Casiopea
y las sombras
Nicolás Buenaventura
Ilustraciones deAlekos
Casiopea
y las sombras
Casiopea
La niña a la que está dedicado este libro no se llama Casiopea, bueno, sí, un poco… ¿Puede uno llamar-se un poco Casiopea, un poco Ariosto, Numancio, Micomicona, Nicodemus, Esculapia o Godofredo? La verdad es que ese es su nombre secreto y casi nadie la llama así.
Esta historia no me la contó ella, sin embar-go pudo habérsele ocurrido. La niña que no se llama Casiopea, bueno, sí, un poco, sabe muchas historias.
No puedo decir aquí cómo se llama porque revelaría el secreto de su nombre. Sé que cuando lea estas páginas sabrá que fueron escritas para ella, Casiopea, mi constelación.
También para ti, lectora, lector,que has aceptado la aventura de este libroy que tal vez también tengas, o quieras,un nombre secreto.
Índice
Casiopea
Un puercoespín
Un perro, un carromato y un caballo triste
Una sombra
Muchas sombras
Aspavientos
Una cámara oscura
El desensombrecimiento
Un mago y un truco
Varios colores, una luz que se apaga y otra que se enciende
Coendú, un “aparato estenopeico” y seis árboles
I
Un puercoespín
—¡Si quieres venir conmigo tienes que caminar más rápido! La carta de Federico decía que era urgente. Además, si Arnulfo llama a mi papá y no estoy en la casa de mi tía, se van a preocupar.
Casiopea se detuvo. Pensó que su nuevo ami-go no iba a entender. Lo miró y… Sí, era evidente, alguien que mira con esos ojos no ha entendido nada.
—Está bien. Si prometes ir más rápido te lo cuento todo desde el principio, pero antes quisie-ra saber cómo te llamas. A mí me gusta adivinar
el nombre de las personas. Yo le adiviné el nom-bre a mi gata, Crayola. Claro que es la primera vez que me encuentro con un puercoespín. Sé que eres un puercoespín porque vi una imagen tuya en mi libro de Ciencias Naturales y desde entonces quie-ro conocerte. ¿Será que te llamas… Espera, no me digas, lo voy a adivinar. Valentín? ¡Sí, Valentín Puercoespín! Por la cara que pones creo que no adiviné. Todavía me quedan dos oportunidades, siempre es así: son tres oportunidades; si no, el juego no vale. ¡Te llamas Espinosa, como mi profe-sor de Manualidades! ¿Tampoco? Mmm. Me queda una. A ver… ¡Chucitos, eso es! ¿No? Entonces per-dí. No importa que no haya adivinado, ¿verdad? De todos modos, yo tampoco me llamo Casiopea. Ese es mi nombre secreto. Un amigo dice que uno debe llevar un nombre secreto, para ponér-selo cuando tiene que enfrentar grandes peligros, como las pesadillas. Dice que si te pones tu nom-bre secreto, las sombras que hay en las pesadillas no te ven y no te pueden atacar. Él fue quien me dio ese nombre, Casiopea. Nunca antes se lo dije a nadie. Ahora tú y yo tenemos un secreto. ¿Y si decimos que Chucitos es tu nombre secre-to? Así tendríamos dos y dos secretos compartidos son una amistad, ¿no te parece? ¡Apúrate, no te quedes!
Ese es uno de los poderes de Casiopea, es capaz de hablar con los árboles, con todos los animales… Sí, también con los insectos, con las piedras y hasta con algunos objetos. El problema está en que ni los árboles, ni los animales ni las cosas saben contestarle. No importa, ella suele adivinar lo que quieren decir.
—Lo que pasó es que recibí una carta de mi amigo Federico, en la que me dice:
Imagínate que primero desapareció la mon-taña. Sí, toda la montaña. Y así, como si un mago la hubiera borrado con un borrador gigante.
Luego desaparecieron los Correa. Hasta Ñuco, el perro de los Correa, despareció, solo quedó un pitico de cola. Todo lo demás se borró.
Lo más raro es que quedaron las som-bras. La sombra de la señora Correa, gorda y pesada como ella. Y la del señor Correa, aplastada y lisa, como si una aplanadora le hubiera pasado por encima. La sombra de Ñuco también es como él: salta y juega, aunque no ladra.