A la memoria de mi padre, José Refugio Reyes Rodríguez.
Sus relatos de fogata encendieron desde niño mi curiosidad por indagar los misterios de la vida.
La familia real rusa, 1914. Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, división de impresos y fotografías (número de reproducción LC-DIG-ggbain-14685).
Contenido
Notas del autor
Introducción
Primer acto: La caída
El hombre de Pokrovskoye
La familia Romanov
Alejandra y su búsqueda
La sangre
El místico y su poder
La tragedia
Segundo acto: El testimonio
Anastasia Manaham
Los restos
Inicia la aventura forense
El testimonio de las mitocondrias
Ana Anderson
La segunda tumba
El incidente japonés
La hemofilia de Alexei
Glosario
Lista de ilustraciones
Fuentes consultadas
Agradecimientos
Notas del autor
Esta obra construye un marco biológico en torno a la historia de la caída de la última familia imperial rusa, constituida por el zar Nicolás II, la zarina Alejandra, las duquesas Olga, Tatiana, María y Anastasia, y el zarevich Alexei. Difiere de la historia convencional en que está enfocada en los fenómenos y pruebas genéticas que tanto influyeron en el desarrollo de los hechos como en su dilucidación. La tesis general es que la hemofilia de Alexei, una enfermedad genética, fue la condición detonadora en un momento histórico y social propicio para el fin del imperio. Asimismo, argumento que los avances en la genética, principalmente en lo que se refiere a las técnicas genómicas, fueron la clave para el fin de la controversia sobre la muerte de la familia.
Por lo que respecta a la historia convencional, he recurrido a las fuentes más confiables en lo que se refiere a libros y algunos artículos. Dos libros fueron piezas fundamentales en el tejido de esta obra: The Romanovs: The Final Chapter de Robert K. Massie y Rasputin: The Untold Story de Joseph T. Fuhrmann. Al final de esta obra, el lector podrá encontrar la lista de fuentes bibliográficas sobre las cuales me apoyé.
Al hablar de la Rusia de 1918 hacia atrás, se encuentra uno con el problema de los calendarios. El calendario Juliano se utilizó en Rusia hasta enero de 1918, y el calendario Gregoriano se adoptó a partir de febrero del mismo año. Así, el 1 de febrero de 1918 en el calendario Juliano (llamado también “viejo estilo”), pasó a ser el 14 de febrero en el nuevo sistema. Para fechas del siglo XX, la conversión de calendario Juliano a Gregoriano se logra añadiendo 13 días a la fecha del primero, en cambio para el siglo XIX el retraso del calendario Juliano es de 12 días. En este libro adopté la convención de fechar todos los eventos ocurridos en Rusia antes de febrero de 1918 con el calendario Juliano, y las fechas subsecuentes con el calendario Gregoriano. Para evitar confusiones, a todas las fechas del viejo estilo les añadí la etiqueta de calendario Juliano, mientras que las fechas del nuevo estilo no las etiqueté.
Otro problema con el que nos encontramos es la transliteración del ruso al español. En el caso de la reina, cuyo título más adecuado es “tsaritsa”, he optado por usar la palabra “zarina”, que es más común en español. En cuanto a los nombres propios, debemos recordar que las transliteraciones al español y a otros idiomas son aproximaciones a la fonética original.
En lo que respecta a los detalles genéticos, el acceso a la literatura científica ha sido de valor inigualable. El artículo de Peter Gill, aparecido en la revista Nature en 1994, y que fue pionero de los reportes genéticos de identificación de los restos de la familia Romanov, es un ejemplo de ciencia rigurosa y de metodología impecable. Ante la proliferación de estudios sobre el tema, elegí aquellos artículos clave que en su conjunto edifican una estructura de evidencias decisivas. A lo largo de la obra traté de mantener el rigor científico sin mermar la claridad para un público amplio. Ante ello, debí implementar algunos cambios en el lenguaje técnico, utilizar símiles y obviar algunos detalles y excepciones de las cuales los principios biológicos nunca están exentos. En el conocimiento de esta situación, espero que mis colegas de las áreas de genética y biología molecular sean comprensivos conmigo. Añadí un glosario de términos técnicos que serán de ayuda en la lectura de las descripciones de orden genético.
Introducción
La historia tiene mucho que enseñarnos sobre la naturaleza biológica humana. La separación de las ciencias naturales y las sociales es, a final de cuentas, una abstracción necesaria derivada de las diferencias en los métodos de estudio, ya que la complejidad del funcionamiento de las sociedades es tal que requiere herramientas muy particulares. Se atribuye a Pitágoras el haber afirmado que, para no perder tiempo, no es necesario más que leer los anales de un solo pueblo, ya que todos los pueblos se parecen. Sin aceptar del todo semejante afirmación, la que resulta ser menos que una aproximación, hay que destacar que la historia registra, a lo largo del espacio y del tiempo, pautas comunes en los que intervienen fenómenos causales como la territorialidad, la lucha por el poder y el encumbramiento, la rivalidad por el acceso a una pareja sexual, el desafío al liderazgo, y la guerra por el agua y el alimento, entre otros. A pesar de un conjunto de causas biológicas comunes, no podemos hablar de un determinismo, porque cada sociedad ha tomado sus caminos, variaciones al tema de nuestra naturaleza biológica enraizada en el proceso evolutivo.
Dentro de la riqueza histórica, hay relatos que perduran a través de los años, que viven dentro de la conciencia colectiva y nunca pierden la flama que los anima. Son parte inseparable de nuestra memoria social, y los sucesos que ocurren en el presente parecieran, por su similitud, ser una réplica de aquellos hechos. Son historias que nos hacen escuchar risas, pero también llantos de mujeres, hombres y niños, detonaciones de fusiles y de cañones, cascos de caballos y vientos que rugen entre la nieve. Nos hacen evocar tanto los aromas de flores como el hedor de la muerte y de las casas incendiadas. Aparecen así, a los ojos de la mente, rostros iluminados que ríen e infantes que juegan sin tener la menor idea de aquello que les espera en el siguiente recodo de la vida, así sea la sangre y la muerte.
Esas historias que viven por cuenta propia, se entretejen con los fundamentos mismos de la vida. Se funden con el misterio de las células que nos componen, y que en su centro llevan escrito, en un código casi universal, la integración de nuestro ser, la preparación para el aprendizaje, los afanes de vivir y perpetuarnos a través de la descendencia. Los instintos básicos que nos llevan a buscar el alimento, a protegernos de los peligros de la noche y también a enamorarnos, están de alguna manera inscritos en una molécula llamada ADN, ese libro con lenguaje de origen aún misterioso y que se llama código genético. Es en esta misma molécula donde podemos encontrar el origen y la trama de historias como la que les contaré. Y, por si fuera poco, esa molécula es capaz de arrojar luz sobre sucesos que parecían enterrados en el polvo de los años. Es, en fin, una substancia orgánica que puede ser culpable y testigo al mismo tiempo, en el vasto tribunal de la vida.
Tal es la historia de la última familia imperial de Rusia, los Romanov, personificados por el zar Nicolás II, su esposa la zarina Alejandra y su descendencia de cuatro damas y un varón. La familia más poderosa de la Rusia de inicios del siglo XX. No obstante su alta investidura, era una familia como las que podemos encontrar en cualquier lugar. Con infantes que ríen y juegan, con un padre que, aunque agobiado por las graves responsabilidades, no deja de convivir alegremente con ellos, con una madre angustiada por el destino de su hijo varón, y porfiada implacablemente por encontrar la magia lo salve.
Era una familia donde la sangre jugaba un lugar preponderante, no solo en su concepción antigua como símbolo de los linajes y como transmisora de la herencia biológica. La sangre en esta familia era algo más; se hacía tangible, se hacía presente con su color púrpura una y otra vez, y era en la sangre misma donde se encontraba la raíz de su tragedia y su lucha de cada día. Veremos cómo, detrás de este fluido púrpura, la molécula clave de la vida, el ADN, aparece con un mensaje misterioso e invencible, y se convierte en la torre que amenaza diariamente a la reina en la residencia imperial de Tsarskoye Selo, y pone continuamente en jaque al rey. En este tablero imperial de ajedrez, toda la esperanza de la dama se deposita en un alfil, un personaje intrigante a quien mantiene muy cerca de ella y de toda su familia: Rasputín.
En esta obra, narro la historia del zar Nicolás y la zarina Alejandra, de sus hijas Olga, Tatiana, María y Anastasia, de la búsqueda desesperada de Alejandra por un hijo varón que heredase el trono, del sufrimiento causado por la enfermedad del zarevich Alexei y de la madrugada trágica del 17 de julio de 1918. Examino también el arduo camino de la búsqueda de la verdad histórica. Pero la historia que les presento tiene un enfoque diferente al ofrecido por la historia convencional: el genético. Es como si estuviese escrito con tinta de ADN, porque es en esta molécula donde se buscan las causas de la tragedia y también ahí se buscan respuestas a lo que ocurrió.
Podríamos trazar las aportaciones de la genética al entendimiento de la historia de la última familia imperial rusa, remontándonos a los orígenes de esta disciplina científica y aún antes. Los resultados de los experimentos del monje agustino Gregor Mendel en hibridación de chícharos dulces, y su mente analítica y creativa, lo llevaron a la postulación de los principios de la segregación de los factores de la herencia. Sus hallazgos permanecieron ocultos desde 1866 hasta 1900, cuando se redescubrieron sus principios y se empezó a fraguar la teoría mendeliana de la herencia en una aventura que dura hasta 1920. El descubrimiento de los ácidos nucléicos por el químico alemán Friedrich Miescher, acaecido en 1869, aún no tenía un significado importante en la ciencia de la vida, a pesar de que él mismo había sugerido el papel de esos ácidos en el proceso hereditario. Por su parte, Mendel nunca imaginó la relación entre esas substancias y sus factores de la herencia. A esos factores de la herencia hoy les llamamos genes, y están hechos precisamente de ácidos nucléicos, particularmente de Ácido Desoxirribonucléico (ADN), en la gran mayoría de los seres vivientes.
Se hace aún más patente, en la trama de la historia que les relataré, la odisea científica que incluyó el descubrimiento de la estructura de los ácidos nucléicos y que marca un parteaguas con la publicación, en la revista Nature, del artículo de James Watson y Francis Crick “Molecular Structucre of Nucleic Acids” (“Estructura molecular de los ácidos nucléicos”) en 1953. Después de esta fecha, seguiría una serie de desafíos intelectuales, y uno de ellos era explicar la manera en que los ácidos nucléicos codifican la fabricación de proteínas. Como resultado de tal desafío y la conjunción de un puñado de mentes brillantes, la humanidad atestiguó lo que yo considero el descubrimiento más elegante de la biología molecular: el código genético. Se refiere a la manera en que los aminoácidos, que forman las proteínas, están codificados con las “letras” de la secuencia de los ácidos nucléicos, y que fue finalmente descifrada en 1966.
Las aportaciones tecnológicas posteriores fueron dando forma a la biología molecular moderna, con herramientas como las enzimas de restricción, la secuenciación del ADN, la reacción en cadena de la ADN polimerasa y la bioinformática. Esos recursos hoy en día le dan a la genética forense una capacidad enorme, y permiten estudiar ADN de seres humanos que vivieron hace muchos años, para su identificación, especialmente. Pero la aportación de la genética no termina ahí, como veremos más adelante, ya que no solamente podemos identificar personas que vivieron en un pasado más o menos remoto, sino que existe la capacidad de conocer algunas particularidades de índole fisiológica, enraizadas en el funcionamiento de los genes, ya que ocasionalmente se pueden identificar antiguas mutaciones.
Asomémonos a indagar lo que dice el ADN sobre la tragedia de la última familia imperial rusa, las causas biológicas que contribuyeron con fuerza a su caída y el largo y tortuoso camino que llevó a esclarecer las discrepancias históricas. Ya que esta molécula tiene la capacidad de conservarse en los esqueletos por muchos años y hoy en día es parte integral de la investigación forense, nos acercaremos a escuchar lo que dicen los huesos. Averiguaremos la fría verdad que esconden sus tejidos.