© 2022, Redbook ediciones
Diseño de cubierta
e interior: BARBAINK
Ilustraciones: Wikimedia Commons
ISBN: 978-84-9917-671-0
Producción del ePub: booqlab
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“Que la realidad no te estropee una buena historia”.
Mark Twain
CAPÍTULO 1 DESAFORTUNADOS ACCIDENTES
Pechos explosivos
Un submarinista aparece muerto en un incendio
El que ríe el último
Melena al microondas
Mecheros asesinos
Apuesta en el cementerio
Por succionar gasolina
Niebla y teletransportación
Boda sangrienta
¿Por qué creemos en las leyendas urbanas?
Despedida de soltera con consecuencias
El váter explosivo
Dónde se cuentan las leyendas urbanas
CAPÍTULO 2 ¡VAYA ANIMALADA!
Cocodrilos en las alcantarillas de Nueva York
Seguir creyendo la mentira
Encantadores de serpientes sordas
El dulce cachorrito de perro
El edredón volador
Serpientes que acechan en el váter
Los avestruces esconden la cabeza debajo del ala
Los tiburones no tienen cáncer
Peinado letal
Quiste mutante
Los gatos bonsáis
Me lo creo porque tú lo dices
CAPÍTULO 3 HISTORIAS DE HALLOWEEN
El asesino dentro de casa
Psicofonías en la oscuridad
El hombre del gancho
El espíritu de los campamentos
El asesino que lame la mano
El hombre de la cicatriz
Golpes en el capó
La festividad de Halloween
El perro salvador
Hay sitio para uno más
La sonrisa del payaso
La habitación apestosa
Los beneficios de pasar miedo
CAPÍTULO 4 LOS CREEPYPASTA
Slender Man
Rake, el asesino de sueños
Jeff el asesino
Los peligros de internet
Mimic y los peligros de dormir con la boca abierta
El experimento ruso del sueño
Smile dog: la maldición de una imagen
El Netlore: la nueva tradición oral
CAPÍTULO 5 DELITOS INSÓLITOS
Al rico riñón
Secuestro de niños con peluquero incluido
El bien siempre triunfa
Ladrones que invitan al teatro
Pegamentos para futuros drogadictos
Quien mal anda, mal acaba
Detergente satánico
El club de los propagadores del SIDA
El miedo difunde más rápidamente la mentira
CAPÍTULO 6 LOS FANTASMAS NOS VISITAN
La chica de la curva
El camarero fantasma
La chica de la chaqueta
El sentido de la vida
Una noche en taxi
La Dama de Blanco
La Llorona
El autobús fantasma
El espíritu asesino del espejo
La pelirroja sin rostro
La inteligencia y los fantasmas
CAPÍTULO 7 VIDEOJUEGOS DE LEYENDA
El Pokémon mataniños
Sonic.exe
Herobrine: el destructor de Minecraft
Petscop
Mirando al pasado desde el presente
Killswitch
Ben el ahogado
Saddam Hussein: una Playstation para dominar el mundo
El arcade que controla la mente
La maldición de Madden NFL
Efecto Mandela
CAPÍTULO 8 TEORÍAS CONSPIRATORIAS
Nos fumigan desde el cielo
El terrorista agradecido
El hombre no llegó a la Luna
Ningún judío en las Torres Gemelas
Nazis, extraterrestres y máquinas del tiempo
El timo del mercurio rojo
¿Por qué tendemos a creer en las conspiraciones?
El peligro de las teorías conspiratorias
CAPÍTULO 9 LEYENDAS BESTIALES
El monstruo del lago Ness
El hombre polilla
El miedo a los animales
El Abominable Hombre de las Nieves
El Chupacabras
El Ahuízotl
Mokèle-Mbèmbé
Los claroscuros de la criptozoología
CAPÍTULO 10 UN MONSTRUO VIENE A VERME
El Coco
Pinky Pinky
El genio Umm Al Duwais
Pope Lick
Krampus
El Hombre del Saco
El orden social a través del miedo
Los Gjenganger
¿Por qué nos gustan las historias de asesinatos?
CAPÍTULO 11 SEXO LEGENDARIO
La temible vagina dentada
No podemos separarnos
Cuando el amor engancha
Embarazos orales
Cleopatra y el primer vibrador de la historia
Famosos intoxicados tras una orgía
Hombres con barriga… y no cervecera
¿Por qué nos gustan las historias sexuales de los demás?
El escroto grapado
Macabro encuentro
Los desvirgadores profesionales
Embarazarse estando embarazada
Hablar de sexo y reír
CAPÍTULO 12 LAS INCREÍBLES VIDAS DE LOS ACTORES
Richard Gere y los ratones
Jamie Lee Curtis es hermafrodita
Sylvester Stallone empezó su carrera como actor porno
El placer por la vergüenza ajena
Marilyn, la seis dedos
Marisa Tomei no ganó un Oscar
Demi Moore acosada por un delfín
¿Por qué nos gustan los cotilleos de famosos?
CAPÍTULO 13 LAS EXCENTRICIDADES MÁS BIZARRAS DE LAS ESTRELLAS DEL ROCK
El perro, la mermelada y Ricky Martin
La doble de Avril Lavigne
El asesinato de Jimi Hendrix
El cantante de Kiss se injertó una lengua de vaca
Las autodestructivas leyendas del rock
Frank Zappa escandaliza (aún más) a su público
Marilyn Manson se quitaba costillas
Courtney Love mató a Kurt Cobain
Excentricidad vs depresión
EPÍLOGO
Las leyendas urbanas son historias con unas características muy concretas que provocan tal fascinación entre los que las escuchan que ellos mismos acaban por convertirse en narradores de las mismas. Hasta hace unos años formaban parte de la tradición oral, pero en la actualidad internet y el cine se han encargado de difundirlas exponencialmente.
Son herederas de estas, pero presentan ciertas diferencias. Las primeras solían tener dos finalidades: perpetuar el orden social inventando un origen mítico y advertir de los peligros de romper las normas. La primera finalidad servía para mantener la jerarquía y evitar la disidencia. Si los emperadores, por ejemplo, eran descendientes de los dioses, no se podía cuestionar su poder. O si una deidad ordenaba a un mortal conquistar un territorio, la guerra quedaba justificada.
El segundo propósito era contar lo que podía ocurrir si alguien infringía la ley, ya fuera jurídica o moral. Aquí es donde las leyendas se fusionan con los cuentos clásicos, en los que las desventuras de los protagonistas se deben a que se atrevieron a traspasar fronteras que estaban prohibidas. Esa es la moraleja clásica de estas historias.
Los estudiosos consideran que la difusión de este tipo de historias se remonta al siglo XVI y XVII cuando se empleaban como entretenimiento de los cortesanos. Sin embargo es a principios del siglo XX y sobre todo en la segunda mitad del mismo, cuando tras el panorama incierto que dejó tras de sí la II Guerra Mundial se conforman como las conocemos en la actualidad.
El término lo acuñó el folclorista estadounidense Richard Dorson, que las definió como «algo que nunca ocurrió pero se cuenta como cierto». Posteriormente, sociólogos, filósofos, psicólogos e historiadores han profundizado en el tema concluyendo, en la mayoría de los casos, que se trata de una forma de simplificar nuestra realidad. Aunque las historias que se narren sean extremas, esa exageración tiene algo de reconfortante por su falta de complejidad.
La temática de estos relatos es muy variada, pero cuenta con un denominador común: la cercanía y la verosimilitud. Podemos encontrar la misma historia ambientada en una calle de Madrid, en otra de Bogotá o en una avenida neoyorkina. La leyenda urbana funciona porque es algo insólito que podría sucedernos y por ello es importante situarla en un escenario identificable. Algo lejano nos resultaría ajeno y se perdería el grado de implicación que capta la atención del oyente.
La verosimilitud es otro factor importante. Las situaciones que todos hemos vivido (una boda, un funeral, un trayecto en coche…) son totalmente fidedignos y están adornados con detalles que les otorgan credibilidad. Por ello, cuando se introduce el elemento fantástico de la historia, sorprende y nos engancha, pero nos nos parece tan disparatado debido a que se ha construido en un entorno conocido.
Otro punto que ha sido ampliamente estudiado es la difusión de estas historias. Son hechos tan curiosos y en cierta forma atractivos que provocan la excitación de quererlos compartir. En este sentido, los periodistas tampoco son inmunes a la fascinación que ejercen. Algunas de estas leyendas han llegado a la prensa porque eran tan buenas que se publicaron impulsivamente, sin comprobar las fuentes. «No dejes que la realidad estropee una buena historia», es el lema de los periodistas amarillistas, que aquí cobra especial significado.
Las redes sociales también se han sumado al filón de las leyendas urbanas. Multiplicar las visitas o lograr interminables entradas en sus canales es un acicate muy preciado en nuestra cultura del «like». Como veremos al final del libro, durante una situación anómala como la pandemia del coronavirus, las leyendas urbanas se expandieron tan rápidamente como la misma enfermedad.
Pero leyendas hay de muchas clases, como veremos a continuación. Las hay «de toda la vida» como la de la chica de la curva, la famosa relacionada con Ricky Martin, la niña y el perro, pero también fenómenos como los videojuegos han ido forjando varias muy interesantes desde sus inicios hasta la actualidad, pasando por las más modernas teorías conspiratorias o el curioso caso de los creepypasta, monstruos nacidos en internet cuya autoría es coral.
Las confusiones que desembocan en accidentes cómicos y en muchos casos letales son una fuente inacabable leyendas urbanas. Situaciones cotidianas que acaban en desastre, bromas pesadas que se saldan con un escarmiento mortal o bochornosas conductas con una humillante resolución son fácilmente creídas y repetidas hasta formar parte de la cultura popular.
Estas leyendas urbanas funcionan porque todos hemos tenido alguna vez algún contratiempo o accidente doméstico fortuito. Pero la gracia de estas historias es que toman un rumbo inesperado y por ello captan nuestra atención. Y, habitualmente, el causante de la molestia es el que acaba saliendo trasquilado.
Otra de las claves es que buena parte de los protagonistas son personas con cierto poder, que abusaban de los demás o que cometen una mala acción. Las leyendas urbanas siguen así la estructura de los cuentos clásicos donde los que se ensañan con los débiles acaban pagando por ello. En general, nos gustan las historias en las que se humilla a los triunfadores. Los bromistas, que pretenden avasallar a alguien, son los que se llevan la peor parte de la historia y en casi todas acaban muriendo. Existen innumerables versiones de burladores burlados que pagan con su vida la broma y que corren como la pólvora porque cuentan con el beneplácito del público.
A continuación repasaremos algunos míticos accidentes, confusiones o meteduras de pata que acabaron en desastre.
Una famosa o una azafata atractiva que se ha pasado por el quirófano para hacerse un implante mamario y así lucir unos pechos que desafíen la ley de la gravedad sube a un avión. Y de repente, cuando el avión alcanza cierta altura, los implantes le explotan por la presión.
Esta historia suele ir acompañada con nombres y apellidos. En España, la protagonizaba Ana Obregón, en Italia le tocó a Brigitte Nielsen, en México la elegida para detonar fue la modelo Sabina Sabrock, en Estados Unidos Pamela Anderson y muchas otras famosas han sido señaladas. En Colombia se llegó a publicar el caso de una azafata que sufrió este humillante estallido pectoral. Habitualmente se aportan datos para dotar a la historia de mayor credibilidad: se concreta el trayecto del vuelo o la razón por la que la «explosiva» víctima se dirigía a su destino.
También se puede aderezar el final de la narración. Desde la reacción de la interfecta hasta las medidas que se tomaron para silenciar lo ocurrido. Y, casualmente, el narrador siempre lo sabe «de buena tinta» por alguien que presenció lo ocurrido.
Esta narración cuenta con una precuela, que se remonta a los años cincuenta, cuando una firma de ropa interior comercializó unos sujetadores hinchables que presentaban una válvula que permitía a la usuaria modelar el volumen de sus curvas. Ahí también se produjeron, según las leyendas urbanas, estallidos bochornosos.
Nada de esto cuenta con una mínima base científica, pese a que la historia a sido un dolor de muelas para los cirujanos estéticos que siguen colgando en sus webs argumentos científicos para convencer a sus futuras pacientes de que los pechos no vuelan por los aires. Basta con echar un vistazo en internet para encontrar un sinfín de médicos argumentando que no es posible, lo que no deja de ser una prueba de que ha calado en el inconsciente colectivo.
Un terrible incendio devasta una zona (la historia se repite en diferentes países, pero siempre se suele aludir a un lugar que el oyente conoce). Cuando por fin los bomberos consiguen doblegar las llamas y se contabilizan las víctimas del siniestro, se encuentra en el monte devastado el cuerpo sin vida de un hombre con un equipo de submarinismo. ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué hacía aquel individuo ataviado así en mitad de la montaña?
La explicación que se da es la siguiente: el buzo estaba bajo las profundidades marinas, cuando un avión cortafuegos de los bomberos recogió agua del mar para apagar el incendio. La mala fortuna hizo que se llevara al desventurado submarinista, que en el caso improbable caso de haber sobrevivido a ser succionado por la cisterna, habría fenecido al ser arrojado por el avión. Y si aún así, no se hubiera resistido a abandonar este mundo, le esperaba un incendio dispuesto a segar la vida que le quedara.
Esta historia, en España, se propagó durante la década de los ochenta de tal manera que en algunos clubs de submarinismo se alertaba a sus socios de este peligro, dando por cierta la historia. En los noventa, algunos diarios franceses lo emplearon como acertijo: «¿Cómo ha llegado el cuerpo de un submarinista calcinado a una montaña?». Parece que esta adivinanza había aparecido tiempo atrás en algunos rotativos del Reino Unido y los Estados Unidos.
Pese a que ha salido en varias películas (Varsovia de Pere Portabella, 1989; Magnolia de Paul Thomas Anderson, 1999 y en un capítulo de CSI Las Vegas), es harto improbable, vamos, totalmente imposible, que un submarinista acabe teniendo un final tan desdichado.
Los aviones cisterna que emplean los cuerpos de bomberos de todo el mundo tienen unas rendijas estrechas a través de las que succionan el agua y que no pueden absorber el volumen de un humano. Así que los submarinistas pueden respirar tranquilos a través de su bombona: ningún avión se los va a llevar en volandas para arrojarlos a las brasas.
Esta leyenda se sitúa en entornos rurales y en algunos, incluso, se señala el lugar exacto en el que ocurrió. Un niño, que en la mayoría de las versiones es tímido y miedoso y se ha convertido en el blanco de las críticas de sus compañeros, tiene que recorrer un camino de noche pasando cerca del cementerio. En ocasiones, el propio chaval se lo comenta a sus colegas y en otras esto se enteran de lo que va a hacer y conociéndole deciden gastarle una broma pesada.
El cabecilla, que hoy sería considerado un bully en toda regla, se disfraza de fantasma y se aposta en el cementerio, esperando a que su víctima pase por allá para gritarle y perseguirle haciéndose pasar por un espíritu. Sus compañeros en algunas versiones le arengan a que asuste al incauto.
Y justo cuando lo hace, el chiquillo se gira y le dispara un tiro a bocajarro. Como tenía tanto miedo de hacer aquel recorrido, había tomado prestada (o robado a sus padres, según qué versión) un arma de fuego que no duda en utilizar cuando se ve en peligro. El bromista pasa a mejor vida en el acto.
Esta leyenda, que tiene algo de ajuste de cuentas, también cuenta con otra versión en la que se trata de un hombre adulto al que su jefe martiriza constantemente con bromas de mal gusto porque sabe que tiene un temperamento nervioso. El desenlace es idéntico: el trabajador, convencido de haber dado con un fantasma, dispara al cruel jefe.
Por último, existe otra historia en la que el protagonista es el tonto del pueblo del que todos se ríen. Un grupo de bromistas, encabezados por el que habitualmente más se burla de él, preparan la broma y este le corta el paso vestido de fantasma. Después de disparar, la víctima de la broma corre gritando que ha matado a un fantasma o al diablo, mientras el resto se desternilla de la risa. Sin embargo, minutos después descubren el cadáver de su amigo en el suelo.
Los microondas son protagonistas de varias leyendas urbanas, como veremos a lo largo de este libro. Una que circula por diferentes partes del mundo (Estados Unidos, México, Perú…) es ciertamente curiosa. Una chica debe cuidar de su hermana pequeña mientras su madre está fuera. En algunas historias, la joven es estudiante de medicina y se pasa el día ocupándose de la pequeña e hincando los codos. Y ese día, precisamente, decide romper con su vida monacal y pegarse una juerga de órdago.
La joven bebe como si no hubiera un mañana, en algunas versiones incluso se droga y en la mayoría acaba en la cama de un compañero. Con tanto ajetreo es normal que se le haga tarde. Pero como teme la reprimenda de su madre, sale a toda prisa, soborna o amenaza a su hermana para que no hable de su escapada y se mete en la ducha, porque lleva un pedal de los que hacen historia.
Sale justo cuando faltan unos segundos para que su madre regrese. Y con el pelo mojado. Si la pilla de esta guisa no hay duda de que la descubrirá. No hay tiempo para secarse con el secador. Tampoco tiene a bien inventarse cualquier excusa para justificar que se diera una ducha en su propia casa, que tampoco hubiera sido tan raro. Pero las leyendas urbanas nunca optan por las soluciones fáciles.
Así las cosas, a la chica se le enciende la bombilla que le apagará el cerebro. Se le ocurre poner el pelo en el microondas para que se seque rápidamente. Y, extrañamente, lo logra: un peinado de peluquería. Cuando su madre regresa, le dice que hace mala cara y ella teme que se deba a la cogorza que lleva encima. La madre insiste en que está demacrada, que parece que se haya echado años encima.
Ya no hay tiempo de más, porque la joven se desploma en el suelo. La autopsia posterior descubre que se le ha frito el cerebro. Y si no hubiera sido por la hermana pequeña nadie hubiera sabido la razón.
El hecho que se repita en diferentes partes del mundo es sospechoso. Porque no es muy habitual toparse con jóvenes que cuidan de hermanas, se van de juerga, se duchan y meten la cabeza en el microondas. Pero hay más detalles: ¿cómo se puede meter la cabeza en el microondas? ¿Y por qué iba a hacerlo una supuesta estudiante de medicina? ¿No notó ningún síntoma?
Para muchos, esta y otras historias de terror con microondas provienen de una campaña de descrédito que llevaron a cabo los fabricantes de hornos tradicionales. Pero este punto no se puede comprobar y también podría tratarse de una leyenda urbana.
Ya se sabe que el tabaco mata, pero las leyendas urbanas han llegado más lejos y no se han quedado únicamente con los efectos nocivos de la nicotina. Han trasladado el efecto letal del cigarro a su compañero de baile: el encendedor. Este artilugio ha sido acusado de provocar varias muertes de idéntico modo en diferentes partes del mundo.
La trama es la siguiente: unos trabajadores ferroviarios están soldando las vías del tren con un mechero en el bolsillo. Una chispa del soldador impacta contra el encendedor, alcanza el combustible, que explota causando la muerte de su propietario.
Según recoge Jan Harold Brunvand en Tened miedo… mucho miedo. El libro de las leyendas urbanas de terror, esta noticia fue publicada en Estados Unidos en la década de los setenta. En el texto se relataba que un operario había muerto por la explosión del mechero y otro sufrió una amputación antes de abandonar este valle de lágrimas. Esta causa mortal se repite en otros países, aunque donde ha tenido más calado es en diferentes regiones de Estados Unidos.
El artículo que reseña este autor va más allá y advierte de la peligrosidad de llevar un encendedor en el bolsillo porque según aseguran, el combustible que lo nutre es comparable... ¡A tres cartuchos de dinamita! Hay que ver la cantidad de dinero que se podrían haber ahorrado algunos revolucionarios conociendo este dato.
Pero como era de esperar, esta comparación no cuenta con ningún aval científico y los encendedores que explotan haciendo saltar por los aires a sus portadores parece más salido de una historia de El Coyote y el Correcaminos que de un hecho real.
En las teorías más conspiranoicas se absuelve al grueso de los mecheros y se acusa a unos en concreto que llevan un líquido explosivo y que normalmente se distribuyen en tal o cual zona porque el gobierno del país en cuestión quiere quitarse de en medio a la oposición, a unos manifestantes o a cualquier otro grupo que cuestione su poder.
Un joven (en otras versiones también puede ser una chica) se apuesta con sus amigos a que será capaz de pasar una noche entera en el cementerio local, donde cuenta la leyenda que de noche se levantan los muertos y rondan los espectros. Se cuenta en aquel lugar que nadie ha podido hacerlo sin perder la vida o la razón.
En ocasiones, existe una razón para que esa persona realice la apuesta: es una prueba para que le permitan ingresar en un grupo o quiere impresionar a una chica. En algunas variantes se apuesta dinero que necesita para costear la operación de alguno de sus padres.
El desenlace también presenta diferentes alternativas. En una de ellas, el joven atemorizado por los ruidos de la noche, sale corriendo del camposanto. En otras, son sus propios compañeros los que se disfrazan para asustarlo y poner así a prueba su valor.
Sea como sea, sale corriendo y en su camino ocurre algo. Puede tropezar con una rama e imaginar que es la mano de un muerto que pretende llevarlo a la tumba. O al saltar la verja que le conduce a la salida y la brisa o el jersey que lleva colgado le acaricia la mano sugiriendo el tacto de un ser del más allá.
Al final siempre pasa lo mismo: muere de miedo. Un ataque al corazón acaba fulminantemente con su vida cumpliendo así la maldición de que nadie sobrevive a una noche en aquel cementerio.
Las historias de cementerios siempre tienen su público y acostumbran a contarse en campamentos de verano. Suelen provenir de antiguas leyendas o relatos que se han ido actualizando a través de los tiempos. El final punitivo es un aviso para no molestar a los muertos y abstenerse de jugar en los cementerios.
Esta es una de esas leyendas con final aleccionador y también un poco escatológico. El protagonista es un ladronzuelo que comete sus fechorías en una estación de servicio. Mientras los conductores y sus pasajeros disfrutan de un alto en el camino, el delincuente les roba la gasolina chupándola por un tubo. Después vende el oro negro al mejor postor y así llega a final de mes.
La verdad es que este tipo de vida delictiva es para apiadarse del delincuente, porque muy agradable no debe ser pasarse la vida con halitosis de gasolina. Pero el desenlace aún es más punitivo. En su avaricia por sustraer más gasolina, el caco pretende dar un gran golpe, que consiste en succionar el depósito de una autocaravana. Pero no le van a quedar ganas de relamerse en su triunfo, porque el desgraciado se equivoca de orificio y lo que acaba echándose a la boca es el depósito de excrementos del lavabo del vehículo. Imaginar la sorpresa del hombre provoca rápidamente el carcajeo de los que escuchan la historia.
Tal y como señala Carme Oriol en 100 llegendes urbanes, este es un desenlace punitivo de los que se meten al público en el bolsillo. Todos hemos sufrido algún percance que nos ha provocado una molestia similar a la de no tener gasolina en el coche después de haber repostado. Y en este caso se conoce al culpable directo y que pague por ello es una forma de aliviar la tensión que nos han provocado este tipo de situaciones.
La siguiente leyenda data de la década de los setenta y se sitúa en la carretera de Córdoba a Sevilla. Concretamente, algunas historias que siguen vigentes en internet, sitúan a una pareja viajando de Écija a Sevilla para acudir a la Feria de Abril. Es un trayecto con el que cualquier oyente se puede sentir identificado. Una espesa niebla cae sobre el camino y a partir de ahí, existen diferentes versiones. La pareja podría aparcar el coche a la espera de que la niebla desapareciera o seguir su camino sin distinguir apenas nada de lo que lo rodeaba.
Fuera como fuera, lo siguiente que se sabe es que la pareja ha desaparecido. Durante dos días se les busca por las inmediaciones, se sigue la pista del último lugar en el que fueron vistos, pero no hay ni rastro de ellos. Parece como si la niebla los hubiera engullido.
Pero la pareja es ajena al revuelo de su desaparición. Tienen otro problema más grave al que enfrentarse. Ellos siguen su camino y cuando la niebla se disipa, no reconocen el paisaje que les rodea. Sin embargo, unas luces al final del camino les hacen creer que podrían estar llegando a Sevilla. En una extraña gasolinera que nunca habían visto antes preguntan si están en lo cierto y la iluminación pertenece a su ciudad de destino. El hombre que los atiende les saca de su error: pertenecen a Santiago. «¿Qué Santiago?», preguntan confundidos. «Santiago de Chile», sentencia su interlocutor.
Este caso fue esgrimido por ufólogos que posteriormente aportaron nuevas historias sobre teletransportaciones ocurridas en la carretera de Córdoba a Sevilla. Pero esta forma tan ecológica de recorrer largas distancias sin gastar gasolina, se repite una y otra vez. En España, casi todas las carreteras tienen una propia. Un matrimonio de un pueblo del sur de León apareció por obra y arte de la niebla en el Algarve.
Pero el fenómeno se repite en casi todo el mundo. El caso más célebre ocurrió en 1968 y fue portada en los diarios. El matrimonio de los señores Vidal-Ralfo viajaba por la provincia de Buenos Aires cuando, tras atravesar una espesa niebla, apareció en Ciudad de México. El incidente fue seguido por la prensa hasta que finalmente, en 1996, el cineasta Aníbal User reconoció haber inventado la historia que difundió con la ayuda de una periodista para promocionar la película que iba a estrenar y que trataba sobre una joven que es secuestrada por unos alienígenas.
La siguiente historia es ciertamente curiosa y da ganas de no asistir a una boda y, sobre todo, de no casarse. Una pareja de recién casados celebra el convite con sus amigos. Los efluvios etílicos se hacen notar entre los amigotes del novio, que quieren cumplir con la tradición de cortarle la corbata. En algunas versiones, el novio se niega y sus compañeros insisten hasta que encuentran una forma de garantizar el corte: hacerlo con una motosierra. En otros relatos ni siquiera se resiste, pero sus colegas quieren llevar a cabo un corte espectacular y recurren a la motosierra en cuestión. Incluso hay algunos que aportan un dato que se adecúa a los tiempos actuales: quieren hacer un vídeo que se convierta en viral y para ello han pensado en rebanar la corbata con la motosierra.
Ya se sabe que es mejor no emplear maquinaria pesada bajo los efectos del alcohol y esta historia lo demuestra con creces. Con la borrachera, el que debe cortar la corbata no atina, con tan mala fortuna que acaba decapitando al novio delante de todos los invitados. Un baño de sangre en toda regla. Su esposa, ensangrentada y desconsolada, no soporta la pérdida del amado y se tira por un puente o por la terraza donde se celebraba la boda o se clava el cuchillo del pastel de bodas. Hay para todos los gustos. Incluso existe una secuela en la que su fantasma persigue a los bromistas homicidas.
Esta anécdota, tal y como se recoge en algunos estudios, suele difundirse en bodas por alguien que asegura que esta historia, digna de la portada de cualquier diario, ocurrió tal y como la narra porque le informó algún asistente.
Esta leyenda urbana presenta muchas lagunas que se obvian por la fuerza del desenlace. Porque, siendo serios, ¿quién acude a una boda con una sierra mecánica? ¿Y a quién se le ocurre cortar una corbata con semejante artilugio? ¿Qué restaurante no cuenta con un cuchillo o con unas apañadas tijeras? Muchas son las preguntas que no se hacen cuando el final es tan gore y sorprendente como La matanza de Texas.
¿POR QUÉ CREEMOS EN LAS LEYENDAS URBANAS?
Nuestro cerebro está entrenado para ser efectivo, para cumplir lo más rápidamente y empleando el mínimo de energía con cualquier función que se le plantee. Para conseguirlo crea una serie de patrones. Una vez hecho este esfuerzo lo ha de rentabilizar. En cuanto recibe una nueva información, rápidamente la coteja con esos patrones. Si encaja, le resulta más fácil aceptarla que rechazarla.
El cerebro no se para a pensar si es verosímil o creíble, simplemente si es aceptable dentro de las creencias regulares y, por tanto, funcional. Es una operación rápida, que hacemos gracias a unos filtros que hemos creado para interpretar el mundo.
En este sentido, si hemos establecido la creencia de que la gente poderosa que abusa de los más débiles merece un castigo, seremos más proclives a aceptar cualquier narración que ratifique esta idea. Si creemos que las malas acciones deben tener un escarmiento, cualquier información que nos dé la razón será admitida sin cuestionarse.
De hecho, ponerla en duda, genera una molestia mayor. Es lo que se llama «disonancia cognitiva», que provoca una sensación de duda que nos incomoda. Eso es lo que nos hace más crédulos. No es que haya personas que se traguen más fácilmente las mentiras, todos tenemos una tendencia a creer las que nos convienen.
Este mecanismo es el que funciona con las leyendas urbanas, pero también el que se aplica a las fake news. Y en este caso es mucho más peligroso. Las leyendas urbanas no dejan de ser un entretenimiento y se ha teorizado tanto sobre ellas que nos hemos convencido de que no son veraces. Aún así, nos siguen entreteniendo y ese es seguramente su gran mérito.
Una joven, días antes de casarse, celebra su despedida con sus amigas, que le han preparado un numerito con un stripper de color con un cuerpo de rechupete. Todas beben sin tregua y se lo pasan en grande.
Poco después de la boda, la recién casada se queda embarazada y cuando tiene a su bebé no comprende la cara de estupefacción de su marido. El bebé es de raza negra y la joven comprende que únicamente puede ser del stripper que conoció antes de pasar por el altar.
El desenlace varía: el marido puede perdonar la falta, puede separarse e, incluso, ella puede acabar con el padre de la criatura. En cualquiera de los casos es una historia moralizante sobre los riesgos que la infidelidad puede comportar para la mujer que la comete.
Existen otras historias similares en las que no se menciona la despedida de soltera y empiezan en el momento del sorprendente alumbramiento. La esposa jura una y otra vez que ella no ha engañado a su marido, pero nadie en la familia la cree. Hasta que se descubre que en la de alguno de los dos esposos había un antepasado de raza negra. En algunas leyendas también hay un giro final de argumento, en el que una respetable abuelita reconoce que siendo joven echó una canita al aire. La intención sigue siendo la misma: señalar las consecuencias de ser adúltera, aunque la falta se cometiera tiempo atrás.
Bien es sabido que los chistes de «caca, pedo, culo, pis» tienen siempre su público y las leyendas urbanas explotan a menudo este mecanismo. Es lo que ocurre con la leyenda del váter explosivo, de la que existen innumerables versiones que se sitúan en España, en Latinoamérica y también en algunos países anglosajones.
Una mujer que quiere dejar el váter de su casa como los chorros del oro se pasa un buen tiempo empleándose a fondo con todo tipo de productos químicos que prometen acabar con la bacteria más recalcitrante. Tras pasarse su buen rato, da por culminada su obra.
Pero sus esfuerzos poco durarán, pues cuando aún está secándose el líquido con el que ha esterilizado el váter, su marido se sienta en él con una carga de profundidad bastante pesada. Y aquí es donde hay dos finales diferentes. El buen hombre, aprovechando la tranquilidad del baño y el tiempo que tiene por delante para hacer sus necesidades, enciende un cigarrillo. La llama o la ceniza entra en contacto con el producto químico y producen un fatal desenlace. En otras versiones, los gases del hombre son tan rotundos, que acaban por inflamar el producto de limpieza que aún queda en las paredes del váter.
En ocasiones, el váter salta por los aires. En otras, simplemente se chamusca el trasero del interfecto. En cualquier caso, esta leyenda funciona porque morir y tener un accidente sobre el retrete es un hecho bastante bochornoso a la vez que cómico.
El váter explosivo es una leyenda que data de la década de los setenta y que se viene repitiendo desde entonces en todos los rincones del mundo. Muchos la atribuyen a que en algunos tebeos han visto retretes explotar y esa imagen dio lugar a la historia.
DÓNDE SE CUENTAN LAS LEYENDAS URBANAS
Curiosamente, las leyendas urbanas que ocurren en un evento concreto: una boda, un vuelo o un viaje en coche, suelen contarse en una situación similar. Habitualmente, el narrador está convencido de su veracidad. De todos modos, en los últimos tiempos y debido a la popularización del concepto de leyenda urbana, también se narran aún a sabiendas que no son ciertas para animar el encuentro. Esto, por ejemplo, ocurre habitualmente en los campamentos de verano, con un público más joven. En estas ocasiones, el narrador pretende asustar a su público. Algunos monitores plantean la historia como un acertijo y preguntan a sus oyentes cómo creen que ha ocurrido.
Las leyendas urbanas cuentan con una mina en el reino animal para la producción de piedras preciosas. Bichos de todo tipo aparecen en estas historias generando desde repugnancia hasta temor. Funcionan porque los animales son impredecibles y desde tiempos inmemoriales hemos temido sus reacciones. En los tiempos de las cavernas, los hombres temían a las fieras y ese temor era bueno, pues les permitía sobrevivir.
Algunas personas siguen sufriendo ese miedo, que recibe el hombre de zoofobia, y que tiene su origen en el principio de la humanidad. En concreto, entre el 1 y el 5% de la población industrializada sigue experimentando terror hacia las serpientes y las arañas, aunque no se hayan encontrado a ninguna de las variantes venenosas de estas especies en su vida. Pero es un miedo atávico, de un tiempo en que temerlas servía para conservar el pellejo. Tanto es así que un experimento en el que se mostraba imágenes de estos insectos a bebés para después enseñarles retratos de rosas, demostró que las pupilas de los pequeños se dilataban ante la visión de arañas y serpientes.
No es de extrañar, por tanto, que estos dos insectos sean los protagonistas de muchas leyendas urbanas. El miedo que provocan nos hace ser más proclives a creer cualquier fechoría que se les atribuya.
Pero hay muchos más animales con un papel protagonista en las leyendas urbanas. Desde que la globalización nos permite viajar a exóticos países, han proliferado las de animales exóticos que provocan muertes terribles o sorpresas desagradables. Esto se debe a que el desconocimiento de las especies exóticas nos hace más crédulos y asumimos como cierto todo lo que se cuente sobre ellas.
A continuación iniciaremos un repaso de las historias más bestiales que nutren las leyendas urbanas.
Esta es una de las leyendas urbanas más famosas y pese a que se ha desmentido un sinfín de veces, sigue siendo de las más creídas. Tanto es así, que cada año los trabajadores de las alcantarillas de Nueva York reciben cientos de cartas y correos electrónicos de atribulados ciudadanos que les preguntan si es cierto que bajo el subsuelo se aloja una gigantesca colonia de cocodrilos (o caimanes, según la versión) que aterrorizan a los operarios. También existen neoyorquinos realmente preocupados por el tema que temen el ataque de estos reptiles que según cuenta la historia han alcanzado dimensiones gigantescas.
La leyenda data de finales se 1920 o principios de 1930 y cuenta que un niño se trajo de sus vacaciones en (aquí varía el lugar) el estado de Florida o el de Luisiana una cría de caimán o cocodrilo. Y como mascota era monísima, pero cuando empezó a crecer y a sacar los dientes, el pequeño la lanzó por el retrete. No se sabe cómo el animal sobrevivió al trayecto hasta las cloacas ni cómo ahí se reprodujo como si no hubiera un mañana hasta crear un auténtico ejército de reptiles con muy malas pulgas que se alimentaban de deshechos y de ratas.
Esta historia continúa, en sus versiones más terroríficas, con que el niño ya convertido en adulto acaba por aquellas casualidades de la vida bajo el alcantarillado donde se encuentra a su resentida mascota, que no duda en resarcirse del desprecio que sufrió dándose un banquete con el humano.
A la variante terrorífica que acabamos de contar se suman otras que convierten el fenómeno es una moda de varios niños en los años treinta. Todos ellos, tras una vacaciones en Florida o Luisiana, de nuevo, se llevaron a una cría de caimán y tomaron la decisión de darle pasaporte por el excusado. Así que en el fondo de las cloacas se dieron cita varios reptiles que se agruparon en una terrible manada.
Durante la década de los treinta del pasado siglo se suceden las historias de cazadores de caimanes en las alcantarillas que aparecen publicadas en los diarios. Una noticia del 9 de agosto de 1935 en el The New York Daily News reseña la hazaña de dos jóvenes del Bronx, James Mitreno y Salvatore Concolucci, de 19 y 16 años, que mientras jugaban oyeron un rugido que provenía de las cloacas. Al ver al caimán, arriesgaron valientemente sus vidas para cazarlo. Y no les fue fácil, pues el reptil medía un metro y medio. La noticia viene acompañada de una foto de los héroes con su presa. Aunque ya se sabe que en aquel tiempo el sensacionalismo no se cortaba a la hora de falsear fotos.
Tres años después, se repetía la noticia en Brooklyn, y esta vez el cazador era el capitán de barco Ira Fisk y la pieza alcanzaba casi dos metros. Tras esta noticia, se creó un estado de pánico entre los ciudadanos que obligó al comisionado para las alcantarillas de la ciudad a disponer trampas con veneno y a organizar batidas de ciudadanos armados para ejecutar a los reptiles. No se volvió a hablar nunca de los resultados de aquella supuesta cacería.
En 1958 se dio un nuevo espaldarazo a la historia con la publicación del libro El mundo bajo la ciudad en la que su autor, Robert Daley, entrevista a un trabajador de las alcantarillas que cuenta su terrorífico encuentro con un caimán albino. A partir de ahí, la leyenda gana en credibilidad y en exotismo, con el dato de que el animal era albino. Las razones de ello también se bifurcan. Para algunos, una de las mascotas abandonadas era albina y para otros la falta de luz hizo que los cocodrilos mutaran y se convirtieran en albinos.
Sea como fuera, la leyenda, que tanto preocupa a los neoyorquinos, no tiene base científica. En el supuesto que una cría de caimán sobreviviera a ser lanzada por el inodoro y fuera a parar a las cloacas, sería imposible que pudiera subsistir en este ambiente debido a las bajas temperaturas. Y aún menos que pudiera reproducirse. La toxicidad del hábitat también los pasaportaría al más allá, por no hablar de las corrientes que asolan el subsuelo cuando hay lluvias torrenciales. Vamos, que no hay ni cocodrilo ni caimán, albino o no, que sobreviva en ese estercolero.
De todas formas, se podría decir que esta leyenda está basada en hechos reales, pues cada año se recogen en Nueva York animales exóticos que han sido abandonados por sus propietarios en las calles de la ciudad porque han crecido y han dejado de ser tan encantadores como les parecieron en un principio.
Como curiosidad final, no se sabe si con ironía o con miedo, los habitantes de la Gran Manzana tienen «el día del caimán», que se celebra el 9 de febrero. Esta pintoresca leyenda también inspiró la creación de los personajes de Las Tortugas Ninja, cuyo mayor enemigo es un caimán mutante.
SEGUIR CREYENDO LA MENTIRA
Se ha demostrado en muchas ocasiones que las leyendas urbanas no son ciertas, pero aún así seguimos creyendo a pies juntillas en ellas. Por mucho que la ciencia desmienta que los avestruces esconden la cabeza en la arena o que los tiburones no tienen cáncer, estas creencias siguen vigentes y se reproducen de generación en generación. ¿Cuál es la razón?
La causa es que nuestro cerebro utiliza la intuición por encima del análisis. Nuestra mente es un poco vaga y si puede ahorrarse energía para destinarla a otras funciones, no duda en hacerlo. En este sentido, se hizo un estudio que se tituló La ilusión de Moisés, en que se planteaban dos preguntas: «¿Cuántos animales de cada tipo iban en el Arca de Moisés?» Y «¿De qué país fue ministra Margaret Thatcher?» La mitad de los participantes pasó por alto que el Arca es de Noé y que Margaret Thatcher no era ministra sino presidenta. Su cerebro no cuestionó la pregunta, quiso dar una respuesta rápida y efectiva a la misma.
El hecho de que el enunciado se diera por válido sin analizarlo se debe a que cuando nos cuentan cualquier cosa, antes de escuchar el contenido, decidimos si nos sentimos bien o mal aceptándolo o rechazándolo. Al tener que responder a dos preguntas que se realizan en un prestigioso estudio académico, el primer instinto es aceptar que son correctas sin ponerlas en tela de juicio.
Por ello, las leyendas urbanas se aceptan como ciertas en muchas ocasiones dependiendo de factores que se desprenden del contexto y no de la reflexión sobre su veracidad. En este sentido, la investigadora de la Universidad South California, Eryn Newman, revela que nos hacemos cinco preguntas para decidir si damos crédito a lo que nos están diciendo: «¿Proviene de una fuente creíble?» «¿Otras personas lo creen?» «¿Cuenta con suficiente evidencia?» «¿Cuenta una buena historia?» Según Newman estas cuestiones son más importantes que otras lindezas, como si la historia es cierta o si se ha probado su falsedad.
Dos mitos se relatan sobre las serpientes y ambos son tan falsos como contradictorios. Para algunos, estos temibles reptiles son sordos. Para otros, existen personas capaces de hipnotizarlos con el sonido de su flauta.