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Cubierta: Carlos Zamora
ÍNDICE
PRESENTACIÓN
ESCRITURA, FESTEJO Y MEMORIA: LA CANONIZACIÓN DE SAN ISIDRO Y LOS MADRILEÑOS
Alfredo Alvar Ezquerra
MARÍA DE LA CABEZA Y LAS TRADICIONES DE LA SIERRA MADRILEÑA EN EL ISIDRO DE LOPE DE VEGA
María José del Río Barredo
LOPE DE VEGA ENCOMIASTA: MODALIDADES DE LA ALABANZA EN EL ISIDRO
Jesús Ponce Cárdenas
EL CHRISTUS DEL ABECÉ: EL ISIDRO DE LOPE Y EL HALLAZGO DE LA SIMPLICIDAD SAGRADA
José Aragüés Aldaz
LOPE DE VEGA EN LAS JUSTAS POÉTICAS DE 1622. LAS COMEDIAS DE SAN ISIDRO: SIMBOLOGÍA Y ESTRUCTURA METAFÓRICA
Antonio Sánchez Jiménez
MILAGROSO NATURAL: SAN ISIDRO EN LA PINTURA DEL SIGLO XVII
Cécile Vincent-Cassy
PRESENTACIÓN
La publicación del presente volumen se inscribe en un marco celebrativo verdaderamente singular, ya que las contribuciones del mismo se relacionan de una u otra manera con un acontecimiento histórico y espiritual de primer orden: el IV Centenario de la Canonización de santa Teresa de Jesús, san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier, san Felipe Neri y san Isidro Labrador, que tuvo lugar en Roma el 12 de marzo de 1622 bajo el pontificado de Gregorio XV. Bajo el impulso de la «Cátedra Extraordinaria de Literatura y Arte Sacro del Siglo de Oro», adscrita a la Facultad de Literatura Cristiana y Clásica San Justino (Universidad San Dámaso), varios especialistas provenientes de diferentes universidades y centros de investigación de Suiza (Université de Neuchâtel), Francia (Cergy Paris Université) y España (Universidad de Zaragoza, Universidad Autónoma de Madrid, Universidad Complutense de Madrid, Universidad San Dámaso, CSIC) abordan en este volumen el tema de la canonización isidril desde ángulos diversos: el propiamente historiográfico, el literario y el artístico, dedicando especial atención al papel que jugó en este proceso el poeta y dramaturgo madrileño Félix Lope de Vega y Carpio. Por otro lado, no está de más apuntar cómo el presente tomo se enmarca en una línea de reflexión dedicada a la escritura religiosa del Fénix de los Ingenios, en sintonía con otras monografías publicadas en esta misma colección: Lope de Vega y el Humanismo cristiano (2018), Literatura y devoción en tiempos de Lope de Vega (2019), La escritura religiosa de Lope de Vega: entre lírica y epopeya (2020) y En torno al Lope sacro (2021).
A lo largo de seis asedios críticos los profesores Alfredo Alvar Ezquerra, María José del Río Barredo, Jesús Ponce Cárdenas, José Aragüés Aldaz, Antonio Sánchez Jiménez y Cécile Vincent-Cassy acometen una reflexión plural de naturaleza interdisciplinar. Siguiendo el orden de presentación de los estudios, el tomo se abre con una importante reflexión histórica de Alfredo Alvar Ezquerra en la que se dilucidan varios aspectos de un asunto complejo: el papel de las autoridades civiles y eclesiásticas de la villa de Madrid en el proceso de canonización, las fiestas organizadas con toda pompa con objeto de conmemorar primero la beatificación (1619) y poco después el ascenso a los altares (1622), la interconexión del acontecimiento religioso con la conformación de un perfil urbano y cortesano para Madrid, la intervención de varios literatos en la recogida de testimonios sobre la santidad del virtuoso labrador…
En el capítulo segundo, María José del Río Barredo ilumina algunos detalles importantes del proceso de redacción del Isidro de Lope al espigar nuevos datos de indudable relevancia entre los documentos de las probanzas que fray Domingo de Mendoza fue componiendo para la canonización de María de la Cabeza, la esposa del siervo de Dios Isidro. Los antiguos testimonios recogidos por el inquieto dominico en algunas localidades de la serranía madrileña permiten vislumbrar la trascendencia de algunos relatos piadosos tradicionales en torno a la devota figura femenina y la principal acción milagrosa que se le atribuye: el paso del Jarama para probar su inocencia y castidad.
Jesús Ponce Cárdenas presenta en su ensayo un recorrido completo por las modalidades del elogio que Lope fue diseminando por varios cantos de la epopeya sacra. En ese marco epidíctico figuran la exaltación central del santo y la alabanza de su consorte; una amplia laus urbis, concebida a la manera clásica como el vaticinio del Manzanares, en tanto deidad fluvial; el encomio del soberano y de otros miembros de la Casa Real (Carlos V y la emperatriz Isabel, la reina Isabel de Valois, la infanta Isabel Clara Eugenia…); y el elogio de fray Domingo de Mendoza en tanto promotor de la causa de canonización. Mención aparte merece la elaborada exaltación del reinado de Felipe II como una auténtica Edad de Oro en el plano espiritual.
Enlazando con una serie de estudios previos sobre la simplicidad sagrada, el prestigioso especialista en hagiografía José Aragüés Aldaz firma un apasionante trabajo en torno al llamativo perfil de santidad que muestra Isidro Labrador: el de una figura humilde e ignorante que brilla por su amor a Dios, en tanto simple que no conoce malicia alguna, pues la doblez no hace mella en su espíritu. Dentro de ese marco reflexivo, el motivo del christus del Abecé aparece identificado en este capítulo desde sus primeras huellas en la escritura lopesca hasta sus desarrollos más elaborados en diferentes piezas dramáticas, trazando así una línea de evolución que comienza a finales del Quinientos, precisamente, con el poema épico sacro.
En el último capítulo, Cécile Vincent-Cassy con amplitud de miras acomete un ambicioso estudio iconográfico sobre el patrón de Madrid, bajo el título «Milagroso natural: san Isidro en la pintura del siglo XVII». Además de examinar varias pinturas de autor anónimo, hasta la fecha no muy conocidas, la investigadora parisina dedica iluminadoras reflexiones a la obra de artistas de primer rango en el panorama del Barroco español, entre las cuales cabría destacar a Alonso Cano, Jusepe Leonardo y Juan van der Hamen y León.
Antes de cerrar estas breves páginas de presentación, es justo reconocer que a la hora de elaborar el presente volumen, ha resultado decisivo el apoyo de la Fundación San Justino y de la Consejería de Educación e Investigación de la Comunidad de Madrid. También es obligado apuntar aquí la participación activa del Proyecto «Hibridismo y elogio en la España áurea» (HELEA), PGC2018-095206-B-I00, financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades y por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional. En el proceso de elaboración del libro ha resultado crucial, como en anteriores ocasiones, la guía y el buen hacer de la doctora Anne Wigger. Por último, nos es muy grato indicar el generoso magisterio y el firme impulso de la doctora doña Pilar González Casado, decana de la Facultad de Literatura Cristiana y Clásica San Justino, que desempeña un papel principal en este intento de recuperación de una parte tan valiosa del patrimonio cultural español como la literatura religiosa del Siglo de Oro.
ESCRITURA, FESTEJO Y MEMORIA: LA CANONIZACIÓN DE SAN ISIDRO Y LOS MADRILEÑOS
Alfredo Alvar Ezquerra1
Profesor de Investigación del CSIC
Académico Correspondiente de la RAH
1. INTRODUCCIÓN
San Isidro vivió entre los siglos XI y XII; según cuenta la tradición, entre 1082 y 1172. Su cuerpo apareció incorrupto en 1212, en vísperas, precisamente, de la gran victoria de las Navas de Tolosa, victoria cristiana sobre los almohades en la segunda invasión de la Península. El primer texto biográfico sobre él es del siglo XIII. Ese manuscrito, el Códice de Juan Diácono, que aún existe, fue la base documental sobre la que a lo largo del siglo XVI se escribieron otras hagiografías. A su vez, esos textos han sido los fundamentos de los siguientes escritos y así sucesivamente.
San Isidro fue un humilde labrador, natural de Madrid, que reunía muchas de las virtudes necesarias que ha de tener todo buen cristiano: laboriosidad, obediencia a Dios, amor por la oración. Pero ante todo, era un pechero, no un noble, ni un clérigo. ¡Era un «simple»! Según León Pinelo, si es que no se inventa nada, el papa autorizó en 1518 a Francisco de Vargas (Madrid, h. 1466-Burgos, 1524) para que levantara una capilla a la que llevar el cuerpo de Isidro, una tarea acometida con cierta parsimonia, pues la edificación no se concluyó hasta 1535 y el responsable de ello fue precisamente su hijo Gutierre, al cual, por otro lado, se le había expedido bula de autorización para mover el cuerpo en 1532. Los religiosos y feligreses de San Andrés no se quedaron a gusto con el traslado y hubo tal disputa entre los clérigos de la iglesia y los de la nueva capilla que hubo que levantar una pared para que no hubiera comunicación entre un espacio y el otro y no se molestaran. Además, el cuerpo se llevó de nuevo a San Andrés. Comoquiera que Gutierre de Vargas Carvajal (Madrid, 1504-Plasencia, 1559) había alcanzado la dignidad de obispo de Plasencia, esa capilla pasó a llamarse la Capilla del Obispo2.
Además, al ser natural de Madrid y gozar de devoción popular, era un candidato idóneo para ser el santo patrón de la villa, sede estable de la corte de Felipe II desde 1561, sin señas de identidad (sin patrón, ni historias locales, ni catedral, ni planos…). Fue canonizado, no por ser mártir, sino por su ser muy piadoso. Por todo ello, el interés popular fue canalizado por el Ayuntamiento de Madrid, aunque con graves problemas para conseguir la canonización, pues se tardaron sesenta años en lograrla (1562-1622). Al entrar el siglo XVII, la política del duque de Lerma a favor del desarrollo de la agricultura supuso un nuevo estímulo en el proceso de canonización3. En este trabajo se maneja sobre todo documentación desconocida del proceso de canonización del Archivo Secreto Vaticano y de las Actas de las sesiones municipales de Madrid. Por otro lado, se desestima hacer una revisión historiográfica porque la inmensa mayoría de los escritos sobre san Isidro se mueven en el ámbito de la divulgación y no tienen apenas calidad científica, pues se trata casi siempre de infantiles textos corográficos.
2. LA CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD DE UN SANTO
La fuente de información más antigua que existe sobre la vida de Isidro de Madrid es un códice del siglo XIII (¿hacia 1275?) que aún se conserva en el Museo de la Catedral de la Almudena. Se trata de medio centenar de páginas en pergamino en las que fundamentalmente se cuentan los cinco milagros del santo. Se titula tradicionalmente Códice de Juan Diácono, pero no se sabe con total certeza quién fue su autor. Ahora bien, el texto está redactado en latín y, al parecer, por dos manos diferentes y casi un siglo después de la muerte del santo. Suele atribuirse la autoría a ese Juan Diácono, porque así se identifica en un párrafo el autor de unas frases. Se especula con que fuera un autor y dos escribientes. Del texto en cuestión existe una extraordinaria edición facsímil publicada en Madrid en 1993, por la Academia de Arte e Historia de San Dámaso: Los milagros de San Isidro (siglo XIII). La transcripción del texto latino se debe a Fidel Fita, revisada por Quintín Aldea, y la traducción al español es de Pilar Saquero y Tomás González Rolán; mientras que el estudio codicológico corresponde a Tomás Marín y María Luisa Palacio4.
Es decir, que todo lo que se ha escrito sobre el santo se ha basado en un texto de autor desconocido y tardío, basado a su vez en la recopilación de tradiciones orales que corrían por Madrid sobre las gestas del virtuoso varón. El cuerpo del santo estaba depositado en la Iglesia de San Andrés, que aún hoy existe. Hacia 1425 se abrió dos veces el ataúd y se comprobó que su cuerpo estaba incorrupto. No era la primera vez que se abría el sepulcro y tampoco sería la última, como vamos a ver inmediatamente5. Aquel Isidro que, según la tradición oral había hecho milagros que se certificaban por un manuscrito que los narraba ( inspirándose en la tradición oral) estaba aún en el siglo XV sin corromperse.
Había que seguir prestando atención a aquellos restos y a toda la tradición aparejada al mismo, pues todo ello daba cohesión social. El Códice de Juan Diácono fue pasando con el correr del tiempo a ser fuente fidedigna de información y acabó consagrándose como fuente histórica. Nada, ni nadie, puso en duda sus contenidos. Los milagros contenidos en él eran confirmados por la tradición y la tradición tenía un texto que narraba los milagros, que por tradición se habían sancionado y así sucesivamente ad infinitum.
Cuenta el códice que Isidro fue un pocero que se trasladó a una localidad cercana a Madrid, Torrelaguna, donde contrajo matrimonio con una piadosa mujer, María Toribia. Regresaron a Madrid y nació Illán. Isidro iba todos los días a la iglesia a rezar y los aparceros de Juan de Vargas, el señor de Isidro, se quejaban porque no cumplía con los trabajos del campo. Se descubrió que, mientras él rezaba, los ángeles movían sus bueyes que labraban la tierra. Moraleja: no es que Isidro fuera holgazán, sino que si rezas, Dios te proveerá de las necesidades mundanas. Una vez, en un convite por él preparado para marginados y pobres, se le multiplicó la comida, como a Cristo con los panes y los peces. Moraleja: la caridad es siempre protegida por Dios. El tercero de los milagros cuenta cómo en cierta ocasión, tras un largo período de sequía, dio un golpe en la tierra con la azada y salió agua en abundancia, como le pasó a Moisés en la huida a Egipto. Moraleja: Dios remedia todos los males. El cuarto de los milagros se refiere a su amor por los animales. Volvía a casa en invierno y vio que unos pájaros no hallaban alimento: les vació medio saco de grano para que se alimentaran. Al llegar a casa, el saco seguía lleno. El quinto milagro es el siguiente: cierto día su hijo Illán cayó en un pozo. Todos sufrían desconsolados alrededor de la boca del pozo. Llegó Isidro, vio lo que ocurría e hizo subir las aguas del pozo, hasta rebosar el brocal, consiguiendo así que el niño saliera a la superficie sano y salvo6. Esto es la cultura popular. Ahora podemos hacer alguna relectura.
No sabemos cuándo nació Isidro. La tradición dice que en 1082, de manera que ha de entenderse que nacería entre mozárabes, o sea cristianos a los que se dejaba vivir en zonas musulmanas. Es decir, que vivía en espacios de fortísima interculturalidad. De hecho, en 1085, al poco de haber «nacido» Isidro, Alfonso VI conquista Madrid, de manera que todos los mensajes nos hablan de las tensiones de los años 80 del siglo XI. Aunque ambas sociedades, la conquistadora y la reconquistadora, coexistieran, no quiere decirse que convivieran. De hecho, en 1109 Alíben-Yusuf pone sitio a Madrid y muchos cristianos huyen. Incluso muchos de aquellos mozárabes, de aquellos en otros tiempos tolerados, han de irse porque no parece que vaya a haber tolerancia. La aparición de Isidro en Torrelaguna, localidad al norte de Madrid, más lejos de Toledo, protegida por otra ciudad amurallada, Buitrago, y por su propia muralla, se explica en este contexto de migración forzosa en busca de lugares resguardados. Calmadas las aguas, los cristianos vuelven a Madrid. Pero en el barrio de Isidro sigue habiendo musulmanes, porque la parroquia de San Andrés es la que está en la Morería7. Este hecho explicaría que se mofaran de él por ir a diario a misa: ¿quiénes, sino los mudéjares, los musulmanes tolerados en tierras cristianas?
Por cierto, a lo largo del relato medieval más conocido de su vida y milagros, o sea, a lo largo del códice de Juan Diácono, deja de haber alusiones a la diversidad cultural. Lógicamente, los musulmanes han ido perdiendo protagonismo social: se han ido convirtiendo, se han diluido, han emigrado hacia el sur. De hecho, se ha apuntado la posibilidad de que el «mito» de san Isidro tenga ciertas raíces hincadas en modelos de santidad musulmana, de santones islámicos, cuyas gestas se han ido diluyendo en las creencias de la mayoría cristiana. La hipótesis, que no merece la pena comentar ahora, nos habla de la necesidad presente de desarmar el universo cristiano y hablarnos de la convivencia multicultural.
El caso es que, fuese como fuese, la recopilación de las hazañas de Isidro en el siglo XIII abre las primeras puertas para el culto a aquel cuerpo sin descomponer. La tradición de ir a adorarlo se mantendrá durante los siglos siguientes. Esto es: el culto a san Isidro está afianzado antes de la beatificación. Se lleva con naturalidad. Es lógico que ese Isidro sea santo, porque desde tiempo inmemorial así se ha creído. Además, obró milagros. Los cuenta el códice de Juan Diácono…, aunque sea algunos siglos posterior a la vida de ese Isidro. Parece ser que en las primeras décadas del siglo XVI la Cristiandad entra en convulsión. Unos se mofan del culto a los santos. En reacción, los zaheridos responden exaltando a sus santos. Tal actitud se expande por todo el mundo católico. Se refuerzan los lazos sociales entre los santos y sus comunidades. En Madrid se refuerzan los lazos entre la memoria transmitida por el códice de Juan Diácono, el cuerpo incorrupto y la incontestable veracidad de los hechos que cuenta la tradición. La reivindicación de las reliquias de los santos es reforzada por el Concilio de Trento, pues en la sesión XXV (celebrada los días 3 y 4 de diciembre de 1563) se dedica un decreto a «De la invocación, veneración y reliquias de los santos y de las sagradas imágenes»8. En el siglo XVI había que reforzar los vínculos de los creyentes con sus santos y engrandecerlos. Pero también había que cuidar que no se adoraran santos, ni imágenes de santos indecentes o sin contrastar, por lo que se dejaba en manos de los obispos, en primer término, esa adoración, o el visto bueno a nuevas pinturas o esculturas que enriquecieran el patrimonio de las iglesias. «Destiérrese absolutamente toda superstición en la invocación de los santos, en la veneración de las reliquias y en el sagrado uso de las imágenes», o también, «tampoco se han de admitir nuevos milagros, ni adoptar nuevas reliquias, a no reconocerlas y aprobarlas el mismo Obispo…», y así sucesivamente. Es decir, no se podían seguir haciendo santos «populares» sin más, sino que había que contar con la aprobación de las autoridades eclesiásticas para todo esto, «que no se decrete ninguna cosa nueva…».
3. LAS CANONIZACIONES Y LA MONARQUÍA HISPÁNICA
El contexto histórico de la canonización isidril presenta unos contornos muy nítidos: la Monarquía Hispánica anda en pos de la reputación, al tiempo que el orbe católico se lanza a la reconquista de territorios perdidos. En ese ambiente, no es de extrañar que culminaran las antiguas peticiones de los súbditos madrileños al padre del nuevo rey para que apadrinara la canonización. Efectivamente, estando la corte en Valladolid, y por aquello de engrandecer el alicaído Madrid, aprovechando que el duque de Escalona es nuevo embajador en Roma, la villa le felicita y aprovecha para pedirle que tenga presente «lo de la canonización de san Isidro»9. No pasa nada.
Por ello, recién recuperada la corte de Valladolid, es una prioridad de la identidad local tener un santo: ¿a dónde va una corte sin santo ni catedral? Así que el 7 de noviembre de 1605, el Ayuntamiento solicita al rey que escriba al papa para instarle a que canonice a san Isidro y el 17 del mismo mes la Junta de regidores, que trata sobre la canonización, eleva otra petición en el mismo sentido. Al parecer, cuando Pío V había estado en Madrid, había quedado gratamente impresionado al ver el cuerpo incorrupto del labrador10. La dinastía adopta sus ejes tradicionales y amplía horizontes nuevos. En medio de estas estamos cuando se canoniza a esos cinco paladines de la religión. No es casualidad. Es necesidad de construcción de modelos ejemplares: unos escriben, otros trabajan (y si deja el arado, se lo mueven los ángeles y la holgazanería queda dignificada e incluso santificada) y a alguno le han dado martirio hasta la muerte. De ellos, además, los hay que han abandonado todo por seguir a Dios, desde las más grandes riquezas mundanas a las más humildes labores terrenas.
La canonización de cinco santos no podía pasar inadvertida y, menos aún, teniendo en cuenta que había en el selecto grupo varios jesuitas. Tampoco la exaltación de la oración, por encima del trabajo, no como hacían los herejes calvinistas. Madrid, 19 de junio de 1622: la ciudad se engalana para festejar por todo lo alto la canonización de cinco santos. Se trata de san Isidro, san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier, san Felipe Neri y santa Teresa de Jesús. La beatificación de san Isidro había tenido lugar tres años antes. Por tanto, entre 1619 y 1622 se hace efectiva en Madrid una realización más, necesaria para el engrandecimiento de la ciudad: tener un patrón que, además, fuera santo. La grandeza de Madrid iba consolidándose. La búsqueda —o la construcción— de esa grandeza había empezado balbucientemente con el papel de López de Hoyos como corógrafo de Madrid11. Porque la villa castellana, en tanto corte artificial y nueva, no tenía nada, ni catedral, ni santo patrón confirmado por la autoridad eclesiástica, ni un palacio real resplandeciente. Le faltaba todo y de todo.
En aquella beatificación se exaltaba a cuatro santos españoles y a otro extranjero, pero se les festejaba juntos, porque juntos habían subido a los altares. De los cuatro hispanos, cada uno tiene sus características propias. Santa Teresa de Jesús, además de mujer, es escritora, doctora de la Iglesia, reformadora de la disciplina y la observancia y en más de una ocasión, extasiada. Es un modelo social que se debe seguir. En ella se encarnan muchas virtudes que puede tener la mujer. Si las logra, será respetable, en vez de banal o chabacana. San Isidro es un desdichado pechero; es un envidiado labrador, casado, pero retirado de las cosas de la carne, amparado por los ángeles, siervo de un desconfiado señor. Es, como tantos más, un modelo popular, pero excelso y necesario en tiempos de agricultura en crisis y de apuestas por la exaltación de todo lo que tenga que ver con el mundo campesino al que hay que enaltecer. San Ignacio ha fundado la Compañía de Jesús y, desde ella, Francisco Javier ha ido a Extremo Oriente a convertir almas en pena para la verdadera religión. Tales son los héroes del nuevo catolicismo militante y triunfante que se ha enfrentado al protestantismo y al paganismo por todo el orbe de la tierra. Son los milites Christi que necesitan Roma y la catolicidad en general. Pero, además, los dos últimos citados son jesuitas. La Compañía ha dado dos veces: su protagonismo resulta innegable, abruma, sobresale por todas partes. Finalmente, de Felipe Neri se deja traslucir su alegría en la oración a Dios y el sentido caritativo, didáctico y altruista de su existir.
Pero, además, estamos en 1622. El 31 de marzo de 1621 ha muerto Felipe III. Aún no había cumplido los cuarenta y tres años. Esto es secundario. Lo importante es que se está cambiando de monarca y consejeros12. Soplan, por aquel entonces, aires de renovación en el gobierno de la Monarquía. No se sabe bien cómo será el nuevo rey, Felipe IV, que a la sazón tiene dieciséis años. A su lado está, desde que era príncipe, el conde de Olivares, que con el tiempo será el conde duque, gran político, de los que hay en la Historia de un país y que se pueden contar con los dedos de la mano, pero también con sus asuntos. En 1621 ha elevado al rey su primer memorial de buen gobierno, el Memorial sobre las mercedes13. En él le insta a que no sea un dilapidador en ofrendas a sus súbditos. El memorial no cayó bien entre algunos cortesanos, de esos que están siempre ávidos de saquear las cuentas reales para obtener su beneficio personal.
Señor: la liberalidad y magnificencia son virtudes propias del ánimo real […], pero pueden llegar a ser viciosas y culpables […]. Vuestra Majestad es, en reinos y señoríos, el mayor rey del mundo; comienza a gozarlos en edad floreciente, sucede a su padre de natural tan blando y generoso, tan fácil a beneficios que sin ofensa de la veneración debida a su memoria, podemos decir que tuvo rotas las manos en hacerlos.
A este memorial de 1621, siguieron otros y un programa político intenso, arriesgado, exultante y acaso un punto megalómano. No voy a entretenerme más en el conde duque porque no es el momento, claro. Pero tampoco debemos perder de vista el punto de fuga de la perspectiva: los del conde duque son tiempos de reformas necesarias en lo interior y de remoralización de la vida política, de exaltación nacional y de defensa del binomio Monarquía Hispánica-catolicismo en el campo internacional. Son los tiempos de la Contrarreforma. Así, en efecto, en 1621 se rompen las hostilidades, de nuevo, contra los herejes rebeldes flamencos. La verdad es que ha sido Felipe III el que ha denunciado la Tregua de 1609 de los Doce Años. Y en el corazón de Europa, después de la defenestración de Praga de 1618 se ha roto la alianza de las dos religiones, la católica y la luterana, frágilmente construida en 1555 en la paz de Augsburgo.
4. ISIDRO Y SU PROMOCIÓN MUNICIPAL
Desde tiempo inmemorial se sabía que en la parroquia de San Andrés estaba el cuerpo incorrupto de san Isidro. Sin embargo, en el Fuero de Madrid de 1202 no se habla de san Isidro. Si por algunos motivos la tradición puede ser fantasiosa, por otro lado, tenemos la mala fortuna de que en 1936, como por arte de magia, ardió todo el contenido de la parroquia de San Andrés, a excepción de un libro de bautismos (que pude manejar cuando escribí sobre López de Hoyos) y un monumental inventario de los bienes de la parroquia que deja en evidencia lo que se perdió. Debió ser de alguno de los bienes de la parroquia de donde Fidel Fita sacó algunos testimonios que publicó en 1889, que podemos darlos por ciertos, por cuanto no tenemos otro remedio: el domingo 4 de mayo de 1421 se abrió el sepulcro del santo, se le vio incorrupto, se devolvió el cuerpo a su sitio. Se levantó acta de lo acaecido14. Unamos esto a lo dicho anteriormente: no fue la única vez que se echó mano de la reliquia íntegra del santo para sanar a algún Príncipe de Asturias o a algún rey, pues se sabía que el venerado cuerpo era taumatúrgico.
El proceso de canonización de san Isidro empezó allá por diciembre de 1562 y no al azar, sino conforme a algunos intereses. En primer lugar, una de las familias más influyentes de la villa, los Luján, figuró entre los más destacados promotores junto a las autoridades eclesiásticas; por otro lado, aprovechando que en Roma se iba a empezar la de san Diego de Alcalá, se pidió al rey que intercediera por san Isidro.
[23-XII-1562] En este ayuntamiento entraron los señores don Jerónimo Zapata, arcediano de esta villa, y Rodrigo de Vargas y Miguel de Luján y don Pedro de Luján, los cuales dijeron que ya es notorio como en esta villa está el cuerpo de San Isidro y cuan justa cosa sea se canonice, que atento que el comendador mayor de Castilla va a Roma y tiene de tratar por Su Majestad se canonice el cuerpo del santo fray Diego, que está en Alcalá, que les parece que esta Villa vaya a hablar al comendador mayor y encargarle este negocio, pues, en efecto, ha de costar poco más canonizar el cuerpo de San Isidro, habiéndose de canonizar el del santo fray Diego. Luego, los dichos señores justicia y regidores y personas susodichas acordaron que se vaya a hablar al dicho comendador mayor. Y así, fueron y le hablaron. Y respondió que él holgaba mucho de encargarse de este negocio y hacer lo que fuese en sí, juntamente con lo del santo fray Diego mandándolo Su Majestad. Y visto por los dichos señores, estando en el dicho ayuntamiento, cometieron a los señores don Jerónimo Zapata, arcediano de esta villa, y a Diego de Vargas, regidor de ella, que vayan a hablar a Su Majestad, y le supliquen de parte de esta Villa sea servido de mandar al comendador mayor de Castilla y dar petición a su Santidad, y hagan todas las demás diligencias que convengan para canonizar al dicho San Isidro.
En julio de 1563 continuaron las negociaciones para la canonización de san Isidro:
[19-VII-1563] En este ayuntamiento se acordó que se escriban cartas al gobernador y deán y cabildo de Toledo y embajador de Roma y otras personas que sean necesario sobre el canonizar a San Isidro de esta Villa y se comete a los señores Diego de Vargas y Juan Zapata para que las ordenen y las de Toledo lleve el señor Pedro de Herrera.
Sin duda, aquella villa y corte del Renacimiento, aún escasa de símbolos de grandeza, buscaba tener uno de ellos, por ejemplo, un santo. Comoquiera que el príncipe don Carlos era un ferviente defensor de san Diego, su caída en desgracia, detención y muerte acabaron con la fama del aspirante, de momento. Ciertamente que don Carlos presionaba, allá por 1566 al recién elegido papa Pío V no solo para conseguir la canonización de fray Diego, sino también el Santo Prepucio15. Pero en Madrid, preferían a san Isidro y así, al poco de morir don Carlos, se apretó a favor del virtuoso labrador medieval. Esta es la narración de León Pinelo (aunque muy posterior a los acontecimientos):
[1569] El señor Guencoz [sic], canónigo de Alcalá, por comisión de don Gómez Tello Girón, gobernador del arzobispado de Toledo, a diez y nueve de julio visitó en la iglesia de San Andrés la tumba de San Isidro que estaba con cuatro llaves, y la arca de dentro que tenía una llave y dice el libro de visitas, la cual caja estaba cubierta de un paño de zarrahán [sic] de oro y de sedas de diferentes colores y la caja estaba guarnecida de cuero colorado claveteada con tachuelas doradas y se abrió donde se halló el cuerpo del santo envuelto en un lienzo delgado blanco a manera de cendal y otro de lienzo más gordo y un pedazo de tafetán blanco, el último con que estaba cubierto. Hallóse el santo cuerpo entero y la cabeza y algunos dientes de la boca y quijada y pescuezo, pechos, brazos, manos, dedos y uñas piernas y pies enteros y una nómina [sic] de raso colorado donde estaba un pedazo de dedo de la mano del santo el cual y la dicha caja se limpió y el bienaventurado santo se volvió a poner en ella en el lugar donde estaba y se tornó a cerrar con las mismas cinco llaves16.
Un poco más tarde, en 1571,
Celebróse en Madrid la fiesta del señor San Isidro, pues este año predicó en ella fray Juan Ortiz Lucio, y después en el Flos sanctorum que sacó a luz en el de mil y seiscientos y diez y seis imprimió la vida el Santo que sacó de Juan Diácono y que había entonces cuatrocientos y treinta y dos milagros17…
Algo más adelante, en 1575, parece ser que la fuente del santo se secó porque los aguadores iban coger agua allá y la vendían, lo cual era intolerable. Y, en fin, el paroxismo llegó en 1584, cuando el propio cardenal Quiroga acudió a visitar el cuerpo de san Isidro y
concurrió toda Madrid para que fuese bien visto le puso en el arca cubierta sobre un altar y allí estuvo nueve días, patente con solo un velo transparente que le cubría con muchas luces. Delante había un palenque para detener la gente que era infinita. Vinieron procesiones de fuera de Madrid, con músicas y fiestas. Después fue vuelto a su tumba.
En 1589 fue beatificado fray Diego de Alcalá: las solemnísimas fiestas tuvieron lugar en Alcalá el 10 de abril de aquel año y a ellas asistió Felipe II18. Curiosamente, coincidiendo con estas solemnidades, se reactivará el proceso de favorecer a san Isidro. En efecto, a finales de siglo volvía a ponerse en movimiento todo el aparato administrativo y eclesial en pro de la causa porque había órdenes y hechos que animaban a ello. Así, se autorizaba al promotor fray Domingo de Mendoza19 a que entrara en el archivo de la villa para reunir toda la documentación posible sobre el santo y se facilitara así la redacción de la correspondiente hagiografía20. Poco después, en 1589 se apoderaba a Diego de Salas Barbadillo —padre del famoso escritor Alonso Jerónimo— para que pusiese en marcha el proceso de beatificación21; luego, otros promovían a san Dámaso. Algo más adelante el propio Diego de Salas Barbadillo costeaba los gastos de la Vida de San Isidro compuesta por Alonso de Villegas y la presentaba ante el Ayuntamiento22 e inmediatamente él, Alfaro y Mendoza (el regidor, no el fraile) eran designados con poderes generales por Madrid para la promoción de san Isidro23. Meses después se cambiaba a alguno de los promotores de la causa, buscando, sin duda, más prestigio entre los luchadores en pro de san Isidro24.
Aunque ya había habido peticiones de poder trabajar en el archivo desde 1565, no es sino en esta década de 1590 cuando se hace fervientemente. De hecho, fray Domingo de Mendoza encuentra un privilegio para poder costear una fiesta popular ya en 134425. En medio de toda esta promoción isidril, san Isidro tendría que volver a competir con otro rival. Ahora no era con el hermano lego franciscano Diego de Alcalá, porque este ya había sido elevado a los altares. En efecto, en los años 90 el triángulo Lujanes-Vargas-san Isidro hubo de enfrentarse al binomio san Dámaso-otros regidores. Se ve que dentro del ayuntamiento había facciones diferentes y que cada una apoyaba sus líneas de prestigio, so color de defender a la ciudad, pero en realidad beneficiando solo y exclusivamente a su grupo de pertenencia. Así es como llegamos a los años 90 del siglo XVI.
Como ya se ha subrayado, en 1592 Diego de Salas Barbadillo había costeado la edición de la Vida del santo redactada por el hagiógrafo de mayor prestigio en España, Alonso de Villegas, y fue llamado a declarar al ayuntamiento, al tiempo que tanto a él como a fray Mendoza se les instaba a poner en marcha nuevas actuaciones y pesquisas para promover la canonización del virtuoso labrador madrileño. El 13 de enero de 1594 fue a declarar ante una comisión municipal Diego de Salas Barbadillo. Esta es la historia de lo sucedido entre 1592 y 1594: todo había empezado por la edición de la hagiografía del Labrador costeada por el citado regidor municipal. Así, sabemos que se le había llevado a platicar ante el ayuntamiento de Madrid en el otoño de 1592 y que le habían nombrado su representante en los lejanos inicios de esa beatificación. Entre septiembre de 1592 y junio de 1593 se manejaron textos, anduvieron por el ayuntamiento Diego de Salas Barbadillo acompañado por el inefable fray Domingo de Mendoza, se acudió al cardenal de Toledo y hasta se volvió a abrir el sepulcro.
[7-IX-1592] En este ayuntamiento entró Ayllón, semanero y portero de este ayuntamiento, y me entregó a mí, el escribano, 4 memorias que le habían dado 4 por testigos del dicho ayuntamiento que fue: Ramos, Gaitán, Ruiz y Quirós, para que llamasen a todos los señores regidores que estaban en esta villa para ver una petición que Diego de Salas Barbadillo ha dado, y un libro que ha presentado en este ayuntamiento, en el del pasado [no consta], de la Vida y milagros del Bienaventurado San Isidro Labrador, natural de esta villa y para oír al dicho Diego de Salas. Y habiendo oído al señor don Francisco de Alfaro, regidor de esta villa, a quien esta villa cometió en el dicho ayuntamiento pasado, se informase de ciertas diligencias que le han menester hacerse sobre este negocio, y habiendo oído al dicho Diego de Salas y tratado esta dicha Villa largamente sobre ello, acordaron que los señores don Francisco de Alfaro y don Juan Hurtado de Mendoza acudan a este negocio con muchas veras, de suerte que lo que pretende el dicho Diego de Salas Barbadillo, tenga cumplido efecto, como esta Villa lo desea, y hagan las demás diligencias necesarias, todas las que convinieren.
[7-IV-1593] Otorgóse poder a Fernando Méndez de Ocampo, procurador general, y fray Domingo de Mendoza y Diego de Salas Barbadillo y a cualquiera de ellos para lo tocante a las diligencias que se han de hacer en esta villa para lo de la canonización de señor San Isidro. Testigos: Gaitán y Ruiz y fray Juan de Jesús.
[4-VI-1593] Que los señores comisarios del negocio del señor San Isidro sobre su canonización hablen al señor cardenal de Toledo, suplicándole tenga por bien que se conceda lo que el padre fray Domingo de Mendoza pide y, en lugar del señor don Francisco de Alfaro, sea comisario el señor don Lorenzo del Prado26.
[27-VI-1593] Que el día que se señalare para mostrar el cuerpo del bien aventurado San Isidro para su canonización e información que se ha de hacer para ello, se halle esta Villa presente y el tiempo que tuviere descubierto se tengan 12 hachas27.
Lo acaecido en 1593, que lo recoge también León Pinelo, está asentado en documentos del Archivo de Villa de Madrid: Salas Barbadillo y Mendoza presentaron la relación de gastos generados por los trabajos en pro de la aludida exaltación de Isidro. Los gastos le hicieron un siete en las rentas a Mendoza que, sintetiza Cotillo, «se había visto obligado a pedir prestado, vender sus libros y utilizar el dinero de sus misas para cubrir los gastos» y hace hincapié en la constante sangría que fue para Madrid la beatificación y la canonización28. Tras el examen en el Ayuntamiento de la biografía costeada por Diego de Salas Barbadillo, se activa con ánimo el interés por la canonización. Así, se cuidan sus espacios de identidad:
[29-IV-1594] Que el señor don Íñigo de Mendoza haga aderezar la fuente de San Isidro […] y lo que se gastare en ella lo pague de propios por su libranza y del señor Corregidor.
O se activan las peticiones por escrito:
[12-IX-1594] Que los comisarios de la canonización del Bienaventurado Isidro hagan que en el Consejo se haga relación de lo que por su parte se ha pedido para que se consiga el fin que pretenden.
O se pone en marcha una sólida campaña publicística, en la que hay elementos nuevos, como el de resaltar que era natural de Madrid, en una ciudad que había crecido exponencialmente por la inmigración:
[25-II-1595] Que los señores don Juan Hurtado de Mendoza y don Luis de Toledo hablen a Juan Francisco Alejandrino encomendándole de parte de esta Villa acuda al negocio de la canonización del bienaventurado San Isidro en Roma pidiéndole a Su Santidad el breve y buen despacho de este negocio, atento que es natural de esta villa.
Esta campaña se refuerza con las peticiones de cuidar todo aquello que se debe cuidar. Por cierto, ya Usátegui parece haberse olvidado de Dámaso.
[5-IV-1595] Que los señores don Juan Hurtado de Mendoza y Gregorio de Usátegui vean qué será necesario que se haga para que el cuerpo del bienaventurado San Isidro esté con la decencia y autoridad que conviene, procurando se haga un cofre grande forrado en terciopelo carmesí, como mejor se pueda, y se traiga a este ayuntamiento su parecer y lo que podrá costar para que se provea lo que convenga.
Es así cómo en 1595 se ha llegado casi al máximo del rigor, del empeño colectivo y de la convicción compartida de que hay que canonizar a san Isidro. En mayo de ese mismo año todo parecía ir haciéndose con más solemnidad y seriedad:
[12-V-1595] En este ayuntamiento el señor Corregidor dijo que Francisco Morejón envió a esta Villa una de las llaves del arca del bienaventurado San Isidro, para que se pusiese en su archivo y así se puso, y que él, en conformidad de lo que Madrid tiene acordado, la ha entregado al señor don Francisco de Herrera, como regidor más antiguo, que dará cuenta de ello a la Villa para que lo entienda. Y visto por la Villa, acordó que el señor don Francisco la tenga y firme el recibo de ella en este libro.
En ese sentido:
[23-VI-1595] Acordóse que el señor don Juan Hurtado de Mendoza prosiga su comisión sobre la canonización de San Isidro y se haga la reja y arca que está acordado y se pida licencia al Consejo para gastar lo necesario en ello.
Con tantas preocupaciones sobre san Isidro se habían olvidado de otros, a los que discretamente se les «repescaba»:
[23-IV-1595] Acordóse que para la fiesta de Santa Ana de este año, atento que es patrona de esta Villa y no tiene renta ninguna ni limosna de dónde poderse hacer y por esta causa no se hizo el año pasado, se den 100 ducados y las 12 hachas y velas acostumbradas de propios con licencia del Consejo.
Aunque en 2 de febrero de 1596 se instaba a los comisarios para que escribieran una relación,
Que los señores don Juan Hernando de Mendoza y don Luis de Toledo, en nombre de esta villa escriban a Su Santidad y al señor Juan Francisco sobre lo de la canonización de san Isidro, y sobre ello y la limosna que han de pedir para ello, hagan las diligencias necesarias.
En cualquier caso, en febrero de 1596 ya se había implicado a muchas más gentes en el proceso de canonización,
[21-II-1596] Que se despachen las dos cartas que se han leído en este ayuntamiento, de una parte lo de las ciudades, villas y lugares de fuera de la jurisdicción, y otra parte las aldeas de Madrid para lo tocante a la canonización de san Isidro.
Y se había continuado «construyendo» la imagen del santo, a la que también vendrá a sumarse la efigie de su esposa:
[23-III-1596] Acordóse que el señor don Juan de la Barrera, Diego Hurtado de Mendoza, luego que se traigan los retratos de san Isidro y su mujer que envió a Su Majestad y fray Domingo de Mendoza, haga sacar dos traslados de la manera que están, el uno para enviar a Roma y el otro para Madrid, y lo haga en la forma que le pareciere convenir.
Ahora bien: en los años siguientes, inexplicablemente se paralizó tanto ímpetu beatificador e incluso se llegó a cambiar a los comisarios municipales encargados de ello. ¿Por qué? Probablemente porque el asunto había cambiado de manos: en agosto de 1597 (relata Cotillo) el cardenal de Toledo comisionaba a Domingo de Mendieta, vicario general, para que pusiera en marcha unas informaciones del proceso, que en efecto se hicieron y que se conservan29. Mendieta nombró escribanos y empezaron las formalidades: Salas Barbadillo presentó los poderes que le revestían de autoridad por la Villa, y el Nuncio, a su vez, exponía otras aclaraciones sobre las limosnas para la sufragar los gastos. La maquinaria de esta primera información se ponía en marcha el 17 de enero de 1598. Se prepararon 154 preguntas sobre el santo. El último en deponer fue un Diego Bravo, el 2 de abril de 1598. En junio Salas Barbadillo pedía la incorporación en la información de todos los libros, documentos y demás que se conocían sobre Isidro. Es posible que tuviera gran importancia la media docena de bulas, desde 1518 en adelante, o las ordenanzas de una Cofradía de San Isidro de 148730.
Ahora bien: si en 1588 entraba por vez primera fray Domingo de Mendoza en el archivo municipal a buscar papeles, en 1596 ya daba por concluidas la parte principal de sus pesquisas y podía pasar copia de tales documentos a Lope de Vega, que escribió y dio por terminado el Isidro. Poema castellano durante las últimas semanas de 1598. La primera edición de la exitosa epopeya sacra veía la luz, como es sabido, a inicios de 1599 y, no mucho después, en 1602, salía de los tórculos una segunda edición a la que habrían de seguir otras31.
5. EL PROCESO EN TIEMPOS DE FELIPE III32
Lejos de lo que pudiera parecer, la muerte de Felipe II (13 de septiembre de 1598) y el traslado de la corte a Valladolid (desde la primavera de 1601) potenciaron la participación popular en la beatificación de Isidro y no al contrario. En efecto, el 1 de abril de 1599 Madrid había ordenado a su agente en Roma, Cristóbal de Villanueva, que pidiera la canonización del santo. Al mes siguiente se nombraba a Gil Jiménez nuevo y añadido representante de la villa en la Ciudad Eterna, Este hombre remitía un jugoso informe a la villa: la beatificación tenía detractores en Roma e incluso alguno estaba traicionando los esfuerzos de Madrid. No así el embajador Sessa. En fin, tanto Villanueva como Jiménez se entrevistaron con el cardenal Gesualdo, presidente de la Santa Congregación de Ritos y Ceremonias, y le entregaron el interrogatorio de 1598, a lo que el cardenal respondió favorablemente proponiendo juntar rápido a la Congregación para poner definitivamente en marcha el proceso. Comoquiera que, al parecer había muchas peticiones de beatificación y que no había dinero bastante, esas dos eran las razones que entorpecían y atrasaban el proceso.
No deja de ser interesante que —sin que medie acuerdo municipal de por medio— sea el rey (¡es decir, Lerma!) el que se dé por enterado de la falta de dinero y emita el 10 de mayo de 1599 una cédula real a todas las autoridades de las Indias para que se ayudase financieramente a la canonización33. Además, las dos ediciones de la epopeya hagiográfica de Lope de Vega impresas en 1599 y 1602 de alguna manera dejan igualmente claro el interés de que el proceso no se frenara. De esas dos ediciones personalmente destacaría la evolución iconográfica en las portadas. En la primera, Isidro es un individuo tosco y rudo, un agricultor de pura cepa. En la siguiente, la viñeta es una imagen mariana, como si estuvieran planteándose la manera más decorosa y apropiada de representar al virtuoso Isidro, un asunto que con tanta agudeza analiza en este mismo volumen Cécile Vincent-Cassy.
El 22 de enero de 1603 se libraron a Cristóbal de Villanueva 600 ducados para sus gastos en Roma34. Por alguna razón, en abril de 1605 Catalina de Luján, una Luján, pedía una llave del arca de san Isidro y al mes siguiente un Cristóbal Vigil solicitaba permiso al ayuntamiento para adecentar a su costa la ermita del santo, «poner un retablo y campana y hacer una sacristía y vivienda», con tal que le dejaran a él y a sus descendientes enterrarse ahí y poner una lápida conmemorativa, «un letrero en que diga lo que hiciere». La reforma la culminaría plantando árboles alrededor de la ermita.
Como bien recuerda Cotillo, la muerte de Clemente VIII y el óbito de León XI volvieron a parar el proceso. No obstante, en julio de 1605 se volvió a hablar en el Ayuntamiento de los fondos que había para la canonización dado que se iba a solicitar al rey que escribiera al embajador en Roma y al cardenal de Toledo para que volvieran a poner en marcha el proceso (11-VII-1605). En esta nueva ofensiva, anterior al regreso de la corte desde Valladolid, las autoridades municipales iban —de nuevo— muy en serio. En octubre de 1605 se ordena hacer «una caja de madera aforrada en raso blanco y bien guarnecida y de fuera de terciopelo y la clavazón dorada y pasamanos de oro con las armas de esta Villa» para meter en ella el cuerpo del bienaventurado Isidro «y la vieja que ahora hay se traiga a este ayuntamiento» (24-X-1605).
Con caja nueva, se ordena el depósito de las llaves: las de la caja vieja y la de la caja nueva las tendrá el regidor más antiguo, como la del archivo (1-XI-1605). Nuevamente, los acontecimientos de la vuelta de la corte en 1606 dejaron al pobre Isidro algo abandonado hasta 1607. De hecho, en abril de 1607, el Ayuntamiento se mostró muy interesado en participar en las misas y romerías y, a la vuelta del verano, había vuelto a escribir al rey y al embajador esperando la reactivación del proceso. Todo volvía a andar por la senda de la pujanza. En noviembre de ese año los basilios pedían poder construir un convento en la ermita y se nombraba una comisión para analizar la propuesta que hacían los frailes (26-XI-1607), cuyos resultados los elevaron ante el ayuntamiento a los pocos días (5-XII-1607). Mas ahora (1608) era Felipe III el que no ayudaba en la canonización de san Isidro, que se entretenía proponiendo a otros, se lamentaba por carta Cristóbal de Villanueva. Las cartas suyas son reiterativas en comunicar que el proceso es lentísimo, que le falta dinero, que le manden más35…
Instrucciones36