

© 2022, Lola Rodríguez-Brenner
© 2022, Redbook Ediciones, s. l., Barcelona
Diseño de cubierta: Regina Richling
Diseño de interior: Primo Tempo
ISBN: 978-84-9917-676-5
Producción del ePub: booqlab
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Introducción
Aprender a usar las emociones de forma inteligente
Emociones e inteligencia
1. Educar con inteligencia emocional
Qué es la inteligencia emocional
Las emociones en psicología y pedagogía
2. Cerebro humano y emociones
Empatía. Las neuronas espejo
Edades y emociones. Educación emocional de 0-3 años
3. El entorno. En casa
Familia capaz de compartir y de resolver problemas con cariño
El humor familiar, vitaminas para la acción
Telefonía y pantallas. Plataformas de cine
¿Nuestros hijos pueden aprender a relacionarse en redes sociales?
4. Aprender con las emociones
Los colores de las emociones
Emociones frecuentes. Miedo
Miedo, ansiedad y estrés
Tristeza
Alegría
5. Estrategias para la autoconciencia emocional
Disciplina positiva
Educar en positivo. El resultado
En casa. Conciencia de uno mismo
¿Manipulamos emocionalmente a nuestros hijos?
En la escuela. Potenciar la inteligencia emocional en los niños
6. De la ansiedad a la empatía
Un niño ansioso
Señales del estrés infantil
Qué puede ayudar
¿Qué es la resiliencia?
¿Y la empatía?
7. Recursos. Relajación y meditación
El arte de respirar
Meditación
Meditaciones para niños
8. Cuentos y juegos
Cuentos y juegos para desarrollar una educación emocionalmente inteligente.
Fábulas para niños sobre la frustración
Actividades caseras
Jugar para que todos ganen
Para saber más
Bibliografía y agradecimientos


El test que mide el coeficiente intelectual de las personas (CI) ha estado presente durante muchos años dentro del campo de la psicología, sobre todo en Norteamérica. Este medidor de la inteligencia humana se creó, en principio, como una herramienta de ayuda para los educadores, que así podían orientar el contenido educativo que ofrecían a sus alumnos, teniendo en cuenta su capacidad y limitaciones.
Sin embargo, hoy sabemos que medir solo el coeficiente intelectual es limitado. Sobre todo, porque no tiene en cuenta otros aspectos importantes y complejos del cerebro y el comportamiento humanos. Howard Gardner habla de inteligencias múltiples: su teoría incluye ocho tipos de inteligencia (espacial, musical, lingüística, lógico-matemática…) que podemos estudiar como un paso adelante hacia una enseñanza y una gestión de la salud más personalizados. Por otra parte, no es de extrañar que en lugares como Bután estén más interesados en el Índice de Felicidad que en los indicadores económicos o de productividad.
Los avances en neurociencia son relativamente recientes y es ahora cuando empezamos a conocer mejor el funcionamiento de nuestro cerebro. Los datos neurobiológicos actuales empiezan a ser elocuentes y a demostrar la importancia que tienen las emociones para condicionar y regular nuestro comportamiento. Incluso en el mundo empresarial se ha comprobado que entre un quince y un veinte por ciento del tiempo laboral suele perderse en «malentendidos» y falta de fluidez en la comunicación… Así que también por este motivo es lógico que el estudio de la inteligencia emocional (IE) despierte tanto interés.
La inteligencia emocional es el uso inteligente de las emociones: hacer que, intencionalmente, las emociones trabajen a favor de cada persona, utilizándolas de manera que nos ayuden a guiar la conducta y los procesos de pensamiento. Con ello todo serán ventajas y bienestar personal.
Sabemos por experiencia que los niños con una educación emocional positiva y estable muestran una capacidad intelectual más abierta y adecuada, sobre todo si tenemos en cuenta que, muy a menudo, nuestras emociones pueden llegar a desbordarse y hacernos actuar de manera inadecuada. Es aquí donde surge la necesidad y la gran importancia de educarnos emocionalmente. Es decir, usar con inteligencia los sentimientos para afrontar la vida con equilibrio, humor, perseverancia y, sobre todo, con capacidad para automotivarnos y encarar con entusiasmo nuestras iniciativas y nuestra vida.

Nuestra actitud ante las vivencias de los niños es esencial para su educación y desarrollo personal.


En la tradición occidental, la reflexión e investigación sobre la emoción y el conocimiento se han desarrollado de manera paralela, e incluso se han considerado como conceptos opuestos. Ya en la antigua Grecia los filósofos destacaron el lado racional de la mente en detrimento del emocional y concibieron ambas partes por separado. Decían que la inteligencia era necesaria para dominar y reprimir las pasiones más primarias.
Por eso nuestra cultura está profundamente impregnada por la creencia fundamental de que la razón y la emoción son terrenos separados e irreconciliables y que, en una sociedad civilizada, la racionalidad debe prevalecer. La nueva mirada al mundo emocional evidencia el importante papel que han jugado las emociones en la génesis de las capacidades mentales más elevadas, como la inteligencia o el sentido de la moralidad.
Hoy se considera la idea de inteligencia emocional como la gran revelación de la psicología del siglo XX, en cuanto a los nuevos elementos que aporta para la comprensión de la inteligencia humana. Todo ello permite una visión más realista de todo lo que conduce a la eficacia y adaptación personal, ayudando a tener una visión más equilibrada del papel que juegan el conocimiento y la emoción en la vida de las personas. Hay un gran auge de las investigaciones en este campo, de tal forma que la inteligencia emocional es un concepto en amplia expansión.
Peter Salovey y John Mayer, de las universidades de New Hampshire y de Yale, en EE.UU., fueron de los primeros investigadores en utilizar el término «Inteligencia Emocional», pero la popularidad y notoriedad se dieron a partir de la publicación del libro La Inteligencia Emocional, escrito por el psicólogo norteamericano Daniel Goleman en 1995 y que es considerado como el padre de esta nueva forma de conocimiento humano.
De acuerdo con Goleman (1996, 1999, 2001), los individuos emocionalmente desarrollados, es decir, las personas que gobiernan adecuadamente sus emociones y que también saben interpretar y relacionarse efectivamente con las emociones de los demás, disfrutan de una situación ventajosa en todos los dominios de la vida. Estas personas suelen sentirse más satisfechas, son más eficaces y más capaces de dominar los hábitos mentales que determinan la productividad.
Por el contrario, quienes no pueden controlar su vida emocional, se debaten en constantes conflictos internos que socavan su capacidad de trabajo y les impiden pensar con suficiente claridad.
Goleman afirma también que la inteligencia emocional tiene un componente intrapersonal y un componente interpersonal. Lo intrapersonal comprende las capacidades para la identificación, comprensión y control de las emociones en uno mismo, que se manifiestan en la auto-conciencia y el autocontrol. El componente interpersonal, comprende a su vez la capacidad de identificar y comprender las emociones de las otras personas, lo que en psicología se denomina ser empático; y la capacidad de relacionarnos socialmente de una manera positiva; es decir, poseer habilidades sociales.

La inteligencia emocional se refiere a la capacidad de percibir e identificar, comprender y manejar las emociones en uno mismo y en los demás, y es la base de la competencia emocional, entendida como una capacidad que puede desarrollarse a través de la educación. Desde esta perspectiva, la inteligencia emocional es una habilidad que implica tres procesos:
1. Percibir: reconocer de forma consciente nuestras emociones e identificar qué sentimos y ser capaces de darle una etiqueta verbal.
2. Comprender: integrar lo que sentimos dentro de nuestro pensamiento y saber considerar la complejidad de los cambios emocionales.
3. Regular: dirigir y manejar las emociones tanto positivas como negativas de forma eficaz.
Así, la inteligencia de las emociones se refleja en la manera en que las personas interactúan con el mundo. Las personas emocionalmente inteligentes toman muy en cuenta sus propios sentimientos y los de los demás; tienen habilidades relacionadas con el control de los impulsos, la autoconciencia, la valoración adecuada de uno mismo, la adaptabilidad, motivación, el entusiasmo, la perseverancia, la empatía, la agilidad mental, que configuran rasgos de carácter como la autodisciplina, la compasión o el altruismo, indispensables para una buena y creativa adaptación.

LAS PERSONAS ADULTAS EMOCIONALMENTE INTELIGENTES…
• Saben qué emociones experimentan y por qué.
• Perciben los vínculos entre sus sentimientos y lo que piensan, hacen y dicen.
• Conocen sus puntos fuertes y débiles.
• Son reflexivas y se muestran seguras de sí mismas.
• Controlan su impulsividad y las emociones perturbadoras.
• Piensan con claridad y no pierden el control cuando son sometidos a presión.
• Son socialmente equilibradas y comprenden los sentimientos y preocupaciones de los demás, así como su perspectiva.
Estas características serían un ideal que nos podría orientar; desde luego no existen personas con todas estas cualidades y no en todo momento, pero entender esto nos puede ayudar a manejarnos mejor como personas y sobre todo a la hora de educar a nuestros hijos.
Las personas tenemos una capacidad que aún no sabemos usar del todo: la de pensar y, a menudo, cometemos el error de creer que somos lo que pensamos. Pero no somos nuestros pensamientos. Somos animales capaces de pensar (por este orden, ¡y solo a veces!).
Podemos reconocer que, como animales, tenemos un cuerpo, unas sensaciones, unas reacciones físicas y unas emociones. Si olvidamos esto, negamos nuestra esencia, nos ponemos de espaldas a la vida y de cara a la razón. Hay pues dos posibilidades: mirar con el «corazón», por llamar de alguna forma a nuestra esencia animal, y mirar con la «razón», aludiendo de alguna manera a nuestra capacidad de pensar.

Tomar la opción del corazón implica reconocer lo que sentimos y nuestras emociones: nuestra afectividad. Las emociones positivas nos hacen felices, y las negativas nos ayudan a hacer algo para solucionar los problemas.
El proceso de educar emocionalmente a los niños es en estos momentos una de las tareas más apasionantes en pedagogía… y en el entorno familiar. En este libro hemos reunido una serie de herramientas y sugerencias sencillas y fáciles de poner en marcha, tanto en casa como en la escuela. Son propuestas multidisciplinares y ampliamente probadas, que esperamos sean de utilidad para todos. Conviene abordar y desarrollar:

1. Conciencia de uno mismo o autoconciencia. Para que el niño tenga un conocimiento pleno sobre sí mismo.
2. Autorregulación. Más que eliminar sentimientos como la rabia o la frustración en nuestros hijos, lo que debemos hacer es que los conozcan y sepan cómo manejarlos.
3. Motivación.
4. Empatía.
5. Habilidades sociales.
MIRADAS SOBRE EL MUNDO EMOCIONAL
• La emoción es un proceso complejo, multidimensional, en el que están integradas respuestas de tipo neurofisiológico, motor y cognitivo.
• En los seres humanos emoción y cognición están integrados. Ser solamente racionales nos niega el acceso a una fuente compleja de conocimiento emocional, que informa adaptativamente a la acción y contribuye a la toma de decisiones y resolución de problemas. Las emociones son indispensables para la toma de decisiones, porque orientan en la dirección adecuada.
• Nuestro bagaje emocional tiene un extraordinario valor de supervivencia. Esta importancia se confirma por el hecho de que las emociones han terminado integrándose en el sistema nervioso en forma de tendencias innatas y automáticas.
• Así que todos tenemos dos mentes, una mente que piensa y otra que siente, y estas dos formas de conocimiento interactúan para construir nuestra vida mental. La mente racional es la modalidad de comprensión de la que solemos ser más conscientes, nos permite ponderar y reflexionar. Según Goleman, el otro tipo de conocimiento, más impulsivo y más poderoso –aunque a veces resulte ilógico– es la mente emocional.
• Existe una razón para que seamos emocionales. Nuestras emociones son parte de nuestra inteligencia. Por eso es tan necesario resolver la división entre emocional y racional; será un nuevo gran paso adelante.
• Las emociones son importantes para el ejercicio de la razón. El cerebro emocional se halla tan implicado en el razonamiento como lo está el cerebro pensante. La emoción guía nuestras decisiones instante tras instante, trabajando mano a mano con la mente racional y capacitando, o incapacitando, al pensamiento mismo. Se ha llegado a afirmar que alguien que careciera de emociones no solo sería menos inteligente, sino que también sería menos racional.

El bagaje emocional y la conciencia personal forman parte de los valores de supervivencia.
«Las emociones, y no la estimulación cognitiva, constituyen los cimientos de la arquitectura mental primaria», señala el psiquiatra y pediatra Stanley Greespan. En su planteamiento sobre la importancia de las emociones considera que ejercen un papel más decisivo a la hora de crear, organizar y coordinar muchas de las más importantes funciones cerebrales. Dice: «la afectividad, la conducta y el pensamiento deben entenderse como componentes inextricables de la inteligencia. Para que la acción y el pensamiento tengan sentido, deben ser guiados por la finalidad o el deseo (a saber, el afecto). Sin afecto, ni la conducta ni los símbolos tienen sentido alguno».
Hoy se considera que las situaciones emocionales intensas estimulan la inteligencia, ayudando a las personas a priorizar los procesos del pensamiento. Por tanto, más que interrumpir el pensamiento lógico, las emociones ayudan a un mejor pensamiento.
Según Rafael Bisquerra, uno de los pioneros en educar con inteligencia emocional en nuestro país, las emociones son «reacciones a las informaciones (conocimiento) que recibimos en nuestras relaciones con el entorno. La intensidad de la reacción está en función de las evaluaciones subjetivas que realizamos sobre cómo la información recibida va a afectar nuestro bienestar». En estas evaluaciones subjetivas intervienen conocimientos previos, creencias, objetivos personales, percepción de ambiente provocativo, etc. Una emoción depende de lo que es importante para nosotros. Si la emoción es muy intensa puede producir disfunciones intelectuales o trastornos emocionales como el conocidísimo estrés, la fobia o la depresión.
ELEMENTOS DE LA EMOCIÓN
En una emoción se dan los siguientes elementos:
• Una situación o estímulo con potencial o características para generarla.
• La reacción corporal o fisiológica en forma de respuestas involuntarias: cambios en el ritmo cardíaco o respiratorio, aumento de sudoración, cambios en la tensión muscular, sudoración, sequedad en la boca, presión sanguínea.
• Una persona capaz de percibir esa situación, procesarla correctamente y reaccionar ante ella.
• El significado que la persona conceda a dicha situación, lo que permite etiquetar una emoción en función del dominio del lenguaje con términos como alegría, tristeza, enfado...
• La experiencia –emocional– que se siente ante esa situación.
• La expresión motora-observable: expresiones faciales de alegría, ira, miedo, entre otras; tono y volumen de voz, movimientos del cuerpo, sonrisa, llanto y otros.
La investigación sobre el cerebro emocional tiene sus antecedentes en las investigaciones de Sperry y MacLean. Roger Sperry fue el investigador que ganó el Premio Nobel de Medicina en 1981 al descubrir que el hemisferio derecho de nuestro cerebro contribuye a la inteligencia tanto como lo hace el hemisferio izquierdo.
Por su parte, Paul MacLean (1949), estableció que la totalidad del cerebro está conformada por tres estructuras diferentes: el sistema neocortical, el sistema límbico y el sistema reptil. Estos sistemas, según MacLean, son física y químicamente diferentes, pero están entrelazados en uno solo que denominó cerebro triuno. Las emociones se localizan, de acuerdo con esta teoría, en el sistema límbico. Veremos un poco más de cerca el sistema límbico y el cerebro en el capítulo siguiente.
Como afirma la doctora en psicología Jenny Moix, nuestra ira, tristeza, vergüenza, a todas nuestras emociones les pasa lo mismo que a un mono encadenado. «Ellas se comportan de forma natural, pero las juzgamos inapropiadas y las atamos. Ahora se le llama control o gestión emocional. Un término desafortunado que se ha puesto de moda».
Miremos los dos bandos. Por un lado, la emoción y por el otro el control. Control en forma de represión, negación, distracción, esfuerzo, culpa…
«Nuestra tendencia es hacia el control, pero si abriéramos las puertas a todas las emociones sin juzgarlas y simplemente las viviéramos podríamos sentir nuestra maravillosa humanidad plenamente. Liberemos al mono».
Descubrir y confirmar la influencia de los pensamientos sobre las emociones ha significado un gran avance, tanto en el tratamiento como en la prevención del trastorno depresivo. Los estudios más recientes sobre el humor y los estados de ánimo han demostrado que su variación depende en gran medida del tipo de pensamientos que se hayan tenido antes. Una idea, un juicio de valor o un concepto negativo provocan inmediatamente una reacción anímica afín.
Ahora bien, ¿qué hemos de tener en cuenta antes de poner en marcha los recursos que generarán una buena educación emocionalmente inteligente? Vamos a verlo.



Vamos a ver brevemente el camino de las emociones en el cuerpo humano antes de ocuparnos de las propuestas que ayudan a crear un entorno familiar de afecto y capacidad para compartir y resolver problemas.
Al cabo de millones de años, el cerebro humano ha pasado de ser un sistema primitivo a convertirse en una obra, por ahora, de complejidad inabarcable. Durante estos millones de años, el cerebro ha ido creando estructuras que le han permitido encontrar alimento, evitar peligros, buscar seguridad y, finalmente, comunicarse y resolver con eficacia problemas complejos. Esta evolución ha quedado plasmada en un sistema que, en lugar de ir transformándose en algo distinto de lo que fue, se ha actualizado y ha incorporado nuevas habilidades y herramientas, además de las que ya tenía. En este camino, cada paso ha quedado reflejado en la propia configuración del cerebro, permitiéndonos diferenciar entre unas estructuras más antiguas, altamente especializadas en procesar emociones, y otras más modernas, capaces de complejas operaciones intelectuales. Por eso hemos de educar prestando atención a los distintos niveles que configuran el cerebro del niño.


El sistema límbico, también llamado cerebro emocional, asocia diferentes partes del sistema cerebral (amígdala, hipotálamo, hipocampo y tálamo) con las emociones. El hipocampo y la amígdala fueron dos piezas claves del primitivo cerebro «olfativo» que, a lo largo del proceso evolutivo, terminó dando origen al córtex y posteriormente al neocórtex.
La amígdala está especializada en las cuestiones emocionales vinculadas con la supervivencia y en la actualidad se entiende que es una estructura límbica muy ligada también a los procesos de aprendizaje y memoria. La amígdala es una especie de depósito indeleble de la memoria emocional, lo registrado en ella es indeleble y, en consecuencia, también se puede considerar como un depósito de significado.
Joseph LeDoux, un neurocientífico del Center for Neural Science de la Universidad de Nueva York, fue el primero en descubrir el importante papel que desempeña la amígdala en el cerebro emocional. Este investigador encontró que junto a la larga vía neuronal que va al córtex, existe una pequeña estructura neuronal que comunica directamente al tálamo con la amígdala. Esta vía secundaria y más corta (una especie de atajo) permite que la amígdala reciba algunas señales directamente de los sentidos y emita una respuesta antes de que sean registradas por el neocórtex, lo que explica la forma en que la amígdala asume el control cuando el cerebro pensante, el neocórtex, todavía no ha llegado a tomar ninguna decisión.
Este descubrimiento ha dejado obsoleta la antigua noción de que la amígdala depende de las señales procedentes del neocórtex para formular su respuesta emocional, a causa de la existencia de esta vía de emergencia capaz de desencadenar una respuesta emocional. Hoy se sabe que la amígdala puede llevarnos a actuar incluso antes que el neocórtex despliegue sus también más refinados planes de acción. Anatómicamente hablando, el sistema emocional puede actuar independientemente del neocórtex.
Existen ciertas reacciones y recuerdos emocionales que tienen lugar sin la menor participación cognitiva consciente. La investigación sugiere que el hipocampo (que durante mucho tiempo se había considerado como la estructura clave del sistema límbico) no tiene tanto que ver con la emisión de respuestas emocionales como con el hecho de registrar y dar sentido a las percepciones, es decir con la memoria emocional. La principal actividad del hipocampo consiste entonces en proporcionar una aguda memoria del contexto, algo que es vital para el significado emocional de los acontecimientos.
La conexión con la amígdala es muy rápida, una conexión directa, pero no muy precisa, puesto que la mayor parte de la información sensorial va a través del otro camino hacia el neocórtex, donde es analizada en varios circuitos mientras se formula una respuesta.

Mientras tanto, la amígdala valora rápidamente los datos para ver si tienen un significado emocional y puede dar una respuesta mientras el neocórtex todavía está ordenando las cosas.