Nada de lo que nos sucede
es casualidad
Aldo Stumpfs, Alexandra Escorcia, Aníbal Villagra, Ariel Pérez, Betty Heinze,
Elizabeth Bonilla, Elizabeth Cabrera, Elizabeth Herba, Elizabeth Silveyra, Esther Szczerba, Fátima Iraheta, Fernando Riquelme, Gabriel Moyano, Graciela Vásquez, Jariz Suriano,
José Carlos Arellano Ramos y Victoria Elizabeth Nowak Hrádek, Laura Fragoza, Liliana Flores, Mabel Montesino, Marcelo Laffitte, Marta Lamas, Massiel Vargas, Mateo Kurrle,
Mayra Rodríguez, Michelle González, Milton Vera, Nelly Baz de Mazzini Campos,
Néstor Parenti, Osvaldo Barrera, Pablo González, Rolando Mendoza, Rosana García,
Rosita Barrios, Yolanda Mejía
Índice
Prólogo
Plan D: Causalidad Divina
Por Fátima Iraheta
¿Cómo se vive con frío en el corazón?
Por Elizabeth Cabrera
La muerte ha sido vencida
Por Mateo Kurrle
Ha sido un largo viaje
Por Rosana García
En el tiempo señalado por Dios
Por Liliana Flores
Fútbol: Fama y soledad, o la gloria de Su presencia
Por el pastor Osvaldo Barrera
Yo te vestiré de blanco
Por Alexandra Escorcia
Sus planes son perfectos
Por Elizabeth Herba
Nacer en una casa sin Dios
Por Marcelo Laffitte
Mis planes no son sus planes
Por Jariz Suriano
De oídas te había oído
Por la pastora Marta Lamas
El final de la película
Por Ariel Pérez
Y de repente… Dios cambia tus planes por unos mejores
Por la pastora Esther Szczerba
Tiempo de apuntalar
Por la pastora Elizabeth Silveyra
La silla loca
Por el pastor Gabriel Moyano
Dentro del Reino
Por Victoria Elizabeth Nowak Hradek y José Carlos Arellano Ramos
Dios en la enfermedad
Por Michelle González Gómez
Semillas de maldad, frutos de bondad
Por Fernando Riquelme
La realidad de lo invisible
Por Nelly Baz de Mazzini Campos
El tiempo perfecto
Por la pastora Rosita Barrios
Amor no correspondido
Por Milton Vera
Dios siempre estuvo allí
Por la pastora Elizabeth Bonilla
¿Cómo no estar agradecida?
Por Mayra Rodríguez
Dios tiene el mapa de ruta
Por el pastor Aldo Stumpfs
Todo tiene un propósito
Por la pastora Massiel Vargas
Enfoca tu mirada
Por la pastora Graciela Vázquez
Nada es por casualidad
Por Pablo González
Todo a tu favor
Por Néstor Parenti
El lugar secreto
Por Betty Heinze
La unidad en y por amor a Cristo
Por el pastor Aníbal Villagra
Metamorfosis
Por Laura Fragoza
Cuando la higuera no florece
Por la pastora Mabel Montesino
Dios se revela de maneras sorprendentes
Por Yolanda Mejía
Los caminos de la vida no son como yo pensaba
Por el pastor Rolando Mendoza
Prólogo
“ANTES ERA DE LOS QUE SOLO LEÍAN…
AHORA ESCRIBO”
Hoy, con la aparición de este libro, se convertirá en un día histórico e inolvidable para la mayoría de los que escribieron esta obra.
Hoy, ustedes, los escritores de estas páginas, dejan para siempre el rol de espectadores para convertirse en protagonistas.
En uno de mis libros escribí esta frase: “Dios te hizo protagonista, resístete entonces a ser un degustador de mensajes y un aplaudidor de otros”.
Usted, querido autor de este libro, ha tomado la trascendental decisión de dejar de lado la baja autoestima y responder a esa animosa palabra del Señor que dice: “Todo lo que te venga a la mano… hazlo!”
Le voy a confesar una postura un tanto polémica que defiendo desde hace mucho tiempo porque ha sido de enorme ayuda para mí y para otros tantos a los cuales se la compartí. ¿Qué afirma esa posición?
Que sentirse un poco inadecuados y poco capaces para determinadas tareas –como ser esta de escribir un libro- es la mejor condición para avanzar exitosamente en los proyectos del Señor, porque nos obligará a depender en todo de nuestro Dios. Y depender de Dios con toda humildad, y no confiando en nuestros talentos personales, es seguridad de éxito en todo lo que se haga.
“Señor, yo deseo con todo mi ser escribir este libro, pero sé que no lo podré lograr solo, te ruego que vengas en mi auxilio”. Esa es la frase que nuestro amado Dios espera de todos nosotros en todos los ámbitos de la vida.
A lo largo de muchos años militando en la fe, me he dado cuenta de que Dios parece deleitarse en escoger hombres y mujeres que, al mirarse a sí mismos, no encuentran nada que les haga pensar que son las personas capacitadas para la tarea.
Da mucha pena que, por no creer en esta postura que les comparto, de que en sociedad con Dios podemos hacer proezas, en la mayoría de las congregaciones, un altísimo porcentaje de sus miembros permanecen inactivos por años, mientras que unos pocos llevan adelante el trabajo.
Son muchos los que se han creído las mentiras que les taladran los oídos que dicen: “Yo no tengo ningún ministerio… Dios no me llama para nada… yo solo soy un cristiano del montón…”. Entonces vienen cada domingo a la iglesia y se convierten en degustadores de mensajes, en catadores de sermones… en “plateístas”, en fans seguidores de “estrellas”.
Pero la gran verdad es esta otra: en el Cuerpo de Cristo hay un lugar reservado para usted. Allí está escrito su nombre porque hay una tarea celestial que lo espera. Si usted no la toma, ese lugar seguirá vacío. Y la Gran Tarea que Dios nos encomendó a la totalidad de sus hijos seguirá incompleta.
Felizmente hoy, con la aparición de esta Antología, usted ha comenzado a revertir su condición pasiva. Hoy ha renunciado a ser parte de la audiencia evangélica. Ha dejado el sitio de los que siempre leen para ocupar el de los que ahora escriben.
¡Qué bueno que ha vuelto a creer que es un honroso hijo de Dios!
De ahora en más no se rebaje de esa altísima condición.
Marcelo Laffitte
Director de M. Laffitte Ediciones
∙ 1 ∙
Plan D: Causalidad Divina
Si entregamos nuestros planes al Señor, la victoria estará asegurada, ya que pelearemos las batallas con sus fuerzas.
Por Fátima Iraheta
El recordado músico John Lennon decía: “La vida es lo que pasa mientras estás planeándola”. Esa y otras frases similares se han vuelto muy comunes hoy en día. Las personas vivimos saltando de un plan a otro. Si el plan A no funciona, tratamos con el plan B, o con el plan X, Y o Z. No importa cuál sea, y tal vez (solo tal vez) lo logremos. Pero tanto plan se vuelve un caos cuando queremos programar el tiempo de Dios, y hacer que converjan en uno solo con el tiempo nuestro. De esa manera, echamos a perder todo, y dejamos de disfrutar lo que Dios tiene preparado para nosotros, desde la eternidad.
Eso pasó conmigo muchas veces, hasta que entendí que Dios tiene planes de bien para mi vida, mucho mejores que cualquiera que yo estuviese armando, pues la Palabra del Señor dice en Jeremías 29:11: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis”. Así que todo, absolutamente todo, comienza y termina con Él. Saber esto trajo descanso a mi vida, en el día a día. Si este zapato no cabe para ti, entonces ese plan que estás haciendo no es el deseo de Dios para tu vida.
Ahora bien, las preguntas en base a esa afirmación divina de Jeremías 29:11 son: ¿Qué futuro esperas? ¿Cuál es tu esperanza futura? La Palabra del Señor dice en Proverbios 23:7a: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él”. Como podemos ver, realmente somos lo que pensamos.
Cuando yo tengo la mente de Cristo, a través de creer en Él como salvador de mi alma y de mi vida, eso me permite estar en sintonía espiritual, lo que significa que mis decisiones, principalmente los planes que tengo y todo lo demás, giran en torno a la relación personal que tengo con Jesucristo, pues mi deseo es y será siempre agradarle a Él. Es aquí donde entra la “Causalidad Divina”. Nada en Dios es aleatorio: todo, absolutamente todo tiene un propósito, una causa, un plan marcado desde el principio. Si creías que Dios no planea, estás muy equivocado. Dios tiene el control de todo, pues no puedes controlar lo que no has planeado.
Así que no hay nada que sorprenda a Dios, nada lo saca del plan de redención, y menos del plan de un futuro glorioso para aquellos que esperan en Él. Cuando logramos coincidir en una misma visión, y decidimos planear en Él, en ese momento en que nuestros planes encajan perfectamente con Sus planes divinos, es ahí cuando descubrimos el favor de Dios para nuestras vidas. Y eso que está en nuestra mente, que como dice Proverbios es exactamente lo que somos, será lo que Él quiere que seamos.
Dios tiene planes de bienestar para nosotros, planes de un futuro de paz y bienestar para el mundo espiritual; pero también Dios sabe que hoy por hoy estamos en un mundo físico, que también nos quiere dar “el fin que esperamos” según “nuestro pensamiento”. Así que entonces, seremos lo que pensemos y lo que planeemos.
Es impresionante cómo “el universo” conspira a favor nuestro, cuando tenemos el favor de Dios. Todo responde a la voz del Creador, a la voz del Eterno. Para que nuestros planes estén en la “Causalidad Divina”, en el Plan de Dios, debemos enfocarnos en cuatro puntos importantes:
Primero: Planea con la mente enfocada en Él
Cuando hacemos nuestras cosas enfocados en quién es Dios, y no en quiénes somos nosotros, el plan ya tiene garantizado el éxito. Cuando David enfrentó a Goliat, hizo un plan de ataque, usó sus habilidades, buscó los recursos, y enfrentó al gigante. Pero no con sus fuerzas, sino en el nombre de Jehová de los ejércitos (1 Samuel 17).
Es importante que te conozcas a ti mismo y a tus habilidades al momento de planear. Debes reconocer tus virtudes, como también tus debilidades. David sabía bien quién era, y cómo había sido entrenado para ese momento. Un punto muy importante es que sepas exactamente quién eres como hijo de Dios, y no escuches la voz de los demás diciéndote: “Yo conozco tu soberbia y la malicia de tu corazón, que para ver la batalla has venido”, como le dijo su hermano en 1 Samuel 17:28.
Los demás dirán que te conocen, pero con el fin de hacerte sentir menos, de menospreciarte. Tú debes demostrar quién está contigo, y de qué estás hecho. No permitas que pongan sobre ti una carga que no te corresponde; tú no irás con los argumentos humanos, sino con el respaldo de Dios. El rey Saúl quería que David encajara en su traje de guerra, pero David se conocía y sabía que no iba a poder con eso, y aprendió a decirle al rey “no”. A veces, en la elaboración de los planes de vida, es necesario decir algunos “no”, para luego recibir el “sí” de Dios.
No permitas que el enemigo te menosprecie por la apariencia externa, cíñete como un cristiano valiente. El enemigo querrá atacar tu mente, querrá que cargues un peso de culpa que ya Cristo quitó, y querrá menospreciarte. Cuando eso te esté pasando, entiende esto: estás listo para dar batalla, listo para pelear, listo para derribar ese gigante, y listo para vencer en el nombre de Jesús.
Segundo: Transforma tu mente
David pudo haber salido corriendo de ahí. Tenía excusas de sobra para hacerlo. Era el menor de sus hermanos, y generalmente nadie espera gran cosa de “los pequeños” de la casa, porque ellos solo están para ser protegidos, para recibir tareas menos peligrosas. David enfrentó al gigante de su mente, y ese era superior a Goliat.
David tenía todo en contra: la opinión familiar (su hermano Eliab no tenía un buen concepto de él), el rey Saúl veía a un joven inexperto (esa es la mayor etiqueta para los jóvenes hasta el día de hoy) y, por último, el gigante Goliat, quien lo tuvo en poco. Si David hubiese vivido en el tiempo de “la generación de cristal”, creo que en ese momento se hubiera regresado con sus pequeñas y pocas ovejas. Tenía la excusa perfecta para no enfrentar al gigante, tenía todo en su contra (desde el punto de vista de los demás). Pero también sabía que el tiempo de su preparación cuidando ovejas no había sido en vano. No era casualidad, era causalidad. Estar en un puesto de servicio no te hace miserable, sino que te prepara para pelear las mayores batallas de tu vida.
Transformar la mente significa verte en el tiempo donde Dios te pondrá, donde Dios te usará, donde Dios te va a llevar. Es verte como Dios quiere que seas, como Él te ve. Quizás aún estás repartiendo queso a tus hermanos, pizza, o cualquier otra comida rápida. Tal vez todavía estás en el monte planeando, preparándote para la batalla. Quizás hasta ahora no lo habías visto así, y aún sigues quejándote de que no te dan el lugar que esperas, pero toma este tiempo como tu momento de preparación: pelea con osos, persigue y vence a los lobos, cuida las ovejas y planea tu próxima batalla para cuando estés frente al gigante Goliat. La victoria no radica en tus fuerzas, ni en las piedras que recojas del rio. Enfoca tu mente, transfórmala. Tu victoria radica en el Dios a quien servimos, y la victoria está en Jehová de los ejércitos.
Tercero: ¡Planea vencer! ¡El autosabotaje existe!
Muchas personas hacen planes sin tener la certeza de lo que vendrá; peor aún, sin creer que van a lograrlo. Hebreos 11:1 dice: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”.
Si planeas para perder, pierdes doblemente. Nadie invierte en un negocio si sabe que no va a tener rentabilidad jamás. Debes planear creyendo que esa es la voluntad de Dios, y que lo vas a lograr.
Si David hubiese planeado perder, hubiera tomado solo una piedra. Las cinco piedras eran las oportunidades que David había planeado para enfrentar al gigante y derrotarlo. El fin era vencer, no perder. Enfrentar gigantes requiere planes, pero sobre todo la convicción de que lo vas a lograr. A veces las personas no salen del pantano donde se han metido porque no creen que lo puedan lograr; y cuando están por lograrlo, el enemigo siembra duda en sus mentes, por lo que desisten de su estrategia y fracasan. Vencer requiere carácter, fuerza y gallardía.
¿Cuántas veces intentaste ese negocio? ¿Cuántas veces intentaste mejorar tu relación con tu pareja? ¿Cuántas veces planeaste el bien que quieres recibir del Señor? David tenía 5 estrategias, ¿cuántas son las tuyas? Este es el tiempo para vencer, para que vuelvas a intentarlo, pidiéndole a Dios que te dirija y creyendo que estás en su soberana voluntad. Cuando venzas, sonríe al cielo y dale la gloria a Dios, pues Él la merece.
Cuarto: El tiempo de Dios es perfecto
Cada día que amaneces con vida es la oportunidad de intentarlo. Si Dios lo prometió, Él lo va a cumplir. Le prometió el monte Hebrón a Caleb, hijo de Jefone, y lo hizo por su gallardía, por creerle a Dios, por enfrentar al resto que decía que no. Caleb tenía la total convicción de que Dios le daría la victoria, porque sabía quién era Dios (Números 14:24). Y ese monte recién le fue dado cuarenta y cinco años después de la promesa. ¿Cuánto tiempo has esperado tú, o estabas por rendirte? La edad no es impedimento para que Dios lleve a cabo Sus planes. Confía en Él y lo hará, te dará el vigor y la fuerza necesaria para alcanzar esa promesa; pero es necesario que le recuerdes su promesa, como lo hizo Caleb con Josué, y ponte a alcanzar aquello que te fue prometido.
¿Tienes una promesa de Dios? Entonces este es tu tiempo, haz el plan conforme a lo que el Espíritu Santo ponga en ti, y planea para vencer. Porque el que lo prometió no es hombre para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. No pienses que, porque hayas fallado, Dios no te va a dar lo que te prometió, las cosas no funcionan así. Él sabe todo desde el principio, y no planea destruirte; planea el bien para ti, ese bien que tanto esperas. Entonces, solo vuelve al camino de forma genuina, y camina firmemente. Recuerda que el llamado de Dios es irrevocable, porque no es por quién tú eres, sino por quién es Él.
Evita el autosabotaje, es tu mente la que dirigirá las acciones. Créelo, repítelo mil veces si fuese necesario. Es ahí en la mente donde se inicia la victoria. Por eso el apóstol Pablo escribía inspirado por el Espíritu Santo: “Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto”. (Romanos 12:2, LBLA).
El tiempo de Dios es perfecto. A veces olvidamos que Dios es Omnipresente: no estuvo en el pasado, no está en el presente, y no estará en el futuro como quien viaja en una máquina del tiempo. Él es el Eterno, para Él no existe la limitante del tiempo. No es estacionario, no cambia, no hay variación en Dios, su poder no disminuye, Él no se cansa. Cuando entendemos quién es realmente Dios, entonces podemos planear en Él, y transformar nuestro entendimiento. Prepararnos para vencer.
Al escribir este pequeño pero valioso manuscrito, también tuve que esperar el tiempo de Dios. Había escrito meses atrás para ser parte de las antologías anteriores, pero este era el tiempo de Dios para mí. Para mi plan, para mi vida. Disfruto escribir y disfruto planear, pero nada disfruto más que el hecho de que Dios me sorprenda en su tiempo. Porque estoy segura de que sus planes de bien son mejores que los míos. Nada en Dios es casualidad, todo en Él es Causalidad Divina.
Fátima Gissella Iraheta, maestra y escritora salvadoreña. Sus hijas Keiry Jeanette y Alisson son parte de su apoyo en el ministerio de mujeres. Ha trabajado en diferentes áreas dentro de la iglesia, sirviendo a Dios desde hace más de 25 años. Ha sido llamada al trabajo con mujeres dentro y fuera de la iglesia desde hace más de 10 años, actualmente, dirige su ayuda a través de redes sociales con el ministerio “Mujeres con Propósito” y el trabajo en la iglesia local “La Esperanza” de las Asambleas de Dios. Es autora del libro “De Mujer a Mujer”
WhatsApp: +503-7844-9799
Email: fatimairaheta1901@gmail.com
Facebook: Fatima Iraheta
Instagram: @fatima_iraheta
∙ 2 ∙
¿Cómo se vive con frío en el corazón?
Pude sanar heridas y comprender que había un plan de Dios para mi vida, y así comencé a ayudar a otros a sanar.
Por Elizabeth Cabrera
Al llegar a los 17 años, navegaba en un barco sin timón, en una familia que se destruía delante de mis ojos. Mi corazón se dividía, se llenaba de rencor y rebeldía. Ante tanta demanda de perfección, no pude enfrentar que les estaba fallando, que la que “valía oro” no estaba cumpliendo con sus consignas.
Desde el dolor, me paré en medio de una sociedad que me juzgaba por ser mamá soltera; que me preguntaba cómo estaba, solo para saber quién era el padre. Y en medio de tanto dolor, mi rebeldía decía: “Como sea lo voy a tener, y lo voy a criar, y me voy a arreglar yo sola”. Gracias a Dios, no fue así. Con el tiempo, pude casarme y formar una hermosa familia.
Comencé a colaborar en el barrio donde me encontraba, con una de las monjas misioneras; en mi corazón, quería ser catequista como ellas.
Todo transcurría en calma, hasta que un llamado lo cambió todo: “Elizabeth, soy Gabriel. Quería avisarte que tu hermano no está bien, y que tenemos una entrevista en un centro de rehabilitación”. Esas palabras rompieron mi corazón. ¿Cómo podía pasarnos eso a nosotros? ¿Cómo podría ayudarlo? ¿Qué recursos tenía para enfrentar este problema? ¿Cómo ese ser tan amado estaba atravesando esta situación? Si tanto amor le dimos, ¿por qué este resultado? Todo era confuso y doloroso.
Llegó un momento en que alcé mis ojos al cielo, y me pregunté: ¿Qué podría hacer yo? ¿Cómo podría ayudar a mi hermano? Un día, hablando con una compañera de trabajo, ella me preguntó: “Ely, ¿cómo puedes vivir con ese frío en el corazón?”. Esas palabras golpearon mi mente y mi corazón en aquella tarde.
Conociendo el amor del Señor
El poder de Dios se perfecciona cuando Él sale a tu encuentro, cuando confirma en los cielos esa cita contigo, cuando prepara esa fiesta celestial del día de tu salvación. Él, sabiéndolo de antemano, preparó el agasajo para recibirte en sus brazos, para apretujarte corazón con corazón. Y llegas a ese lugar de protección, de confianza y de seguridad. Ese día es el fin del dolor, del dolor que mata, de la tristeza; y es el día de danzar en sus manos, el día en que te sientes en los brazos de Papá.
Cuando a mí me pasó esto, pude sentirme como cuando era niña, ¡tan amada y apreciada! Tuve la seguridad de que no era uno más de los tantos intentos fallidos de encontrar la paz y el bienestar. ¡Un extraño poder me hacía sentir muy segura de que era Él! Siempre había esperado al caballero que me rescatara de la prisión en la torre, como en tantos cuentos que había leído. Pero Él estaba rescatando mi corazón y mi alma, y movía el cielo a mi favor. El Señor me estaba bajando el cielo y las estrellas, y las colocaba como alfombra, ¡para que allí yo caminara y viera el destello de su gloria!
Como dice su Palabra, donde abunde el caos, sobreabundará la gracia de Dios. Y allí, en aquel momento, se estaba cumpliendo esta palabra. Era este caballero el que amaba mi alma, quien me sedujo con su dulzura, y me daba la libertad de elegir; que me conocía como ni siquiera yo me conocía. ¿Cómo este Ser que yo no veía, podía derribar en un instante toda esa estantería llena de mentiras, dolor, ansiedad, miedos, inseguridad y dudas?
Y en ese lugar, ¿por qué justo allí? ¿Cómo había escuchado Dios mis declaraciones, que las mismas personas que yo cuestionaba y juzgaba, eran ahora los instrumentos para acercarme a Él? ¿Cómo podía una simple oración provocar semejante encuentro? ¿Cómo tanta desesperación podía convertirse en semejante caudal de dulzura y bálsamo a mi corazón?
A través de ellos, de esos jóvenes, fui conociendo sus vidas. Aprendí que habían sido dañados en su infancia, y entendí que había algo más. No era solo la droga la causa de sus problemas.
Una tarde me preguntaron: ¿Quieres acompañar a una jovencita que viene a rehabilitarse? Tendrías que leer con ella la Palabra de Dios, y acompañarla. Mi respuesta fue: ¿¿Yo?? ¿Cómo podría Dios usar a aquella que no los podía ni ver, que se enojaba tanto porque alguien se drogara, que manifestaba: “se drogan porque quieren”? ¿Con qué cara podría enfrentar a esta chica, si un día había juzgado sus caminos? Qué gran lección tendría el Maestro para esta prejuiciosa que había en mí.
Una nueva etapa de servirle a Él
¡Llegó el día esperado! Creo que esa noche no dormí. Oraba y le pedía a Dios tantas cosas, ¡qué sentimientos encontrados! “Te presentamos a Valeria”, me dijeron los pastores. Sus ojos tan negros y bellos brillaban, y su sonrisa expresaba más susto que el mío. ¡Ay, Dios, qué obra tan bella harás en esta jovencita! ¿Por qué sería justamente yo el instrumento de tan grande amor?
Comenzamos a conocernos y a hablar del amor de Dios, y cómo sus caminos habían sido tan tristes y duros sin Él. Eran historias mezcladas de dolor y de delincuencia, de abandono y de drogas. De secuestros, de entradas y salidas de la cárcel. Yo me preguntaba: ¿Que querrás hacer Dios en mí? ¿A quién estarás rehabilitando Señor? ¿A ella, a mí o a ambas?
Compartimos tantas cosas bellas: charlas bajo la sombra de hermosos árboles, tardes de Proverbios, mañanas de limpieza del lugar, mediodías de alabanza, ¡y verla crecer! Verla adorar a Dios, verla servir. ¡Cuán grande es Él! Pasábamos mucho tiempo juntas, yendo a las fiscalías y a los juzgados, lugares donde debía firmar su buen comportamiento.
Pasados unos largos meses, de repente entró un llamado a mi teléfono: “Ely, ¿te podrías acercar a hablar con Valeria? Hemos intentado convencerla, pero se quiere ir del hogar. Está sentada del lado de afuera en la calle, tal vez la puedas convencer.”
Hice esas cuadras cuesta arriba, en mi bicicleta; iba corriendo desesperada, pensando qué decirle, cómo retenerla, cómo pedirle que no lo haga, que vuelva a los brazos de Papá. ¿Qué podría hacer yo, una simple mortal, para que ella no volviera a esa vieja vida? Finalmente fue en vano, y me fui con tristeza, sin el resultado esperado tanto para mí, como para mi amado Dios.
¿Habré fallado? ¿Dije las palabras correctas? ¿Me esforcé lo suficiente? ¿Qué parte dependía de mí? ¿Qué dependía de ella? ¿Por qué tantas preguntas en mi monólogo interior? Mientras seguía mi camino en bicicleta, llegué hasta el semáforo, y allí vi cómo ella subía al colectivo con su bolsito. Allí la esperaba su antigua vida, ¡cuánta juventud desperdiciada! ¡Qué dolor inmenso me produjo en el corazón!
Llegué a mi casa, y allí derramé mi corazón delante de Dios. ¿Por qué dolía tanto? ¿Me sentía frustrada por ella, o por mí? ¿O por ambas? No paraba de llorar, ¿cómo podía doler tanto en el corazón? ¿Cómo podría entender mi familia lo que estaba sucediendo?
Durante varios días esperé con anhelo que ingresara para verla de nuevo, pero no sucedió así. Aunque debo decir que su vida marcó un antes y un después en la mía, en este caminar con Cristo. A través de esta experiencia, me enseñó el amor por el perdido, y por su familia.
Pasado un tiempo, me encontraba yo en la oficina pastoral redactando unas cartas, cuando de pronto entró un joven de rehabilitación, y le pidió al pastor que lo atara, que no lo dejara ir, que tenía muchas ganas de volver a consumir drogas. Ese clamor de dolor me impactó, y nunca lo olvidé. Desde allí entendí que había algo más para mi vida, que empezaba a descubrir el llamado de Dios para mí.
Transcurrieron los meses, y nuevamente me entró un llamado desde el centro de rehabilitación: “Elizabeth, tu hermano se fue del programa”. ¡No podía ser! Inmediatamente Dios me dijo: “Tú también necesitas restauración”. Tomé el teléfono y llamé a los pastores, y les dije que necesitaba de Dios en mi vida, que ya no quería el frío en el corazón.
Continuando en los procesos de Dios
Así siguieron los días de este proceso en el Señor: conociéndole, adorándole y obedeciéndole. Él transformaba lo que yo no había podido por mi propia cuenta, ni con mis propias fuerzas. Pude conocer mucho más sobre el amor por el perdido, por las familias, por todas esas personas que venían a rehabilitarse. Y nuevamente llegaba la reflexión: era a ellos que Dios restauraba, pero podía ver que Él también lo hacía conmigo. ¡Qué maravillosa experiencia! Pude entender que, aunque yo jamás me había drogado, mis pecados eran como si lo hubiera hecho. Estas familias me estaban entrenando a mí, sin ellos saberlo.
Acompañaba a las jóvenes en restauración, a las iglesias que nos invitaban, y a través de sus experiencias podía ver el mover de Dios. Comencé a ver cómo muchos de ellos eran restaurados por el poder del Señor en sus vidas. El solo verlos caminar era un regalo de Dios cada día, ellos eran el milagro caminando delante de mis ojos. ¡Qué experiencia divina! Descubrir que yo comenzaba a ser un canal de bendición para otros, ¿qué más querría hacer Dios en mí?
Venía a mí esa palabra de Efesios 1, donde Dios me recordaba que soy escogida, predestinada, aceptada, redimida, heredera, y sellada. ¡Qué maravillosa selección hacía Dios con alguien tan imperfecta!
A medida que pasaba el tiempo, fui descubriendo que las familias tenían otras problemáticas, entre ellas abuso, violencia, suicidio, y otras terribles circunstancias. Entonces, comencé a darme cuenta de que oraba por y con ellos, pero me faltaban herramientas.
Un día el Señor, en oración, me dijo: “Te voy a capacitar”. Yo pensé, “si ya llevaba trabajando 10 años con adicciones, ¿qué más podría aprender?” ¡Pero por Dios, cuánto me faltaba! Fue allí donde el Espíritu de Dios me fue guiando. Comencé a estudiar, a tomar herramientas; y una vez abierto el panorama, comencé a ingresar con la Palabra de Dios, reconociendo que solo en Él hay sanidad y liberación.
Creciendo en el servicio al Señor
Junto a otros hermanos, formamos un grupo guiado por Dios, y descubrimos que teníamos el mismo llamado: trabajar por y con las familias todos estos temas, y con Dios en nuestro corazón.
Un día, recibí el llamado de mi pastor, que me dijo: “Ustedes se van a encargar de todos estos delicados temas de familia”, y así nació “Prevención y Valores”. Participamos en marchas a favor de la vida, hemos conocido grandes ministerios que trabajaban desde mucho antes que nosotros, y fueron grandes referentes. Así, fuimos creciendo en el favor y la gracia de nuestro amado Dios. Y el Señor puso más estrategias: comenzamos a visitar los merenderos de la zona, donde actualmente seguimos yendo junto a los talleres de prevención.
Vimos cómo el Señor comenzó a hacer libres a muchas mujeres, que aprendieron a seguir a Dios, y solo a Él. Al recibir a Jesús en su corazón, ellas comenzaron a descubrir que sus vidas tienen valor, que son preciosas para Dios, que traen un don y un talento que Él ya les puso de antemano. Y así, todo esto pasó a ser una gran herramienta de evangelización, de contención, de sanidad y de liberación.
Hoy puedo comprender que nada fue casualidad. Que todo el caos que viví en el pasado, hizo sobreabundar la gracia de Dios en mi vida. Puedo entender que en los tiempos que estamos viviendo, nuestros niños son los que están siendo afectados; y cuando llegan a las consultas, el Señor llega primero. Todo lo que manifiestan en los consultorios, es el resultado de lo vivido en sus hogares.
Este año, a través de la experiencia en cuarentena, comenzamos a dar cursos por internet. Y para sorpresa nuestra, muchos pastores y líderes han decidido capacitarse para ser esos primeros auxilios, esos “preventores” en sus iglesias, para hablar y prevenir en todas las congregaciones sobre abusos, violencia y suicidio. Pudiendo así acompañar a muchas familias a sanar, como lo hacía el Señor Jesús.
Y el texto situado en Lucas 4:18 (LBLA) fue de confirmación a mi corazón: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el Evangelio a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año favorable del Señor”.
Esta Palabra es mi bandera… ya sin frío en el corazón.
Elizabeth Celina Cabrera vive en Benavidez, Buenos Aires, Argentina. Está casada con Antonio Vera y tienen 4 hijos: Leonardo, Tatiana, Mariano y Camila. Hace 17 años que sirve a Dios en diferentes ministerios. Es psicóloga social y acompañante terapéutica, además de docente del IBPEN. Ha fundado el Ministerio Prevención y Valores, y trabaja intensamente en todo lo relacionado a la prevención de violencia familiar. Es integrante de la mesa Aciera Niñez, Adolescencia y Familia. En 2018, el Señor la guio para formar un equipo interdisciplinario, con profesionales cristianos. Y a su vez, en plena pandemia, pudo comenzar una serie de talleres vinculados al tema familiar, que están respaldados por el IBPEN.
Whatsapp: +54(11)3411-2001
Email: lizcabrera64@hotmail.com
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