mis asombrosos 63,90 € en el banco.
Esto va de cartas, esto va del Tute: puedes tener grandes figuras pero como pinten bastos y tú vayas con espadas, te van a cantar las cuarenta.
Os contaré más sobre mi situación económica:
Hace cuatro meses estaba trabajando en una fundación de prestigio en un proyecto europeo sobre economía circular (mi sector), cobrando relativamente bien y apuntándome a un máster de 13.000 € que podría cómodamente pagar.
Hace tres meses y veintinueve días dejo el trabajo con contrato para varios meses más y apuesto definitivamente por el proyecto con el cual llevaba más de dos años implicado. Era el momento.
Hace dos meses mi perspectiva era la de tener firmado un contrato con un Ayuntamiento por valor de 15.000 € del cual me corresponde la mitad, una inversión de 100.000 € para escalar el proyecto, y un contrato con la universidad (donde se desarrolla la iniciativa) para dos meses. Decido emanciparme.
Hace diez días se nos transmite que por el cambio de gobierno se retrasa el pago de los 15.000 € y que se va a revisar la inversión de 100.000 € y reformular la propuesta. Mi contrato con la universidad se ha acabado, pero aún falta el pago del finiquito que me dará oxígeno para aguantar; firmo el contrato de alquiler con mi casera y pago la fianza.
Hace cinco días me entero de que se les ha olvidado hacer el ingreso del finiquito y de que la universidad está cerrada durante el verano.
Hoy tengo 63,90 €, una cuota del alquiler que pagar, 1.200 € de la matrícula del máster que encontrar y el pilotito de depósito vacío encendido.
¡Pero soy un emprendedor!
¡Tengo que levantarme!
¡Crecerme ante la adversidad!
Patrañas.
Tengo que buscarme un trabajo para salvar los muebles (que no tengo), tengo que pedir ayuda a mis padres para pagar el alquiler y tengo que confiar que instituciones que no hacen más que «torearme» y exigirme entregas imposibles sin dar nada a cambio, cumplan su palabra.
Y que nadie piense que esta es la perspectiva de alguien frustrado y rendido, para nada. Os invito a hablar con otros emprendedores, con esos que como yo no emprenden desde el dinero o desde una escuela de negocios, sino desde una buena idea, y que luchan todos los días por no irse al palco antes de tiempo.
Es lo que se hace: currar y currar y apagar fuegos y currar y reunirse, invitar a café y a coca cola y decir a todo que sí y dar más y más para ver si cae algo; lo malo es que a veces algo cae y eso nos hace seguir día tras día.
Somos burros detrás de una zanahoria a la que a veces pegamos deliciosos lametones.
¿Por qué escribo este libro?
Lo escribo por los 63,90 €. Por tener un «producto», un «algo» que se pueda vender y que sea de mi propiedad, no vaya a ser que suene la flauta y pueda librarme de arreglar enchufes en un bloque de oficinas en Coslada.
Lo escribo porque siempre he tenido unas ganas irrefrenables de contar lo que es realmente emprender teniendo veintisiete años y poco dinero en este país.
Lo escribo para desdramatizar el fracaso, para ser justo con el fracaso, para no llamar fracaso a lo que no lo es. Abandonemos ya la frasecita de coach de «si se ha aprendido no se le puede llamar fracaso», moñadas. El fracaso existe y hay que ganárselo con honores.
Lo escribo como instrumento catártico, como saco de boxeo. Si le grito al papel no molesto a nadie.
Lo escribo porque soy un emprendedor.
Soy del año 1992, un gran año para España: las Olimpiadas de Barcelona 92, la Exposición Internacional de Sevilla, la presentación oficial del AVE entre Madrid y Córdoba, Induráin gana su segundo Tour de Francia y Chayanne lanza al mercado su sexto álbum de estudio como solista titulado Provócame. 1992 es el año también en el que se crea la Unión Europea mediante el Acuerdo de Maastricht. Un año sin duda especial para España y para Europa.
1992 = Millennial
Allá vamos con la mierda esta de los millennials. En primer lugar, no hay acuerdo sobre el rango de edades que comprende esta generación. Hay publicaciones que dicen que son millennials los nacidos entre el 81 y el 2000, otras que dicen que de mediados de los 90 a mediados de los 00, otras que del 85 al 95, es decir, ya empezamos mal, porque ni siquiera sabemos muy bien quiénes somos y quiénes no. Parece aún así que 1992 estaría dentro de todas las quinielas. Yo hablaré de mi generación como aquellos que me sacan siete años y a los que saco siete años, que es el rango de edades que tienen mis principales amistades.
Cabe decir que, por supuesto, no soy ni sociólogo, ni antropólogo, ni psicólogo, ni filólogo; simplemente soy el que en muchas ocasiones ha llevado la contraria, lo que inherentemente conlleva haber reflexionado y desarrollado argumentos contrarios a la deriva continuista del modus vivendi de mi generación, o al menos eso creo.
Soy de la generación que ha tenido que ir a la universidad porque sí y para poco. Tanto para la generación de nuestros padres como para la que les ha seguido, han vivido en un mundo en el que la universidad era garantía de un trabajo estable bien remunerado, la puerta a un proyecto de vida y la pertenencia a una clase social privilegiada: era universidad o cataratas vikingas.
Nosotros somos los primeros a los que tener un título universitario no garantiza absolutamente nada, somos esos que con un doctorado estamos repartiendo pizzas en una bicicleta. ¿Cuál es nuestro mundo?
Nuestro mundo es un mundo globalizado, hostil, afectado de problemas gravísimos que han generado los que ahora nos explotan por 800 €, superpoblado y tremendamente injusto. Un mundo que nos critica, que nos llama vagos, blandos, mediocres y que no presenta más motivaciones que intentar salvar los destrozos que han hecho otros y que se siguen haciendo día a día en cada vez más lugares del mundo.
Estamos superpreparados, sobrepreparados, me atrevería a decir. Nuestra formación y nuestros títulos no están acompasados para nada con el mercado laboral actual. Cada vez hay menos puestos bien remunerados reservados para aquellos que pueden tecnificarse y tragar hasta niveles extremos. La digitalización está acabando con los mandos intermedios, supervisores y puestos de administración. Pocos puestos realmente interesantes o bien remunerados para una cantidad ingente de universitarios esperanzados (sofronizados) de hacer realidad eso que sus padres les han prometido que viene después de graduarse: un proyecto de vida.
He aquí un grave problema de nuestra generación, no tenemos un discurso propio, no tenemos una manta de la que tirar, hemos crecido dando por buenas las realidades de otros y haciendo nuestro el modelo de vida de los que venían por delante. Nos han hecho creer que, aunque con más esfuerzo, el mundo más o menos iba a funcionar como lo venía haciendo los últimos sesenta años.
No ha sido así.
¿Y qué nos dicen ahora?
Vagos, blandos, inmaduros.
¿Y nosotros qué decimos?
Nada, absolutamente nada. Estamos congelados.
Qué decir:
Gracias porque nos contratáis como becarios después de una carrera y dos másters.
Gracias por estos precios tan razonables en el alquiler de la vivienda.
Gracias por votar a partidos de extrema derecha que priorizan a las élites económicas y a las grandes empresas en detrimento de nuestros intereses.
Gracias por destrozar uno por uno todos los ecosistemas naturales en pro de un beneficio económico instantáneo e irresponsable.
Gracias por buscar el enfrentamiento antes que la solución.
Gracias por no reconocer las cagadas y tirar balones fuera.
Gracias, desgraciados, por dejarnos un mundo de mierda.
Motivación.
¿Cuál es nuestra motivación?
Parece que el mundo ha estado de fiesta los últimos sesenta años y que de repente alguien ha apagado la música y ha encendido las luces. La fiesta se ha acabado y todos nos están señalando a nosotros para que limpiemos la mierda y dejemos de nuevo la casa habitable y con olor a pino. El problema es que somos los últimos en llegar y no sabemos dónde están los productos de limpieza. El problema es que tampoco se nos ha educado como para acatar órdenes o ser valientes, nuestros padres estaban muy ocupados trabajando, por lo que tampoco actuamos coordinados. Unos limpiarán la casa, otros buscarán los culines de las botellas para intentar seguir con la fiesta, otros intentarán mezclarse con los de generaciones pasadas, otros simplemente se sentarán a mirar y otros harán fotos fingiendo seguir de fiesta.
Quieren que nuestra motivación vital sea limpiar la mierda a cambio de precariedad.
¡Que os jodan!
«Bien dicho», «sí, señor, por fin», «se lo merecen», «se acabó que abusen de nosotros».
Y ahora qué…
«Ahora la felicidad».
Y aquí sí que la hemos cagado pero bien, y además hemos sido nosotros solitos, no podemos culpar a nadie.
«Nuestro objetivo en el mundo es ser felices».
¿En serio…?
Pues eso parece.
Y mi pregunta es la siguiente: si el mundo está hecho un caos, ¿cómo lo vamos a hacer para ser felices?
«No hace falta que lo hagamos, no hace falta ser felices, únicamente hace falta parecer que somos felices. Porque si el resto de personas cree que somos felices, entonces es que somos felices».
«Si un árbol cae en un bosque y nadie está cerca para oírlo, ¿hace algún sonido?».
Si yo soy feliz, pero nadie me reconoce que soy feliz, ¿cómo tengo la certeza de que soy feliz?
Perdón por la metafísica y por el rollo budista, pero es nuestro día a día. Cada día los estándares para ser felices aumentan más y más, y de una manera totalmente irracional y falsa. Le gritamos al mundo a través del móvil: ¡mira lo que hago y tú no! ¡Yo soy feliz y tú no! Sabiendo que es mentira. Miente quien sube la foto y miente el que dice que le gusta y ambos lo saben de manera recíproca, ¡pero les da igual! Instagram, Facebook, Twitter y las demás redes sociales amplifican exponencialmente esta sensación de que «los demás son más felices que yo», y es que aunque sepamos que es una sensación inventada se ha convertido en la motivación principal para todo. El simple hecho de quedarnos fuera de esa rueda de estupidez y decorados adolescentes nos genera tal ansiedad que nos hace ser infelices; solución: entrar en la rueda y mentir.
Cada vez nos vamos más lejos de viaje, compramos cosas más estrafalarias, nos hacemos tatuajes más feos, escribimos relatos más horteras, hacemos series y películas más banales; cada vez más maquillado, más instantáneo, más expuesto; cada vez más inútil. Cada vez más feliz.
Somos la generación más formada de la historia y la generación más perdida de la historia.
Emprendedores y emprendedoras somos todos y todas a diario. Emprender simplemente significa empezar a hacer algo, nada más. Empezar a hacer algo.
Ponerse a dieta (una vez más), volver a hacer ejercicio (una vez más), dejar de fumar (esta vez sí que sí), buscar trabajo, hacer una tarta, organizar una fiesta; todo es emprender. Pasar de una situación A a una situación B dedicando tiempo y esfuerzo.
No tiene connotaciones morales, no se precisa de características especiales, no se necesita una personalidad arrolladora o «superpoderes» únicos como nos quieren vender. De verdad que no, que para pasar de A a B se puede ser un «perro», un vago y un desagradable; y esto es fantástico y práctico, porque en el mundo hay más vagos, «perros» y desagradables que voluntariosos, carismáticos y amables.
Entonces, ¿por qué nos venden esa imagen del emprendedor como la de un joven (hombre, siempre hombre) atractivo, bien vestido, brillante, seguro, capaz; el yerno del año?
Es evidente, y creo que no descubro nada a nadie: puro marketing.
Un lavado de cara, rejuvenecer un concepto, vestir con ropas de hipster a un abuelo que ya no conseguía atraer a nadie: el «nuevo» empresario.
Después de la crisis del 2008 el concepto de empresario quedó muy denostado, al igual que el de banquero, y no entraré a valorar si realmente estuvo justificado responsabilizar en exclusividad (y a los que vivieron por encima de sus posibilidades) a estas dos figuras o fueron en realidad los chivos expiatorios de gobiernos incapaces y sistemas financieros injustos. La realidad es que los empresarios eran malos porque despedían trabajadores y cerraban empresas, y los banqueros eran malos porque echaban a la gente de sus casas y no concedían crédito aun habiéndoles «salvado» con dinero público. El resultado: nadie quería ser empresario o banquero (nadie quiere ser un apestado).
Aun así, la rueda del capitalismo y la del PIB tenían que seguir girando a la par, y aunque algunos dijeran, como Mafalda, «que se pare el mundo que yo me apeo», la gran mayoría de la gente seguía confiando en el sistema (qué remedio). Un sistema que no conocían cómo funcionaba, pero del cual siempre se había dicho que era «cíclico», y que después de periodos de crisis vienen periodos de bonanza, simplemente había que aguantar el chaparrón y estar preparados para cuando escampara, poder volver a salir a la calle a jugar (eso sí, antes que los demás).
Se nos hablaba del techo de gasto, de los tipos de interés del BCE y de la prima de riesgo, que si llegaba a 600 puntos básicos (que a saber qué era eso de puntos básicos) iba a ser un cataclismo, pero que siempre y cuando Italia, Grecia, Portugal e Irlanda estuvieran peor que nosotros todo era fantástico porque estábamos haciendo las cosas bien.
La confianza y la tranquilidad había que dársela a los mercados y no a las personas que realmente estaban sufriendo, «las personas que se aprieten el cinturón, que hagan de tripas corazón o que se vayan del país, pero que por favor el capital extranjero se quede en la patria», ya sabéis, «todo por la patria» (pero sin la patria).
En 2012 en España había más de seis millones de desempleados. Hoy, 2019, que se supone que llevamos un par de años o tres fuera de la crisis (de gran bonanza dicen), hay 3,3 millones de desempleados. Los sueldos no han aumentado desde el 2007, pero la gente está comprando más casas que nunca y a precios desorbitados: los alquileres están por las nubes y hay hostias por vivir en auténticos zulos. En mi círculo, la gran mayoría de mis amigos este verano se han ido al sudeste asiático, Latinoamérica, África, etc. Qué sistema tan maravilloso, cómo es capaz de hacernos creer una y otra vez que las cosas mejoran, que hay que ser optimistas con anteojeras de caballo, porque «yes, we can!», porque la publicidad nos dice que es el momento de comprar, porque cambia tu coche por uno que sí que pueda entrar al centro.
Presión migratoria, guerra comercial, sequías extremas, calentamiento global descontrolado, precariedad laboral, dependencia tecnológica, récord en la pérdida de biodiversidad, récord en prescripción de depresivos, récord en Black Friday…
Se nos dijo por activa y por pasiva, en una brillante campaña de marketing (de miedo), que las cosas iban a cambiar para siempre en el mercado laboral y que había que hacer un esfuerzo colectivo y adaptarse. Cambios necesarios, decían (me descojono). La desprotección del trabajador frente a la empresa iba a facilitar la contratación y los despidos, estimulando la economía y la contratación joven. La especialización iba a ser la clave, por lo que los trabajadores tenían que tecnificarse y formarse (pagado de su bolsillo) para optar a empleos de calidad; la alternativa: quedarse totalmente fuera de un mercado laboral caníbal. Desregular la entrada de capitales extranjeros y facilitar las operaciones a fondos buitre. Reducir los días de remuneración por despido para facilitar la contratación. Ayudar a las empresas tecnológicas extranjeras a entrar en mercados nacionales regulados a cambio de empleos masivos de baja cualificación permitiendo no pagar impuestos en el país. Promocionar la generación de un nuevo tejido empresarial, innovador y competitivo a nivel internacional a base de dinero público; y es aquí, justamente, donde entra el papel del emprendedor y de su digievolución: el joven emprendedor.
Mientras, de cara a la galería se mostraba una política de promoción del emprendimiento innovador, tecnológico y disruptivo, la realidad era (y sigue siendo) muy diferente. Lo que realmente se hizo fueron tres cosas:
A aquellos profesionales que se quedaron sin trabajo en la crisis se les incentivó (engañó) a que hicieran eso que sonaba tan bien de «autoemplearse», que no es otra cosa que darse de alta como autónomo. Se les decía que con una cuota reducida de 51 € durante un año y capitalizando el paro (recibiendo toda la prestación por desempleo en un solo pago) para adquirir equipo, herramientas y una web, podrían de una manera muy sencilla convertirse en sus propios jefes y ser independientes económicamente en estos tiempos de crisis. La gran mayoría de estos buenos profesionales por cuenta ajena, se convirtieron en neoesclavos, trabajando doce o catorce horas diarias por sueldos míseros y sin más opción que seguir trabajando esperando al día en el que los vientos del cambio (prometido) trajera más contratos y menos gastos.
A aquellos que ya eran autónomos y que habían aguantado el primer chaparrón de la crisis se les animó a que crearan una S.L. y a que se convirtieran en una verdadera empresa. «La economía está a punto de despegar, y si eres el primero con una estructura capaz de ofrecer tu servicio al mercado, te harás rico». Se crearon instrumentos para facilitar el acceso a crédito (deuda) para estos autónomos: «¿Todavía no has perdido tu casa?, puedes usarla como aval». Muchos de estos perfiles montaron sus pequeñas S.L. y no consiguieron hacer viable su modelo de negocio, por lo que tuvieron que volver a ser autónomos, ahora para pagar la nueva deuda generada en su aventura empresarial. «No te preocupes, si has aprendido no es un fracaso».
La pregunta: ¿quién sale ganando de todo esto? Los bancos que conceden créditos y nuevos productos muy lucrativos con la seguridad de contar con avales mucho más confiables que al comienzo de la crisis y todo ello con dinero del BCE a interés cero. Por supuesto, también los gobiernos que venden generación de empleo e ingresos por actividad empresarial.
En un país con un paro juvenil de más del 50 % y con el 80 % de los jóvenes menores de treinta y cinco años aún en casa de sus padres qué se puede hacer. «Ya hemos desregularizado la contratación y despido, y hemos vendido que la experiencia profesional sin remunerar es importante. Les colamos eso de los minijobs, ya hemos promocionado el alquiler de mierda para que vivan en comunas, ya hemos mirado a otro lado con eso de la economía colaborativa… y seguimos teniendo un 50 % de paro juvenil. Un segundo…, ¿estos jóvenes no eran universitarios con másters y cosas de esas…? ¡Que monten empresas! Es lo que necesitamos, ¡tracemos un perverso plan!».
Es aquí cuando se escribe uno de los mejores cuentos chinos de la historia moderna: el joven emprendedor, el héroe del siglo xxi.
Antes de comenzar el momento cuentacuentos, creo que es justo aclarar que yo me zampé la idea del joven emprendedor hasta el fondo. Me parecía tremendamente atractiva y realmente quería con toda mi alma ser uno de los elegidos, pero bueno, ya habrá tiempo más adelante para contaros mi experiencia vital, que no tiene desperdicio.
El joven emprendedor, el héroe del siglo xxi
¿Qué se necesita para montar un proyecto empresarial razonablemente viable?
Capital.
Contactos.
Suerte.
Experiencia.
¿Qué suele faltarle al joven emprendedor?
Capital.
Contactos.
Suerte.
Experiencia.
Un apunte: la media de edad de los «jóvenes» emprendedores españoles (con proyectos viables) es de cuarenta años. Yo estoy totalmente a favor de la idea de que la juventud es un estado mental y que lo que diga el DNI es simplemente un dato, pero tampoco nos engañemos, lo que se nos vendió era que en Sillicon Valley chavales de veintidós años y con 200 $ en el bolsillo estaban haciendo millones y que en España también había potencial para conseguirlo. El marketing se dirigía a los jóvenes menores de treinta años y esto es así.
Es decir, tenemos un sector de la población sin opción de entrar al mercado laboral (50 % de paro) o con trabajos precarios. No cuentan con capital, contactos o experiencia y el momento económico es el peor desde el crack del 29… ¡Hagamos que emprendan!
Y lo hicieron…
¿Qué tienen estos jóvenes?
Adicción a las redes sociales y al postureo.
Ganas de ser independientes.
Arrogancia.
Amplios conocimientos técnicos.
Familiares que podrían avalar.
Rechazo al mundo empresarial tradicional.
Fácil. Hay que decirles que son diferentes. Que son la generación más preparada de la historia. Digamos que están desencantados con el mundo. Digamos que lo que quieren hacer es viajar, y hagamos que viajen. Parezcamos viejos y aburridos y dejémoslos que se crean una revolución. Vendamos Silicon Valley (lo positivo). Demos minutos de televisión y publicidad a los cuatro o cinco chavales que han conseguido petarlo y además hagamos que parezca fácil. Vendamos que esfuerzo y riesgo es la fórmula. Tirarse a la piscina sin saber si hay agua is the new black.
¿Quieres ser diferente? Mejor dicho, ¿quieres demostrar a todo el mundo que eres diferente? ¿No te gusta cómo está montado el circo? Perfecto, cámbialo; ¡sé tú! ¡Triunfa!
Imposible resistirse.
Cómo te resistes a ser diferente, atractivo, admirado, rico, transgresor. Cómo te resistes a ser un héroe…
Y esta es la única y auténtica clave: el héroe del siglo xxi no es un filósofo, no es un médico, un cooperante o un político; el auténtico héroe del siglo xxi es un emprendedor.
Emprendedor = Empresa
¿Por qué?
¿Qué pasa con los artistas? Basta ya de menospreciar el papel de la cultura, de las artes y de sus emprendedores (kamikazes). Si aceptamos las premisas edulcoradas de las cualidades que ha de tener un emprendedor de éxito: resiliencia, carisma, esfuerzo, pasión, dedicación, liderazgo y el largo etcétera de soft skills (que se dice ahora), el artista las reúne todas en igual o mayor medida que el creador de una fintech.
Pero esta filosofía empresarial de mierda que hemos creado no da valor a la cultura, y hablo de valor monetario. ¿Cuánto dinero ingresa Madrid por ser «la ciudad de los museos», cuánto dinero ingresa Madrid por su plantel de artistas independientes? ¿Por qué Lavapiés es el barrio más cool del mundo?, no es por sus empresarios, por supuesto, es por su calle, por su cultura, por sus artistas; es por ellos que el metro cuadrado se ha revalorizado más de un 200 % en los últimos diez años.
Un mural de un artista en una plaza da valor monetario inmediato a todo lo que rodea la plaza; bares, viviendas, comercio, etc. Al igual que una escultura, al igual que un espectáculo en directo, al igual que un festival.
Hemos creado un mundo empresarial frío, duro, carente total de sensibilidad que tacha de blandos e improductivos a todos aquellos que no comulguen con sus principios de torres de marfil. La desconexión entre empresa y cultura base es total.
Los emprendedores del arte (artistas) que empiezan necesitan el mismo apoyo y buena prensa que los emprendedores que empiezan. Necesitan capital, contactos y asesoría, necesitan algo más que subvenciones ridículas y concursos artísticos carentes de todo atractivo.
Me gustaría que conocierais al emprendedor total, os pongo en antecedentes.
Su nombre artístico es Chus Navajo. Es un buen amigo y fue el cantante y compositor de mi primer grupo de música, Los Navajos, pero os hablo de él porque también fue mi primer socio de emprendimientos. Más adelante hablaré de este proyecto empresarial que fue para mí el primero; únicamente decir que cuando nuestros caminos se separaron él se «quedó» con el grupo y yo con el proyecto; o mejor dicho, él se quedó con la música y yo con la empresa.
Chus encarna la perfecta figura del músico guerrero y amante de su profesión. Viajante en furgoneta, artista de bares y salas, artista de parques y calles, es el perfecto emprendedor.
Chus: Cinco años desde que reconocí que tenía un proyecto con mis canciones y decidí «emprender» con esto.
Luis: ¿Te consideras un «joven emprendedor»?
Chus: Sí.
Luis: ¿Por qué crees que el marketing relacionado con la promoción del emprendimiento deja fuera al colectivo de los artistas?
Chus: Creo que es verdad lo que dices, pero quizás es que es un emprendimiento que no está muy definido. No se sabe lo que hay que hacer, es individualista, cada uno tiene su idea de hacer las cosas, y el emprendimiento artístico muchas veces no es necesitar un local y unos materiales y ponerse a producir, tiene muchas más cosas. También puede ser que falte profesionalidad en el emprendimiento artístico, y entiendo que para los que invierten es difícil encontrar quién se está realmente tomando en serio el emprendimiento. La música socialmente no tiene esa validación o valor a nivel empresarial, me explico, si un músico pide un crédito para desarrollar un disco o una campaña de promoción le va a ser muy complejo, en cambio si una persona pide un crédito para desarrollar un software o app le va a ser más sencillo, cosa que creo que es un error.
Luis: ¿Sabes qué es un elevator pitch o un business model canvas?
Chus: El primero ni lo he oído, y el segundo no te lo sabría definir, pero business model entiendo que es modelo de negocio. Como músico realmente lo que necesitas son sitios o espacios para compartir y tocar, sin tener que estar mendigando, no necesitas tener un inversor que te ponga 150.000 €, estaría guay, pero lo que necesitas son oportunidades de tocar. Es un emprendimiento diferente, pero también es un emprendimiento.
Luis: ¿Cuántas horas le dedicas a tu proyecto?
Chus: Es difícil de calcular, porque también trabajo de profesor de música para invertir en mi proyecto musical. Hay días que puedo dedicarlos enteros y días que no. Claro, el proyecto es desde ensayar, escribir, estar componiendo, hablar con salas, el management, sesiones de fotos, sesiones de promo; lo único que no llevo son las redes sociales… Diría que unas tres horas todos los días, fines de semana incluidos, no hay ningún día que no haga algo.
Luis: ¿Tienes que trabajar por cuenta ajena o puedes vivir de tu proyecto?
Chus: No puedo vivir solo de mi proyecto. Aunque trabajo por cuenta propia, es decir, soy autónomo, trabajo dando clases para otros.
Luis: Has dicho que eres autónomo. Mucha gente cree que los músicos no cotizan o que vais un poco a vuestra bola.
Chus: Sí, pero no solo yo, en general en cuanto se avanza un poco, todo el mundo acaba haciéndose autónomo, es la única vía, en realidad. No oficialmente, porque se supone que las salas de conciertos están obligadas a hacerte un contrato para tocar, algo que no ocurre nunca, ni siquiera de gente que toca en La Riviera delante de mil personas; Los Zigarros se montan su show, Leiva es autónomo. En el arte y la música hay una propuesta jurídica que dista mucho de la realidad y a la que prácticamente nadie puede acogerse. Según la normativa, las salas de concierto tienen que contratar con un mínimo de 120 € por músico y por actuación y eso es lo que los sindicatos defienden…, que los músicos no tienen que aceptar otras condiciones…, pero no hay otra opción. Si no acepto las condiciones me quedo en mi casa de brazos cruzados. Con hacerte autónomo más o menos tienes una cobertura e intentas estar en el sistema, pero es curioso que sea jodido estar en el sistema.
Luis: ¿Qué necesitaría incluir el sistema a nivel legal en relación a los músicos?
Chus: El sector cultural está en un limbo que no avanza. Está el estatuto del artista ese que se hizo, pero nunca se ha terminado de desarrollar. Es curioso porque es algo en lo que todos los partidos están de acuerdo, pocas cosas generan ese acuerdo, pero no avanza. Al final va a ser mejor que no estén de acuerdo y que cuando uno gobierne lo haga simplemente para joder al otro. No sé qué pasa ahí…
Luis: Luego, todos estos politicuchos, durante el confinamiento, estuvieron animando a los músicos y a los artistas a que generaran contenido en redes para entretener a la población. ¿Qué te pareció?
Chus: Eso estuvo bien y estuvo mal. Es muy bonito que la gente exponga su arte y su tiempo, al fin y al cabo su trabajo es para otros, el arte tiene una parte muy importante de inversión en trabajo para otros. Pero luego se convirtió en una exigencia y el que no lo hacía quedaba mal, porque la sociedad asumió que como somos músicos y nos gusta lo que hacemos teníamos que hacerlo. Nadie tiene que trabajar solo porque le gusta, sean las condiciones que sean, ¿por qué los artistas sí?, todo el mundo debería poder trabajar y tener una retribución. Hubo un apagón cultural durante dos días, no se le encontró mucho sentido en su momento, yo lo secundé y dos seguidores de mi Instagram, que tengo solo mil seguidores, me escribieron para decirme que me iban a dejar de seguir y cosas como «los que de verdad están al pie del cañón son los policías», cuando realmente yo lo únicamente que iba a estar era dos días sin generar contenido en Instagram gratis. Con estas cosas se ve la estima que hay en este país por los trabajadores de la cultura, que parece que como nos gusta lo que hacemos, lo tenemos que regalar.
Luis: ¿Te siguen diciendo que es muy caro que pongas una entrada a doce o trece euros con una consumición?
Chus: Sí, siempre, y yo como máximo cobro diez. Me lo siguen recriminando compañeros, incluso, otros músicos, colegas. Es un error, joder, nos hacemos un flaco favor a nosotros mismos si ponemos una entrada a un precio que no es cierto, si cobramos menos de lo que nos cuesta producir un show, al final nos estamos autosaboteando a nosotros mismos y a nuestro sector. Es un gran debate.
Luis: ¿Cómo reacciona la gente cuando se habla de «artistas»?
Chus: El artisteo… Lo de comunicar bien es muy importante. Muchas veces le hacemos el juego a la industria. El problema es que está la industria musical por un lado y los músicos por otro. Hay una gran masa de músicos que están siguiendo las directrices de la industria y tratan de aparentar que todo es la hostia o cosas que no somos. Es como cuando ves a alguien que dice «fin de gira en Madrid», pero cabrón, si has hecho dos conciertos. Es normal que Loquillo ponga fin de gira, después de sesenta conciertos, pero nuestra realidad es que no somos Loquillo y nuestro contexto es mucho más áspero. En los noventa, si te hacías un hueco, era porque había compañías detrás que te cogían y te promocionaban. Ahora ya no hay nadie detrás, las discográficas solo te cogen si ya has triunfado, entonces qué cojones estamos comunicando. Querer jugar a ser cosas que no somos nos lleva a no comunicar todo el curro real que hay detrás y las horas que echamos. Intentamos comunicar lo que la industria ha definido que es la vida del rockero, «sexo, drogas y rock and roll», pero eso lo hizo la industria simplemente para ganar dinero. Nosotros, que no tenemos un sueldo de una disquera, si mostramos esa imagen del rockero al que se la suda todo, se droga y no hace nada más, es normal que la peña diga «yo no le voy a pagar diez euros a este tío para que se drogue». Hay que cambiar la manera de comunicar y dejar de seguir los cánones de las estrellas del rock que hemos visto y que nos gustan, porque no es real.
Luis: Dentro del discurso zafio de emprendedores top, siempre se dice que la única garantía de éxito es el trabajo duro y el sacrificio.
Chus: Parece un discurso de Simeone. En eso estoy de acuerdo, el éxito es el trabajo, eso lo comparto con los emprendedores que venden gafas de sol, lo único es que en el mundo del arte no está garantizado nada. El talento sin trabajo no va a ningún lado, aunque haya excepciones. Al final, si ves Operación Triunfo, el éxito fugaz se torna en fracaso igual de fugaz, hasta que a la compañía le deja de ser rentable. Tienes que estar trabajando para tener opciones, aunque es cierto que todos los que están arriba no tienen por qué haberse matado a trabajar si han tenido un golpe de suerte, pero estaban ahí.
Luis: ¿Tienes costes económicos para desarrollar tu proyecto?
Chus: Hay muchos costes. Desde básicos como gasolina, cuerdas, mantenimiento de los instrumentos, pero los costes más bestias realmente son la promoción. Al final hay cosas como artista… Hay un discurso que dice que el músico no debería hacer ciertas cosas, debería dedicarse a tocar y ya está, yo digo que estamos en el siglo xxi y está la vida así, no está mal que tengamos que asumir que tenemos que hacer otras cosas. Evidentemente, dentro del emprendimiento artístico no puedes hacer todas las cosas que necesitas para avanzar porque no tienes tiempo. La promoción es seguramente lo que está más lejos de las capacidades del músico y lo tienes que externalizar, y todo lo que tienes que externalizar cuesta una pasta. Para una disquera gastarse doce mil euros en promoción es fácil, pero para un artista que tiene un presupuesto de seis mil para grabar un disco, tener que gastar tres mil en promoción es una pasta. En general, son muchos gastos y los beneficios son caché, entradas, derechos de autor, que aunque poco algo se saca, y en los músicos pequeños el merchandising, que muchas veces no se le da valor.
Luis: ¿Qué reacción generas en los demás cuando dices que eres músico de profesión?
Chus: A veces es un poco condescendiente, pero en general es buena. Es curioso, el músico en general genera cierta simpatía, aunque hay una parte todavía que dice «vale, te dedicas a la música, pero qué haces a nivel profesional, de qué trabajas». Y esto también pasa con uno mismo, asumir tu identidad profesional es jodido, sobre todo cuando no es un camino establecido, es complicado. Lo primero es asumirlo uno mismo, yo puedo dedicarle un montón de tiempo a mi música, pero cuando es algo tan poco estandarizado, genera mucha inseguridad.
Luis: ¿Alguna vez has tenido la tentación de «buscar un trabajo de verdad» y sentar la cabeza?
Chus: Alguna vez siempre la tienes. Yo he hecho música siempre, es lo que me gusta, y al final tu tiempo es tu vida y el trabajo es gran parte de tu vida, desde que decidí que me quería dedicar mi tiempo a hacer música y a montar mi proyecto, nunca he tenido esa tentación de buscar un trabajo «normal». Al final es tu decisión y merece todo, o casi todo, la pena. Es importante no dejarse llevar por esos vaivenes de pensamiento, porque al final uno mismo hace que el proyecto se vaya frenando al estar dudando de él. Hace poco hablaba con José Bruno (batería de estudio de Calamaro, Leiva, Sabina, etc.), tiene sesenta años y dice que en su vida ha visto a mucha gente dedicada a la música haciendo varias cosas, tocar, producir, música de estudio, etc., y dice «con veinte años tiras de ilusión, entre veinte y treinta crees que te puedes hacer un hueco, entre treinta y cuarenta pasas esa fase de sentar la cabeza, dudas, y tal, pero si pasas esa etapa, cuando llegues a los cuarenta, verás que llevas tanto tiempo haciendo esto que dices, ¡joder, si estoy vivo!, pues ya sigo».
«No tiene sentido emprender debido al síndrome del domingo por la tarde».
Me encanta esta frase.
Aparece en el ensayo de Fernando Trías de Bes, El libro negro del emprendedor: no digas que nunca te lo advirtieron, un libro fantástico que debería ser obligatorio para aquellos poseedores del síndrome del domingo por la tarde. La idea genial, el negocio del siglo. Esa ocurrencia que inunda nuestro cerebro de billetes del cuento de la lechera mientras tomamos magdalenas con Nutella en el sofá, llevamos un pijama roñoso y miramos una película de terremotos en Manhattan.
El aburrimiento dominguero es peligroso.
Pues aunque suene a chiste, en cierto modo, muchos de los «jóvenes emprendedores» no son más que fanáticos de los telefilms malos y del chocolate, Spain is different!
Así nos luce el pelo, únicamente el 5 % de los proyectos emprendedores aguantan el primer año, y del 95 % restante, tan solo el 20 % ha conseguido facturar algún producto o servicio antes de echar el cierre; es una estadística aterradora y lo que es peor, permanece inmóvil.
Pues aun así, aun a sabiendas de que lo más probable (95 %) es que la bola caiga en el negro, hay muchos que siguen, que seguimos, apostando al rojo.
¿Y os toca?
Sí, nos toca los…